Por: Nathalie Johanna Paola -Psicóloga de la Universidad de los Andes
Es curioso cómo los estereotipos, por más indeseados que sean, terminan siendo ciertos. Que las mujeres manejamos mal (culpable), que los hombres son más descomplicados (cierto), que los taxistas cruzan la línea de la indecencia… ¡CIERTO! Que los de arte son un poco alternativos y el que esté libre de pecado que lance la primera bitácora. Que las niñas de comunicación son bonitas, que los psicólogos estamos locos… sin palabras. Y que los economistas son subidos, prepotentes, arrogantes, que viven en sus teorías y que son desacertados, inadecuados, impertinentes, y en general inoportunos en el amor.
Pobres economistas –diría uno- se puede imaginar uno al pobre muchacho sufriendo porque la novia no le dijo en la mañana lo apuesto que era. Pero no crea que le va a pelear, un economista no pierde un minuto de su tiempo en algo que no le conviene. Me tiembla el párpado de solo pensar en que esa pelea llegara a darse. ¿Una mujer, Y UN ECONOMISTA? Nadie quiere ver cómo termina eso. Las mujeres que por definición somos tercas, testarudas, sensiblonas y en conjunto, mujeres, ¿enfrentadas al terror de un economista? Qué escenario más macabro. Se juntan el histrionismo de la mujer con el narcisismo del susodicho. Colapsan la necesidad de admiración con la necesidad de afecto por parte de la mujer. Y así sucesivamente.
Se necesitaría un tutorial extenso para sobrevivir al ego de un economista. Más agresivo que una víbora amenazada es un economista con su ego. Con un simple comentario lo pueden dejar con el autoestima en el piso si usted no está preparado. Son expertos en descalificar porque se consideran multidisciplinarios y eso les da un aire de superioridad… no que no lo tuvieran antes, claro está. Con un característico modo de ser narcisista, lo que diga el economista, es ley, y lo que alguien más diga, no es válido. No se acerque, repito NO SE ACERQUE a un economista en un argumento, y menos si usted no lo es. Seguramente va a perder y a terminar dudando de todas sus capacidades.
Sin embargo, no todas las psicopatologías del economista son factores en contra. Ni de él ni de usted, que está pensando en relacionarse con uno de los zánganos de ese género (economistas, no hombres). La mirada soberbia de me importa un… rábano, ayuda a fortalecer el carácter. La normativa tácita de “fake it until you make it” lo harán sentir que está junto a una persona exitosa, sin mencionar que esto va a aumentar su autoestima: probablemente el problema más grande para nuestros amigos economistas. Además, el delirio de grandeza va a hacer que usted sienta emoción con cada frase que emita la persona en cuestión.
Es por esto que le recomiendo a usted, que quiere relacionarse con un economista, que haga caso omiso a las pequeñas manías de estos bellos seres. Al fin y al cabo no es tan insoportable lidiar con un poquito de trastorno obsesivo compulsivo, si al final eso lo lleva a que nunca se tenga que preocupar por el desorden. Y ¿qué es una pizca de paranoia comparada con sus beneficios consecuentes? Si está en plan pareja, esto le va a significar que no la van a celar explícitamente, porque lo del economista es el territorialismo, pero sí que no está con un tipo despreocupado.
Récele entonces, al santo de su preferencia, no toparse con un economista si lo que quiere es un poco de paz mental, ya que aparte de lo mencionado, se está usted sometiendo al carácter de un ente pasivo-agresivo que en la situación más privada puede sacarle en cara algo que le haya molestado durante la semana, por ejemplo celarla con los amigos. Sólo me queda por decir que agradezco inmensamente la existencia de aquellos que escogieron este rumbo profesional porque en un futuro van a llenar mi consultorio y espero que no sumen a la listica algún trastorno de personalidad, y como dijo una amiga: “ahí le dejo la inquietud”.