El Mal Economista

Publicado el El Mal Economista (EME)

Hecatombe bolivariana

Cuando Hugo Chávez fue ungido en el Palacio de Miraflores y el barril de petróleo costaba diez dólares, el presupuesto general de Venezuela no superaba los 7.000 millones de dólares. En 2008, nueve años después, el mismo barril valía más de cien dólares y el presupuesto que administraba Chávez alcanzaba los 54.000 millones.

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Tomado de: https://www.lapatilla.com/site/2017/06/02/estas-son-algunas-de-las-mejores-ilustraciones-en-dos-meses-de-protestas/

Por: Juan Alejandro Echeverri

El comandante, cual sultán árabe, cambió el Boeing presidencial por un Airbus A319, de sesenta y cinco millones de dólares,  que tenía bisagras doradas en las bandejas plegables; en cuatro años gastó 4.000 millones de dólares en armas; subvencionó la tercera parte del petróleo que consumía Cuba; prometió financiar proyectos de desarrollo en Haití, comprar parte de la deuda pública de Argentina, incluso, vender combustible de calefacción doméstica a bajo precio para los estadounidenses más pobres.

Gráfico 1. Variación del Producto Interno Bruto venezolano desde 1961 hasta 2014. Fuente: Banco Mundial (s.f.).
Gráfico 1. Variación del Producto Interno Bruto venezolano desde 1961 hasta 2014. Fuente: Banco Mundial (s.f.).

Quien fuera, por encima de Irán y Arabia Saudí, el mayor productor de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo), y la segunda proveedora de crudo más importante de Estados Unidos (propietaria de casi 14.000 gasolineras en ese país), hoy sufre escasez de alimentos y medicinas.

Los segundones herederos de Chávez, en palabras de Barrera (2017), han convertido el Estado en una máquina de matar. Por más que hablen de paz, la máquina sigue ahí, nunca se detiene. Te mata de hambre. No te atiende en los hospitales. Te roba el dinero. Se financia con tu plata. Te obliga a hacer colas. Nunca te informa lo que en realidad ocurre. Niega en la televisión lo que te duele, lo que pasa. Cuando tú lloras, la máquina celebra. Se ríe de ti. Si te atreves a protestar, te bota del trabajo. Si quieres manifestarte, te dispara. Te prohíbe caminar por tu ciudad. Te vigila. Te castiga. Te golpea, te detiene, te tortura. Te mata. (Barrera, 2017)

Asistimos, pues, a una catástrofe igual de transcendental que la caída del muro de Berlín o el atentado a las Torres Gemelas. El evangelio se queda sin feligreses, las promesas se materializan en hambre y los mitómanos agotan sus justificaciones. Mientras, los ojos del mundo —así como los buitres merodean su agonizante presa— están a la espera de que la infamia haga ebullición.

Venezuela ha sido raptada por un fanático que propone darles armas a los civiles para que consigan la comida como puedan. El monstruo es legión, los elitistas y militares se niegan a soltar el botín: tienen miedo hasta de compartirlo entre ellos.

Los intereses de la oligarquía venezolana son afines a los del Estado. El desarrollo económico, “al tener por objetivo reforzar el Estado y su aparato de represión, refuerza la dictadura, la esclavitud, la avidez, la esterilidad y el vacío existencial” (Kapuściński, 1982). Por ende, las cenizas del chavismo se autoproclaman como la única solución legítima a una enfermedad que ellos han provocado.

En palabras de Faulkner, el pasado nunca pasa porque ni si quiera es pasado. Tenía razón. No es la primera vez que una dictadura se apodera de Venezuela. A los nueve meses de ser el primer presidente elegido a través del voto universal, Rómulo Gallegos fue destituido por las Fuerzas Armadas el 24 de noviembre de 1948. La junta militar promovió una asamblea constituyente, convocó a elecciones y declaró ilegales a los partidos de izquierda. Luego de un fraude electoral, el 2 de diciembre de 1952, Marcos Pérez Jiménez asumió como presidente constitucional.

Jiménez quiso convertir a Caracas en una ciudad moderna con rascacielos y autopistas. Fomentó la importación de productos novedosos para la época. Mientras las clases medias y altas comían hamburguesas, iban al cine y a juegos de beisbol, la pobreza en la periferia aumentaba.

