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Las pelucas y el consumismo en la historia

Por: María Paula Díaz Bejarano

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Fueron los nobles quienes establecieron qué prácticas de consumo debían promoverse. Fue así como la peluca pasó de ser un bien suntuoso y lujoso a ser un bien que era parte de la vida cotidiana, donde el mercader, el artesano y el campesino la podían utilizar.

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En el siglo XVIII en Francia el cabello ya era visto como un símbolo de poder. El rey antecesor a la monarquía de Luis XIV se había quedado calvo y, en su afán por no mostrar su calvicie, decidió utilizar por primera vez una peluca que se viera acorde a su color de cabello. Esta fue la primera manifestación del uso de las pelucas de la cual se tiene memoria. Sin embargo, fue con la llegada de Luis XIV, que las pelucas tuvieron el boom que todos conocemos. Si antes eran utilizadas para simular cabello real, en esta época empezaron a ser utilizadas de color blanco. Para blanquearlas, utilizaban un alimento similar a la maicena y que en ese tiempo era el alimento fundamental de la canasta básica de los pobres. En un principio, esta era una práctica de los nobles principalmente y tenía una fuerte connotación económica y social, pues mientras unos dependían de ese alimento para sobrevivir, otros se daban el lujo de “echarlo en su cabeza”.

Con el paso de los años la nobleza fue la encargada de emular el uso de la peluca y dio inicio a un período en el cual los artesanos, mercaderes y campesinos podían acceder a comprar pelucas a módicos precios. Fue así como las clases más altas establecieron qué patrones de consumo debían seguir los más pobres. Por muchos años fue así: se buscaba imitar a la monarquía o al parlamento, pues entre más se consumiera como ellos, más cerca se podía decir que se estaba “social y económicamente” cerca de ellos. Como vemos la emulación se encuentra estrechamente relacionada con el consumo conspicuo de la época, en donde se buscaba exhibir el consumo, con el fin de mostrar el poder que cada familia tenía. Como lo afirma Michael Kwass, el uso de las pelucas representó una transición al consumo moderno, en otras palabras, Europa occidental experimentó una revolución del consumo (Kwass, 2006).

En la propagación en el uso de las pelucas en toda Europa, los mercaderes jugaron un papel fundamental, debido a que ofrecía estos productos  a bajos precios, al punto, de que “todos ya eran señores en París” (Kwass, 2006). Como vemos, las pelucas pasaron de ser un accesorio de lujo de la sociedad aristócrata, a ser un elemento fundamental y cotidiano de la edad moderna (Kwass, 2006). Sin embargo, cuando en la sociedad se empiezan a filtrar pensamientos utilitaristas e individualistas, las personas empiezan a pensar en sí mismas, en sus personalidades y en lo que son como seres humanos, y es aquí donde entra una profunda preocupación por el ser. De alguna forma, se busca dejar de imitar y emular el consumo de la monarquía, y se empieza a pensar en el consumo “según la personalidad”. Fue así como las pelucas empezaron a hacerse de acuerdo a la fisonomía, naturaleza y conveniencia de quien la iba a utilizar.

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Contrario a lo que creemos conocer sobre la aparición de los primeros patrones de consumismo en la historia, fue en la edad moderna que se presentaron las primeras manifestaciones. Además, fueron los hombres los mayores consumidores de productos suntuosos, contrario a lo que creeríamos en el caso de las mujeres.  En esta edad, la peluca fue un objeto fundamental como forma de hacer visible la cultura (Doublas, 1990).

Dando un salto al siglo XXI, las pelucas han adquirido una connotación distinta a la emulación. Hoy día, las pelucas, de cabello natural y artificial, son usadas principalmente por los pacientes que padecen enfermedades asociadas a la pérdida del cabello, como el cáncer.  La caída del cabello suele ser un efecto secundario de las fuertes sesiones de quimioterapia y radiación a las que son sometidas los pacientes. Actualmente, siguen siendo diseñadas y utilizadas según la personalidad de quién la usa y cuenta con una infinidad de opciones: lizo, rizado, corto, largo, abundante o poco exuberante.  Es posible que en algunos casos, dados los altos costos que tienen las pelucas de cabello natural, sean consideradas bienes suntuosos; sin embargo, la gran cantidad y calidad de pelucas que hay en el mercado permiten que la mayor parte de la población pueda adquirir una.

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Referencias

Douglas, Mary, y Baron C. Isherwood. 1990. El mundo de los bienes: hacia una antropología de consumo. México, D.F.: Grijalbo. – Cap. 1 “Por qué la gente necesita mercancías” y Cap. 3. “Los usos de los bienes”.

Michael Kwass, “Big Hair: A Wig History of Consumption in Eighteenth‐Century France” en The American Historical Review, Vol. 111, No. 3 (June 2006), pp. 631-659.

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