El Mal Economista

Publicado el harry ramos

Hipocresía virtual

Por: Harry Ramos

Al parecer, la única  revolución que anhelamos los jóvenes es la que se puede llevar a cabo desde nuestros celulares.

Hace un par de meses, al suceder el fatídico incidente en París, donde varias personas decidieron ser Dios y dar muerte a quienes con sus letras mostraban su postura frente a la vida, mis redes sociales se llenaron de colombianos gritando: “Je Suis Charlie” (Yo soy Charlie). Muchos de estos contactos jamás habían visto una caricatura de los señores que murieron, sin embargo, ellos decidieron a través de sus redes sociales manifestar su inconformismo frente a lo que sucedía en Europa. Cual virus gripal, las manifestaciones de indignación se reprodujeron por todos los medios virtuales. Lo anterior es totalmente respetable y entendible; ¿Quién no defendería la vida y la libertad de expresión? (bueno, en Colombia existe un partido político que no encaja en esta generalización). En ese momento, quedé sorprendido frente a las posturas críticas de muchos de mis amigos y esperanzado en la juventud colombiana, decidí seguir con dedicación, sus protestas virtuales frente al actualidad nacional e internacional. Sin embargo, al pasar los días, cual bogotano en el Portal de Transmilenio, me quede esperando por la reacción de mis críticos amigos frente a las  problemáticas colombianas que no eran tan cool y no eran tendencia global. Hasta hoy, ninguno de ellos se ha referido a los casos de corrupción en las altas cortes o ha hablado sobre  los 5000 niños muertos en la Guajira. En mis redes sociales no hubo ningún “Je Suis Wayuu” o “No más Pretelt”. Entonces, la pregunta que me surgió ¿Somos cool-indignados, quienes se indignan dependiendo de lo que esté de moda?

Semanas atrás, los estudiantes nos burlamos de las palabras de “nuestra” Ministra de Educación, frente al promedio de los salarios de los maestros. Estando en la Universidad, conversando con varios de mis amigos llegamos a la conclusión de que era muy posible que los profesores tuvieran razón frente algunas de sus demandas al Ministerio. Luego, al abrir mis redes sociales, encontré las primeras arengas revolucionarias de varios de mis contactos frente al tema. A los incendiarios post y tweets, reaccione regalándoles un revolucionario like. En los días siguientes, los maestros ejercieron su derecho a marchar pacíficamente por las calles de Bogotá, trayendo problemas de movilidad. Mi sorpresa se dio cuando algunos de mis camaradas revolucionarios de Facebook lanzaron afirmaciones ultra-fascistas por las incomodidades en el tráfico, causadas por quienes antes habían motivado sus posturas críticas en las redes sociales. Entonces, me cuestioné frente a lo hipócritas que podemos ser los jóvenes frente a las causas sociales. Al parecer, la única  revolución que anhelamos los jóvenes es la que se puede llevar a cabo desde nuestros celulares. ¿Será que nos indignan los problemas sociales hasta que empiezan a alterar nuestra zona de confort?

Esta columna no tiene el objetivo de criticar la libre expresión a través de las redes sociales, ni que yo fuera hijo de María del Pilar Hurtado.  Mi cuestionamiento está en lo que hacemos luego de escribir el tweet o el post sobre el problema que nos indigna. Las redes sociales son tan poderosas pero a la vez tan efímeras. El uso del mundo virtual ha logrado generar un gran impacto en la humanidad que va desde ayudarnos a conseguir pareja, hasta lograr tumbar nuestros gobiernos antidemocráticos. Sin embargo, el poder del mundo virtual se limita a nuestros hechos en el mundo real. La indignación por redes sociales, con la inmediatez de su respuesta es totalmente humana y entendible. No obstante, el mundo no cambiará si no trasladamos nuestro inconformismo a la realidad.

Es fácil escribir un post aludiendo a la necesidad de un cambio en la cultura ciudadana, pero es más difícil respetar la fila en Transmilenio cuando voy tarde. Es fácil criticar la corrupción en las altas cortes, pero  es difícil no robarse la señal del wifi del vecino.  Es fácil indignarse frente al trabajo infantil, pero es difícil no comprarle el chicle al niño que trabaja en las calles. Es fácil indignarse por el maltrato animal por internet, pero es difícil darle de comer a un perro en la calle o adoptar en cambio de comprar uno de raza. Colombia está llena de buenas intenciones y nuestra realidad no es tan alentadora. Por lo tanto, es necesario un cambio en nuestra mentalidad y dejar a un lado la hipocresía virtual en la que vivimos. Hoy, los invito a que reflexionen frente al tema, los invito a que su mundo virtual sea coherente con el mundo real, ese mundo que es de todos.

@Harrye29

 Pd1: Muy honorable la intención de apoyar las causas en Nepal, Siria y otros lugares del mundo. No obstante, no nos olvidemos de la Guajira, el Chocó y Bogotá, lugares más cercanos a nosotros.

 Pd2: Joven si a Ud. le da pereza cambiar el mundo, por lo menos estudie. Una profesora muy sabia me enseño que es a través de la educación que se transforman vidas y por ende el mundo.  Feliz Día del Profesor.


@Maleconomista
 Facebook: El Mal Economista 

 *Imagen por Malcolm Gladwell.

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