El Mal Economista

Publicado el EME

El país de la exclusión

Por: Daniel Zappa Jaimes

 

En un reciente informe del DANE, se reportó que la pobreza extrema medida por ingreso en Colombia para el cierre del año 2013 se ubicó en niveles cercanos al 30,6%. Por su parte, si se compara la cifra con el año anterior, la cual fue de 32,7% se da cuenta de un panorama “esperanzador” al reducir la misma en un poco más de dos puntos porcentuales. En valores absolutos, esta reducción se traduce en que ahora 820.000 personas ganan aproximadamente más de 194.000 pesos al mes. Nos alegramos sin saber que ese mismo panorama esperanzador  se debe a que casi un millón de colombianos que ahora viven con 6.900 pesos diarios no son considerados pobres.

A su vez y también recientemente, el presidente Santos se jactó y celebró las cifras de crecimiento de la economía colombiana en el segundo trimestre del 2014, correspondiente a un crecimiento económico de 4,3% que ubica a Colombia entre las cinco economías mundiales que más crecieron en ese intervalo de tiempo.  Los medios nos podrían fácilmente llamar el país de la esperanza, con niveles de “pobreza” disminuyendo año a año y crecimiento superior al 4%  impulsando la economía cada vez más. Aunque muy seguramente para la mayoría de colombianos este sea el país de la esperanza, los números que están detrás de los informes del DANE o incluso detrás de los discursos del presidente Santos nos muestran lo que esa mayoría llena de esperanza no se ha detenido a reconocer. Esos números reflejan el porqué Colombia es ni más ni menos, el país de la exclusión.  Esa exclusión que por definición se trata de separar grupos de gente de la sociedad en general, ya sea hacia la cúspide o la base de la pirámide.

Cuando Santos celebró y se jactó de que la economía colombiana creció al 4,3% en el segundo trimestre de 2014, olvidó contarle al país que el coeficiente GINI (que mide la desigualdad dentro de los países) para Colombia se mantiene en 0,539 desde hace ya un largo tiempo, constituyendo así uno de los más altos índices de desigualdad en la región, que a su vez es la región más desigual del mundo.  Seguramente Santos también se ha olvidado de que la constancia en el índice refleja que la exclusión social en Colombia se reproduce intergeneracionalmente, es decir se traduce de generación en generación, factor que agrava la condición.

Siguiendo con el panorama del país de la exclusión, a Santos y a la clase dirigente política del país muy seguramente también se les olvida recordarnos que la OCDE (Organización para la cooperación y desarrollo económico) reportó que el 10% más pobre de los colombianos pagan el 4,5% de sus ingresos en impuestos; mientras que el 10% más rico paga el 2,8% de ingresos en impuestos.  Contradicción y exclusión social en su máxima expresión.

A estos factores habrá que sumarles unos cuantos más. Por poner otro ejemplo, la exclusión se refleja en la debilidad de la seguridad social en Colombia. Un estudio del Banco Mundial afirma que tan sólo 1 de cada 5 adultos mayores en Colombia tiene seguridad social, cifras alarmantes que probablemente a la clase dirigente del país no le conviene divulgar.  Esto en gran medida tiene que ver con la informalidad del mercado laboral que ni reformas pensionales como la ley 100 de 1993 han logrado si quiera solucionar. La informalidad, otro de los pilares de la exclusión, alcanza niveles de escándalo en Colombia hasta tal punto que el 68% de la población económicamente activa pertenece al sector informal. Al panorama aterrador de los adultos en Colombia hay que añadir que de las personas bajo la línea de la pobreza, 24% corresponden a niños menores de 10 años, por lo que la exclusión en la seguridad social se agrava en los menores.

Como si no fuera suficiente,  Santos parece olvidar en la celebración de sus discursos la agravante situación del sistema educativo en el país. Mientras ocupamos el puesto 61 de 65 en las pruebas PISA,  la cobertura en educación superior apenas alcanza el 42%, en promedio 30 puntos menos a los países de la OCDE, esa organización a la que Colombia aspira entrar. Con cobertura deficiente, y calidad desastrosa, se tiene el escenario ideal para seguir alimentando la exclusión social también desde la educación, esto sólo por hablar de la educación superior.

Desigualdad en ingresos, exclusión en el sistema tributario, desprotección e inseguridad social, informalidad laboral así como pésima cobertura y calidad en educación son sólo algunos de los indicadores del país de la exclusión. A estos habrá que añadir el clientelismo, así como los ridículos índices de corrupción que conllevan a la desviación y utilización indebida e ineficiente de los recursos públicos para favorecer los ya conocidos intereses particulares de la élite política colombiana. Lo anterior simplemente nos hace sumergir en nuestra condición de exclusión social y excesiva concentración del poder.

Es por esto que antes de celebrar y jactarnos del crecimiento económico colombiano al más puro estilo Santos; o antes de sentir gratitud por que la pobreza bajó 2 puntos porcentuales, es necesario darnos cuenta del montón de factores que detrás de esos números nos hunden en la desigualdad y exclusión. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde, pero en el país de la exclusión resulta difícil hasta encontrarla.

 

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