Las divisiones al interior de las Fuerzas Armadas, aunadas a la competencia del mundo árabe en la industria del petróleo, resquebrajaron el gobierno de Jiménez. Los partidos políticos aprovecharon la coyuntura para inundar Caracas de panfletos que convocaban a una huelga general el 21 de mayo de 1958. La ciudad permaneció desierta durante dos días. El 23 de enero, civiles y militares se alzaron en armas, por lo que Pérez Jiménez no tuvo otra opción que abandonar el país.

García Márquez (2012) celebró así la caída del régimen: “La prueba más evidente de que algo ha ocurrido esta noche es que estas líneas pueden escribirse (…) con esta victoria, la democracia americana reconquista un país más. Venezuela –con este glorioso 23 de enero– le ha dado una fecha de cumpleaños a la libertad continental” (p. 387).

A partir de la década de los 60s –época marcada por las dictaduras militares que tenían como objetivo erradicar el comunismo del continente– muchos políticos e intelectuales exiliados aterrizaron en Venezuela. El precio del petróleo se disparó gracias a la crisis de Medio Oriente. Caracas registró en 1970 el ingreso per cápita más alto del mundo. La democrática Venezuela saudita se convirtió, no por mucho tiempo, en el país del whisky, las autopistas, el desarrollo siderúrgico, los malls y el consumo de productos importados. En los primeros años de los 80s, el oro negro volvió a caer hasta llegar a precios de remate. El incremento de la inflación y el desempleo serían el germen del resentimiento social, el clasismo y el racismo.

La crisis, tal como lo relata el periodista Boris Muñoz (2013), fracturó el estilo y el contenido de la vida venezolana:

Fue muy duro ver a mamá, profesora universitaria cuyo mundo natural consistía de laboratorio, libros y aulas de clase, convertida también en vendedora de ropa interior por catálogo y de tortas y panes que horneaba tarde en la noche cuando sus hijos dormíamos. (Muñoz, 2013, p. 134)

El descontento hizo erupción el 27 de febrero de 1989. Los incrementos de la gasolina y el transporte, producto del paquete de reformas económicas del entonces presidente Carlos Andrés Pérez, desataron una serie de disturbios en los barrios marginales de Caracas, que luego se extenderían por todo el país.

Gráfico 2. Fluctuación del precio del barril de petróleo en los últimos 45 años. Fuente: Mars (2015).
Gráfico 2. Fluctuación del precio del barril de petróleo en los últimos 45 años. Fuente: Mars (2015).

En 1992, un grupo de militares que ocupaban mandos estratégicos –entre ellos Hugo Chávez– intentaron derrocar a Pérez con un fallido golpe de Estado. Chávez fue detenido y recluido en la cárcel de Yare. Un año después Carlos Andrés Pérez fue acusado de corrupción y arrestado. El 2 de febrero, el expresidente Rafael Caldera asumiría la presidencia del país y ordenaría liberar a Hugo Chávez, quien formaría una coalición de militares y grupos de izquierda llamada Quinta República. Esta, a la postre, lo catapultaría al Palacio de Miraflores en diciembre de 1999.

Chávez, que gozó de una bonanza petrolera diez veces superior a la del primer periodo de Carlos Andrés Pérez, rebautizó el país con el nombre de República Bolivariana de Venezuela, promulgó una nueva constitución, manifestó sus intenciones de unificar el continente, puso en marcha el Plan Bolívar para construir carreteras, escuelas, hospitales y viviendas baratas en beneficio de los ciudadanos pobres, su capital político, que en el 2001 representaban el ochenta por ciento de los veinticuatro millones de habitantes que tenía Venezuela.

Chávez también creó un nuevo Tribunal Supremo y una Asamblea Nacional Unicameral colmada de aliados suyos, nombró altos mandos de las Fuerzas Armadas en puestos claves, entabló amistad con el dictador Sadam Husein, prohibió a los aviones antidrogas estadounidenses sobrevolar suelo venezolano, compró 24 cazas Sukhoi, manifestó sus intenciones  de gobernar Venezuela hasta 2050 –año en el que tendría 96 años–, fue acusado de financiar y apoyar a las FARC y el ELN, despotricó hasta el cansancio del neoliberalismo, “sembró ansias de justicia, igualdad y bienestar en la mayoría, y profundizó el rentismo, la corrupción, la soberbia y el desde por el esfuerzo” (Muñoz, 2013).

