Los comediantes, particularmente quienes hacen parte del círculo underground, sufrieron un estancamiento absoluto y repentino: quedaron a la deriva. Pese a eso, hacen parte de un momento de transformación del gremio, y están a puertas de una gran oportunidad para entrar al mundo digital.
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En una entrevista con la Revista Credencial en 2014, Alejandra Azcárate dijo: “La comedia colombiana es la herramienta que tenemos todos como pueblo para enfrentar nuestra realidad que en el diario vivir es dramática”, a lo que Santiago Moure, agregó: “El humor, así sea malo, sirve para olvidar la tragedia en la que vivimos. Yo creo que vamos coincidiendo en eso”. Esta visión del papel de la comedia en la sociedad cobra un significado particularmente fuerte en medio de una pandemia. Atravesamos un momento en el que la miseria abunda cada día más, y en el que los colombianos necesitan a la . ¿Cómo se ha transformado la comedia en este contexto? ¿Seguirá llenando ese papel en la vida de los colombianos?
La comedia en Colombia tiene una cara familiar para muchos colombianos, casi salida de la televisión: el Chavo del Ocho, Sábados Felices, los Comediantes de la Noche, el Águila Descalza, etc. Aunque este escenario está lleno de genios de la comedia, el grueso de los comediantes colombianos existe en paisajes menos visibles. Hay, por ejemplo, un gran círculo de comediantes underground que se dedican a recorrer los municipios del país haciendo stand-up en bares y eventos, quienes han sufrido el estanque económico con más contundencia que los grandes de la comedia mediática.
Los comediantes que pertenecen a este círculo se mueven de acuerdo con su reputación y al “voz a voz”. Sus principales escenarios son los bares, teatros, parques y calles: todas estas posibilidades han sido nulificadas por la pandemia. Por otro lado, quienes han llegado a un nivel medio-alto de reconocimiento y recorrido, aunque han visto su trabajo reducido dramáticamente, han logrado sostenerse desde el ahorro y los trabajos ocasionales. Estos trabajos han estado centrados principalmente en el área empresarial, pero para muchos comediantes incipientes la realidad ha sido mucho más cruda.
Juan Peláez, un comediante bogotano con casi diez años de experiencia, relata que un comediante incipiente pero que tuviera un cierto nivel de respeto (que, como cuenta Juan, es lo que los hace deseables para bares, y aumenta el precio que pueden cobrar), podía ganar, en promedio, un millón de pesos semanalmente. Esto está muy por encima de quienes están empezando a ganarse un lugar entre los comediantes del país, en tanto Peláez relata que “no se hacen trescientos mil, cuatrocientos mil pesos”. Dichos factores, sumados a que sus ingresos son inciertos y sus vinculaciones a los sitios son indirectas y, a menudo, informales, dejó a este grupo de comediantes súbitamente a la deriva.
Paulo Hernández, un comediante dedicado principalmente a las presentaciones corporativas, cuenta que el cambio del gremio de comediantes está enfocado hacia la modernización en la creación de marca y la profundización de la presencia en redes sociales y demás medios audiovisuales. Él, por ejemplo, ha dedicado mucho más de su esfuerzo a su podcast (un medio que aún en Colombia) Los Impopulares.
Aunque la migración del formato tradicional de stand-up a la transmisión digital ha tenido una recepción mixta, Hernández hace énfasis en la importancia de la presencia digital. Así, argumenta que su inicio como cuentero ha marcado la evolución de su estilo de comedia en tanto se centra en relatar las vivencias de sus rutinas. Para él, tanto publicar videos como charlar en su podcast y hacer transmisiones cortas e improvisadas por redes sociales, hacen parte de su transformación como comediante en la pandemia. La constricción de los escenarios tradicionales, que significó un estancamiento repentino y absoluto, también trae una serie de potenciales beneficios económicos. Un claro ejemplo es que al ofrecer sus productos por internet, pasan de pertenecer a un mercado altamente localizado a competir en un mercado internacional. Para Hernández, la clave en la nueva comedia es la misma de antes: “trabajo duro” y profesionalización en medios audiovisuales.
Para Juan Peláez, el golpe inicial de la pandemia fue absoluto: “La comedia murió, dejó de estar en el mercado”. A pesar de eso, encuentra en el encierro y la virtualidad una serie de oportunidades de modernización y refactorización del oficio del comediante. Encuentra también una oportunidad única de desarrollo propio para todo el gremio: un momento de enfrentarse a algunas formas arcaicas, y de explorar frente al espejo lo que subyace al estilo de comedia individual. Él, como muchos otros, ven en la demanda por la comedia una necesidad innata de la humanidad por digerir el mundo y a sí misma desde la risa. De esta manera, expresa que “la comedia y el humor nacen como un descubrimiento del error. (…) Para el bebé ya está formada la imagen de que somos bípedos serios, cuando ve que algo no pertenece a ese comportamiento natural (…) surge el error”. Del reconocimiento de ese error y de su extrañeza, entonces, se deriva la risa. Así, la comedia obedece a una pulsión humana, y le queda transformarse y aprender para seguir llenando ese espacio entrañable en la sociedad.
La pandemia representó un duro golpe para el mundo de la comedia. Pese a eso, abrió un mundo de posibilidades y puso en perspectiva el rol del comediante en la sociedad. El continuo aumento de la demanda del sector de la comedia, y la posibilidad de acceder a un mercado varias veces mayor desde la tecnología -que hoy es más accesible que nunca- se suman a la ausencia de las presiones administrativas de hacer comedia: el lugar, la logística, la publicidad directa y la incertidumbre para democratizar la oferta de comedia desde la reducción en el costo. Es así como surge una gran oportunidad para quienes abracen la necesidad de modernización y aprendan a bailar en el mundo digital.