Por: Harry Ramos
“Buenos días queridos pasajeros…de ante mano les pido disculpas por las molestias. Como ven vengo a ofrecerles un delicioso y nutritivo caramelo”…. ¡Luego de escuchar esto desperté!
Había tenido una pesadilla esa noche. Soñé que vendedores ambulantes y artistas se tomaban el Transmilenio para recolectar dinero. La idea de volver a clases y en especial el volver a tomar el estreñido bus rojo, produjo en mi un escalofrió que me llevó a levantarme de inmediato de la cama. Luego de arreglarme y desayunar de afán, salí a confrontarme con mi triste realidad.
– El mismo problema de oferta y demanda- murmuré al ver la fila que esperaba el alimentador.
Luego de hacer peripecias para subirme a un alimentador, de horrible color verde, llegue a mi primer destino: El Portal. En ese momento me percaté de la peor noticia del día: había olvidado mi tarjeta de Cliente Frecuente (como si por que tuviera ese nombre me trataran de forma VIP). Al intentar comprar mi tiquete la señora me respondió con una falsa amabilidad:
– No puedo venderle el pasaje, joven.
– ¿Cómo así, está bromeando?- respondí un poco airado.
– Lo que pasa señor es que debe comprar la tarjeta.
– ¡¡¡Pero nadie me había avisado sobre esto!!!- respondí con un tono que empezaba a denotar la resignación frente a la situación.
Yo tan solo era un usuario más y cómo era posible que no tuviera la información correcta frente a la manera en que debía transportarme en Transmilenio, no era mi problema que no pudieran unificar las tarjetas, pensé. Entonces recordé con cierto malestar a mi profesor de microeconomía hablando de la información incompleta en el mercado, y la manera en que esto producía fallas en el “perfecto” mercado. Entendí que estaba confinado a no tener la información completa de lo que pasaba a mi alrededor. Me resigné a pagar 2000 pesos más para poder subirme a la experiencia del Transporte del Tercer Milenio. Mientras tanto veía como varias personas con descaro se colaban por los torniquetes. Todo economista se ha preguntado por la cantidad de dinero que se pierde por el no pago de esos viajes. Como somos tan diversos en posturas, algunos alegaran indignados frente al robo al sistema, otros más liberales aceptaran tal accionar como una resistencia pacífica, al costo exagerado del tiquete. Por mi parte, me molestó la idea de que ellos sin pagar ni hacer fila podrían usar el transporte. Pero bueno nunca aprendí a colarme, ya que.
Y empieza el viacrucis… Tal vez somos 300 o más personas esperando un bus. Entre quienes esperan con ansias se encuentran todo tipo de humanos: ancianos, adultos, niños, jóvenes, la parejita con demostraciones de amor excesivas entre otros. Sería el escenario perfecto para hacer una de esas tantas encuestas que nos gustan a los economistas, dada la población tan diversa que se encuentra en el lugar. Luego de intentar anestesiar el momento con algo de música, aparece la típica reflexión del economista en mi cabeza: Transmilenio es un problema de oferta y demanda. La oferta de buses no logra suplir la demanda que tienen los ciudadanos. Luego sonrío a la luz de la profundidad de mi análisis, un estudiante de primer semestre hubiera podido decir eso. Ya casi termino la carrera y al parecer dejaré de preocuparme por la pobreza o el precio del dólar, estudiaré el sistema de transporte para transformarlo, con eso me doy consuelo. Logro entrar…pareció más difícil que aprobar la reforma tributaria en el senado, pero se logró.
Luego de un par de estaciones las personas se van desapareciendo y hasta logró conseguir puesto. Estoy tan feliz como la Presidencia con los datos que les regala el DANE sobre desempleo. Al igual que esas cifras no sé cómo logre llegar hasta ese punto, mas estoy sentado. El día empieza aparecer hermosamente cursi hasta que se escucha la primera voz del recorrido: “Buenas tardes queridos pasajeros…..”.
Luego del inicio de la función, en todo el recorrido fueron 4 los vendedores junto con dos cantantes de rap. Todo un reparto que intento conmover nuestros corazones. Y es que pareciera que dada la caída de las acciones de Ecopetrol, la moda está en invertir entre las estaciones de Trasnmilenio. Sentado recordando mi pesadilla, empecé a usar todas las matemáticas que alguna vez me enseñaron para realizar unas cuentas poco exactas sobre cuánto ha de ganar una persona en ese oficio. Clase sencilla de economía: los beneficios son igual a los ingresos menos costos. Indago sobre el empleo del señor, mientras él habla de sus dos esposas embarazadas. Si un vendedor logrará conseguir que las 240 personas del bus le den 100 pesos conseguiría 24000 pesos al día, pensé. Seguramente logran recolectar más dinero en todo un día de trabajo, por lo tanto supondré (cosa que nos encanta hacer a los economistas) que son 40.000 pesos diarios sus ingresos. Eso serían 200.000 pesos semanales y 800.000 pesos mensuales, respetando el fin de semana que no se trabaja porque es para la familia. Sin duda alguna es un ingreso mayor que el del salario mínimo. Pienso entonces que el único costo fuera de la mercancía es un pasaje de 1800 para todo el día, si no es que se salta los torniquetes. No lo niego me siento tentado con el negocio. El señor se retira pidiendo disculpas por las molestia. Los economistas las llamamos externalidades, cosas que yo no quería y me toco recibir. Claro señor que me molesta me acabó de generar una externalidad negativa, yo esperaba dormir, ahora sin quererlo me siento mal por su familia y su condición (dado que le creo que su historia es verídica).
Ya casi llego a mi destino, la historia del señor desplazado del Caquetá junto con el rapero que sobrevive con su arte siguen en mi cabeza y mis monedas ya no están en mi bolsillo. Recuerdo mi motivación para estudiar economía: yo quería ser como Superman y salvar el mundo de la pobreza. Ahora con varios semestres encima, seguramente me sentaré aprender sobre teorías pensadas en Universidades gringas que intentan aplicar en mi país (aunque de gringos solo tenemos el afán por consumir). Transmilenio es un espejo del porque seguir estudiando economía, es un espejo de nuestra realidad. En el fondo casi todos los economistas queremos hacer algo por cambiar nuestro entorno. Veo mi parada final a lo lejos.
El bus rojo que para estas alturas ya no está tan lleno culmina su recorrido. Me bajo con cautela. En un solo recorrido fui un gran economista pensé en externalidades, fallas de mercado, oferta, demanda, desigualdad, cifras y me quedo con algunas preguntas por resolver…me siento orgulloso soy todo un economista, recapacito mientras camino hacia la Universidad.
Al ver la estación a lo lejos recuerdo que no recargue la tarjeta para el viaje de vuelta, no planifique, grave error. Esto me hace caer en cuenta por que escribo en el mal economista, tal vez tengo algo del nombre del Blog. Llego a la conclusión de que solo algo es seguro: tal cual como la inflación la cantidad de personas que tomarán el siguiente bus conmigo, siempre incrementarán.
Harry Ramos
PD: No se desconecte de nuestro especial, mañana: ¿Cómo ve fútbol un economista? Por Rodrigo Torres.