El Mal Economista

Publicado el El Mal Economista (EME)

Enamorarse de lo diferente

Si alguna vez se ha sentido como en casa estando a cientos de kilómetros de ella, déjeme contarle un par de hechos y casualidades sobre dos países que comparten un mismo sabor.

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Por: Santiago Almeida

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Frío, le dicen, y contrario a lo que muchos imaginarían, en Brasilia —como en Bogotá— se puede llegar a temblar de solo olerlo, de solo tocarlo. Y es que, de hecho, estoy escribiendo a 13 grados centígrados, rodeado de nubes en un cielo que casi nunca está nublado. Las calles parecen más grises de lo normal y se filtra por entre mis ventanales un familiar olor a lluvia. Hoy Brasilia amanece más rola que nunca.

Esos momentos de sinestesia que trasladan la mente y, a veces, pareciera que hasta el cuerpo, se me han atravesado con frecuencia. Tal vez es por eso que aquí me siento como en casa. Colombia y este país comparten una misma magia, de esa misma que relata la leyenda del hilo rojo del destino en la mitología asiática. Del mismo tipo de magia que se siente al conocer alguien nuevo y de inmediato tener la sensación de conocerlo de antes.

Este lugar es increíble: aquí puede llover de un lado de la calle y el otro estar totalmente seco, puede tener un cielo sin una sola nube y puede caer una tormenta ensordecedora que lo opaque, podemos tener una sensación térmica de casi 40 grados centígrados y a la vez forzar a sus habitantes a usar sacos y chaquetas, todo en un mismo día.

“Bogotano que se respete sabe que si amanece soleado, va a caer un palo de agua por la tarde”. Alguna vez le escuché decir eso a alguien que quise mucho. Fue en la Sabana de Bogotá donde obtuve las quemadas más berracas de mi vida. En los últimos años, el que niegue alguna vez haberse sentido en Melgar estando a “2.600 metros más cerca de las estrellas”, es un mentiroso… en Bogotá ya se puede andar en chanclas, duélale a quien le duela.

Estos dos lugares no solo comparten curiosidades meteorológicas. Aquí en Brasilia viven personas de todas las regiones del país: Goiânia, São Paulo, Rio, Belém, Belo Horizonte y Curitiba, entre otras. Esto ha permitido las mismas huevonas rivalidades regionales que suceden en Colombia. Particularmente, los Brasilienses (nacidos en Brasilia) juran y comen mocos que hablan el mejor portugués, que tienen un acento neutro y que usar jeans y chanclas es mañé. Bien rolos, ¿no? Son de los míos… aunque bueno, aquí por lo menos sí saben bailar. Se mueve más un kumis que todos nosotros los bogotanos juntos.

Y es que hasta la corrupción la compartimos. Hace unos días salió a la luz otro escándalo donde, una vez más, se habla de impeachment en Brasil. El actual presidente brasileño, Michel Temer, es acusado de comprar el silencio del expresidente de la cámara de diputados Eduardo Cunha, envuelto en los procesos de Lava jato y en el escándalo de Petrobras, y quien actualmente se encuentra preso. Qué lindo hubiera sido que lo de la finca El Ubérrimo hubiese salido en el 2009 y causado un impeachment, o lo de Agro Ingreso Seguro, o más para acá, las platicas de Odebrecht en la campaña de Santos. ¿No? Y lo digo en el más poético de los sentidos, porque un impeachment para un país es devastador.

Y vea usted, nuestro queridísimo Bronx, ese donde violaban niños, descuartizaban personas y se le daban de comer a cocodrilos, donde ninguno de nuestros honrados policías recibían sobornos, ese mismo donde jóvenes de todos los estratos se perdían detrás del demonio del bazuco… ¡Sí! Ese que quedaba a 800 metros del Palacio de Justicia y el Congreso, a donde en alguna noche fría fui a parar con Miller; esa llamada L también la tenían aquí. En São Paulo existía Cracolândia. En teoría y práctica los dos infiernos eran regidos por las mismas normas y la misma lógica, y también los dos fueron intervenidos. Cracolândia recientemente, de hecho.

Pero bueno, también compartimos gustos gastronómicos. Para quienes no sabían, la feijoada (frijolada en español) es uno de los platos típicos brasileños y es bastante parecida a una bandeja paisa. Mientras que en Colombia tenemos arepas, aquí tienen tapiocas. La diferencia es que la tapioca está hecha de harina de yuca. Si usted compara la gaseosa Colombiana con Pitchula de Guaraná se dará cuenta de que saben exactamente a lo mismo, el queso campesino vendría siendo queijo minas, y el pão de queijo serían panes de yuca pequeñitos, aquí coixinhas y allá empanadas. Algo que debo contarles y que se me hizo muy extraño es el amor por el aguacate. Solo que aquí lo toman en un batido dulce que, aquí entre nos, es horrible.

Cuando hablamos de música, lo que mueve la vida nocturna en Brasil es el funk y el sertanejo, este primero es como un reggaetón tres veces más sucio, pero tres veces más pegajoso. El otro es una clase de vallenato extraño que aún no descifro y no le encuentro sabor. Aunque sobresale una que otra canción que lo hace a uno cantar a grito herido, también les recomiendo escuchar pagode o samba. ¿Por qué no? Por otro lado, el rock en Brasil es otro pilar importante, bandas como Sepultura, Ratos de Porão, Charlie Brown Jr., O Rappa, y Kiko Loureiro (actual guitarrista de Megadeth y ex Angra) son algunos de los tantos referentes importantes; las dos primeras y Kiko Loureiro, con Angra y Megadeth ya han pisado tierras colombianas.

Hablando de similitudes lingüísticas, si usted cree que bacana es una expresión colombiana, siento informarle que aquí también la encontrará. El portugués, al igual que el español, se ha ido modificando. Los dos idiomas son sumamente complejos y la gente ha ido reduciendo expresiones y palabras, como mijo. Aquí también tienen palabras que significan absolutamente todo, como nuestra vaina. Algo curioso que sucede aquí es que todas las palabras en inglés que se han colado en el portugués se pronuncian de una forma muy extraña, por ejemplo: Whatsapp se pronunciaría guatsápi, o el mismo Facebook, que se pronunciaría Feisibuqui. Pero en general es tanta la similitud que hasta las groserías usted las entendería, aunque debo decir que un madrazo al aire en español es cinco veces más liberador.

Son pocas las diferencias que he encontrado entre los dos países. Son estas las que tal vez me llaman más la atención y tal vez por ellas volví. No hablo de política, ni de costumbres, ni de economía, es la gente. Este país es un lugar de contrastes: en Rio de Janeiro, en plena playa de Ipanema se puede ver la bandera LGBTI en alto; en las universidades usted puede ver un man en falda y no pasa nada. Aquí hay colores en cada rincón que se visite, desde la mona ojiazul hasta la negra más hermosa y con más estilo luciendo un afro sensacional; aquí hay piel con tinta y eso se admira, los profesores paran la clase para halagar y preguntar sobre sus tatuajes. Ver a dos mujeres enamoradas una de la otra, dos madres —¡sí, dos mamás! — bailando samba, sonriendo y besando a sus dos hijas, frente al escenario y en medio del publico de un festival que festejaba los 57 años de Brasilia; esta es una de las imágenes más bonitas que llevaré siempre conmigo y que sin duda alguna pagaron este viaje. Aquí hay vida en la diferencia y amor en la diversidad, fue aquí donde aprendí que el valor de una sociedad yace en la capacidad de enamorarse de lo diferente.

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