Tras la muerte de Chávez, el 5 de marzo de 2013, Nicolás Maduro, su vicepresidente, asumió la presidencia. Maduro heredó un país preso de un profundo déficit fiscal, infértil para la inversión extranjera, con una merma significativa de su capacidad productiva y una de las tasas de homicidios más alta del mundo.

El panorama actual es catastrófico: desde el 6 de abril las protestas han cobrado más de cuarenta vidas, los detenidos se cuentan por miles, la mortalidad infantil alcanza un incremento del 30%, la oposición no logra congeniar sus intereses, el repudio internacional no logra más que titulares en los medios, la inflación supera el 500%, “la deuda de bonos externos del gobierno y PDVSA asciende a unos 60.000 millones de dólares” (Krauss, 2017), la productividad de las refinerías va en caída libre y el precio del barril de crudo no superará los 55 dólares en el mediano plazo. Lo más grave de todo es que el apocalipsis aún no empieza.

Puede que Maduro, hastiado de profanar la patria, dé un paso al costado para que el pueblo reconozca su hidalguía. Es posible, por qué no, que algún día el petróleo tenga propiedades vitamínicas y Venezuela sea el primer país del mundo capaz de erradicar el hambre. Lo cierto es que existen muchas probabilidades de que el socialismo chavista reencarne, como hasta ahora, con otro nombre, con otro mito, pero con el mismo modus operandi.

Cambian los nombres, pero la patria de Bolívar –y este socavón tercermundista– sigue preso de un agujero negro sin memoria y corrompido por esa perversión que sienten los hombres cuando ven la tierra escupir petróleo.

Venezuela es la manifestación de un destino que condena todo un continente. García Márquez lo supo desde que viajó con Chávez en un avión de la Fuerza Aérea Venezolana. La historia latinoamericana está empecinada en ofrecerle a una raza cleptomaniaca la oportunidad de salvar un país, pero ellos prefieren pasar a la historia como unos déspotas del montón.

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Bibliografía

  1. Banco Mundial. (s.f.). PIB. Recuperado de: http://datos.bancomundial.org/indicador/NY.GDP.MKTP.CD?locations=VE
  2. Barrera, A. (7 de mayo de 2017). Contra la máquina de matar. PRODAVINCI. Recuperado de: http://prodavinci.com/blogs/contra-la-maquina-de-matar-por-alberto-barrera-tyszka/
  3. Mars, A. (7 de enero de 2015). La caída del precio del petróleo enciende las alarmas. El País. Recuperado de: http://economia.elpais.com/economia/2015/01/06/actualidad/1420576088_389011.html
  4. Fonseca, D. (2013). País esquina, fin y centro del mundo. En D. Fonseca (Ed.), Crecer a golpes. Crónicas y ensayos de América Latina a cuarenta años de Allende y Pinochet (3-6). New York, EE. UU.: C. A. Press.
  5. Kapuściński, R. (1982). El Sha o la desmesura del poder. Barcelona, España: Anagrama.
  6. Krauss, C. (13 de abril de 2017). Venezuela sigue cumpliendo con su deuda pero el riesgo de impago aumenta. The New York Times. Recuperado de: https://www.nytimes.com/es/2017/04/13/venezuela-sigue-cumpliendo-con-su-deuda-pero-el-riesgo-de-impago-aumenta/
  7. Márquez, G. (2012). ¡Buenos días libertad! En H. Feliciano (Ed.), Gabo periodista (387). Cartagena, Colombia: Editorial Maremágnum.
  8. Muñoz, B. (2013). Un país en las antípodas. En D. Fonseca (Ed.), Crecer a golpes. Crónicas y ensayos de América Latina a cuarenta años de Allende y Pinochet (127-149). New York, EE. UU.: C. A. Press.

* Caricatura: Darío https://www.facebook.com/Dar%C3%ADo-161609317284771/

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