El Mal Economista

Publicado el EME

La hora del guayabo

Por: Samuel González

La fiesta se acabó. Los días en que el precio del petróleo estaba por encima de 100 dólares han llegado a su fin. Entre julio y noviembre de este año la disminución de la cotización del crudo WTI ha sido superior al 30%. El boom de la minería y el petróleo que tanto benefició al Estado por los ingresos por regalías e inversión extranjera ahora es una incógnita. Ni que decir de las empresas petroleras listadas en la BVC. Ecopetrol, Pacific Rubiales y Canacol se encuentran en mínimos históricos con pérdidas acumuladas superiores al 40%. Los resultados  trimestrales muestran caídas en las utilidades y se han visto obligadas a “reestructurar” sus planes de inversiones.

El problema es más complejo en cuanto el panorama actual marca lo que serán los siguientes años para el petróleo. La suficiencia energética de Estados Unidos, gracias a la explotación de crudo no convencional, y la decisión de la OPEP de mantener su cuota de producción, movida por una estrategia para frenar las inversiones en shale oil, significan una abierta guerra de precios sin solución a corto plazo. Para completar esta “tormenta”, la desaceleración de la economía china frenó el aumento de la demanda por recursos naturales.

Si bien Colombia no tiene los niveles de dependencia del petróleo que tiene Venezuela, la situación actual pone en riesgo la fortaleza del crecimiento de la economía, la inversión y las finanzas públicas obtenidas en los últimos 15 años. En riesgo está la sostenibilidad del Marco Fiscal de Mediano Plazo y los recursos para los ambiciosos programas sociales del Gobierno Santos en la era del post-conflicto. Sumado a lo anterior, nuestro país concentra ampliamente sus exportaciones en productos mineros, por lo que las presiones sobre la balanza comercial no se harán esperar.

Al parecer, este no es otra cosa que un nuevo episodio  de los auges y crisis que han traído el precio de las materias primas en la historia económica de Colombia. Nos sucedió en los 30´s con el café, un par de veces más con el carbón y el petróleo en el resto del siglo. Una y otra vez los gobiernos de turno se emocionan en las buenas épocas, no ahorran en el boom y sufren cuando la fiesta se acaba.

¿Debemos rasgarnos las vestiduras y caer en el pesimismo? Tal vez no. Así como el borracho al día siguiente promete “no volver a tomar así”, esta coyuntura puede ser una oportunidad para acabar la dependencia del precio de los commodities y transformar la economía de una vez por todas. En manos del Estado y el sector privado está que no seamos el ebrio que incumple una y otra vez la promesa de evitar el trago.

Las locomotoras de la infraestructura y la agricultura son las llamadas a asumir el liderazgo del crecimiento. Por primera vez se buscar superar el rezago estructural que disminuye la competencia de nuestras industrias en el exterior, por estos días los exportadores sonríen al ver un dólar a más de $2200 y diariamente escuchamos noticias de nuevas empresas interesadas en invertir en el país. Es innegable que nuestros recursos naturales son una gran oportunidad y explotarlos le traen grandes rentas a nuestra economía, pero es hora de entender que esto es temporal y si de verdad queremos ser un país con un futuro promisorio no podemos postergar más la transformación de nuestra economía.

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