El Mal Economista

Publicado el fercardenass

La Ilusión del Control

Por: Fernando Cárdenas

Facebook: El Mal Economista

Twitter: @maleconomista

Twitter: @FerCardenas

Instagram: @maleconomista 

 

ruleta

 

 

Todo empezó el martes pasado. Eran más o menos las 9 de la mañana y como ya iba tarde para la oficina decidí tomar un taxi desde la universidad en el centro, donde estoy haciendo mi maestría. Me monté a un taxi de la calle porque iba de afán, del cual se acababa de bajar otro estudiante que se me hizo familiar, pero a quien no reconocí del todo; el taxi dio una vuelta sobre la carrera primera para bajar hacia la tercera por la calle 22 y así coger la circunvalar hacia el norte, y fue ahí cuando el taxista soltó la bomba: “¿y usted qué opina del juego y del azar?” (No me hicieron el paseo millonario, lamento decepcionarlo estimadísimo lector). Yo pensé que el tipo quería criticar la irresponsabilidad de quienes consideran el juego y el azar como una opción viable para salir de deudas, problemas o atrasos; y a sabiendas de que en Bogotá uno tiene que cambiar de discurso político cada vez que se monta a un taxi, no va y sea que el taxista se embejuque y se salga de los chiros, pues saqué mi más sincero discurso de economista acerca de cómo el valor esperado de las ganancias para un apostador de largo plazo es, y será siempre, negativo. Para mi más absoluta sorpresa el tipo me respondió con una frase aún más inesperada que el tema inicial: me dijo “pues vea que yo sí soy ganador”.

La frase del señor conductor me dejó frío,  en medio segundo temí por infinitas cosas, desde mi integridad personal hasta cuanto nos va a costar a los colombianos sacar al bacán de la miseria cuando se tire lo de la pensión jugándole al doble cero. Cuando recuperé la conciencia me di cuenta de que la intención del hombre era conversar para convencerme de que el sí era ganador, y tenía un “sistema” para ganarle a la ruleta decidí, contra todos mis instintos, dejar que echara el carretazo a ver si me convencía. Para cada argumento que el tipo daba yo le hacía una réplica muy educada, tratando de salvar al país de que la deuda de este sujeto diera su contribución para el hueco fiscal; y la cosa fue así más o menos la mitad del camino.

Lo primero que me dijo el hombre fue que sí se podía ganar, que al casino se le puede quitar plata, yo muy amablemente le recordé que los casinos no apuestan porque saben que en el largo plazo siempre ganan, y que los únicos juegos donde la habilidad puede tener algo que ver son los de cartas porque entonces uno sí toma decisiones que afectan el resultado. Después me dijo que en la ruleta había que esperar un rato antes de entrar y jugar poco tiempo porque así usted puede ver los patrones, a lo que yo respondí que si bien no hay una ruleta perfectamente aleatoria porque todas tienen una desviación milimétrica hacia un número u otro esto no aplica para ruletas electrónicas. Después me salió con que la clave es no dejar de jugar cuando uno empieza a perder, y ahí solo me lloró el alma por dentro.

Los cálculos de probabilidad sobre juegos de azar son lo primero que uno averigua de la forma más ñoña apenas empieza a ver su primera clase de probabilidad, y la conclusión siempre es la misma, el saber matemáticas no le permite ganar, solo le permite saber que va a perder con casi absoluta certeza. Uno sí encuentra un par de conclusiones interesantes, por ejemplo uno se da cuenta de que es más rentable (hay más probabilidad de ganar) al jugar un millón de pesos en baloto de un solo totazo, a jugar un millón de pesos a lo largo de 2 años porque cuando cambia el sorteo las probabilidades de ganar se vuelven independientes y sus números pueden repetirse. Esto mismo intentó decirme el señor taxista, esta vez con citas a bordo, él hombre me dijo que no había que dejar de jugar porque, según la película ‘21’ con Kevin Spacey, la probabilidad de ganar luego de que hayan jugado 36 jugadas es toda. Yo, sintiéndome como el peor cretino (en parte por lo prepotente que me sentía y en parte porque me dolía matarle la ilusión al man) le expliqué que eso solo aplicaba si las probabilidades no eran independientes (es decir, si la jugada 1 tiene alguna influencia sobre el resultado de la jugada 2) y en este caso, para su pesar, lo eran.

Cuando me bajé del taxi, tras saber que había perdido la batalla por convencer al hombre de no jugar plata que podría necesitar, y luego de no perder tanta plata de la que necesitaba (siguiendo la filosofía de ‘baje estándares y repita’)  quedé muy confundido. De pronto me di cuenta de por qué: porque duré cuarenta minutos de convencer a alguien de no hacer algo que yo probablemente hago en mi vida cotidiana. No me refiero a la polla que organizo para cualquier tipo de evento deportivo, no me refiero tampoco a la maña de usar la microeconomía aplicada para todo menos para mi cuenta bancaria, no me refiero tampoco a mi mes de apostador de casino cuando estaba en el colegio (si le cuenta a mis papás yo le cuento a su jefe que usted está leyendo esto en la oficina), y mucho menos me refiero a mi escogencia de si creerle o no al pronóstico del clima que hace el IDEAM. Me refiero a todo eso que no podemos controlar y nos causa esa estúpida ilusión de control que tanto nos gusta y nos complace.

Esa misma cuenta que hice para ver cuánto necesitaba para ganarme el baloto aplica también para ver cuál es la relevancia de mi voto en las elecciones presidenciales: casi nula. Y aunque usted decida hacer campaña por su candidato preferido, que sería el equivalente a meterle un millón al baloto, nada le garantiza que alguien no compró más balotas por debajo de cuerda en algún departamento de la costa donde al peculado se le llama rebusque. Por esto no quiero hacer una campaña por el abstencionismo, quiero solamente desahogarme del momento en que un taxista me hizo caer en cuenta de que, matemáticamente, el voto democrático es un cuento más simbólico que real. Y ¿por qué los cálculos que hice cuando vi probabilidad fueron los del black Jack y no estos? ¿Será que es porque quería plata fácil? No, es porque la ilusión de tener el control sobre algo es cómoda. No importa.

Yo igual voy a ir a votar, voy a votar por Daniel Raisbeck a la alcaldía aunque sé que es más valioso un billete de la lotería de Bogotá que el certificado de votación que me recordará por siempre que mi voto no contó, como tampoco lo hizo en la primera ni en la segunda ronda presidencial, ni lo hizo en la elección de la Cámara de Representantes. De pronto esa es la campaña que alguien debería hacer, su voto no cuenta, ¿qué más da votar por el que le gusta?

 

*** Antes de que alguien me madree como en mi última columna hago un anuncio de servicio público: NO VENDA SU VOTO, aunque no valga nada eso es ilegal, y solo hace que todo sea peor.

***** Haciendo la investigación para esta columna me topé con la pseudociencia de la gente que garantiza tener ‘sistemas’ en youtube. Hágase un favor, vea los videos solo para no hacerles caso.

Comentarios