El Mal Economista

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El Mal Economista

Que la mano invisible haga lo suyo. Voy a vivir el laissez faire. Me voy a permitir equivocarme aunque eso me haga un mal economista por momentos

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Por Juan Sebastián Viveros

Twitter: @s_viveros; @maleconomista

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Mientras pensaba acerca de qué temas quería tratar en mi siguiente columna, muchas ideas pasaban por mi cabeza. Pensaba en temas como la política monetaria en Estados Unidos, los Papeles de Panamá, la moción de censura al ministro Cárdenas, entre otros. Incluso pensé en escribir acerca de cómo nos iría a los colombianos si Trump llegara a la presidencia en Estados Unidos. En fin, en mil y una cosas pensaba, pero ninguna me atrapaba.

Quise distraerme un poco tratando de oxigenar mi cerebro a fin de escoger algo en lo cual escribir. Dio la casualidad que mi señora madre estaba buscando un papel y me pidió que la ayudara porque tenía que entregarlo en la empresa donde trabaja al día siguiente. Me senté y comenzamos a buscar el dichoso papel. Entre ese mundo de hojas, porque realmente eran muchísimas, ella encontró un test que había hecho para elempleo.com. El test no tenía más de tres párrafos y no era de conocimientos en su campo sino de aptitudes personales y uno que otro consejo de cómo relacionarse.

Primero ella lo leyó para sí mientras yo seguía buscando el bendito papel. De pronto ella soltó una risa y me dijo “Este test lo hice en 2007. En ese momento no creí lo que me dijeron, pero ahora que veo atrás me doy cuenta que tenían toda la razón”. No pude contener la curiosidad así que paré la búsqueda y leí el test.

Créame, la sorpresa no fue pequeña. Con cada frase que leía sentía que me describían a mí. Sabía que me parecía mucho a mi mamá, en nuestra forma de ser y sin embargo nunca pensé que fuera en esa magnitud. Para resumirle, el test decía, a mi mamá en su tiempo, y a mí ahora, que dejáramos de preocuparnos por todo, que no era posible controlar todo. Que si bien se notaba la capacidad de liderazgo, de análisis, de síntesis y las aptitudes para trazar objetivos claros que tiene mi mamá era bueno bajarle a las revoluciones de vez en cuando. Cosas como “Sea sensible a quienes lo rodean, adáptese a ellos y no espere que todos se adapten a usted” y “Aprenda a escuchar” cincelaron mi filosofía de vida. Una filosofía de vida que consciente-mente no recuerdo haber escogido, pero de la cual termine siendo protagonista.

En fin, ese test me puso a pensar. Durante mucho tiempo abrasé lo que creí me haría un buen economista y alguien sobresaliente en la vida. Traté de controlar lo incontrolable. Quería que todo saliera perfecto siempre.

Pero aquí le cuento otra historia de mi vida. Fue una frase que me dijo uno de mis primeros jefes. Yo estaba haciendo mi práctica profesional en una de las entidades del Gobierno y el hombre quería que le ayudáramos a pensar ideas para aumentar las exportaciones. Necesitaba algo que tranquilizara a la Ministra y esta a su vez pudiera excusarse con el Presidente por el mal desempeño de las exportaciones. Tuvimos un pequeño debate con los presentes en la sala acerca de las ideas que iban saliendo, hasta que al final el jefe cerró diciendo “eso es como en las políticas públicas: lo perfecto termina siendo enemigo de lo bueno”.

Eso también me puso a pensar. ¿Acaso no todos buscábamos una vida perfecta? ¿Acaso no todos deberíamos ser individuos racionales que saben escoger bien y maximizan su felicidad?

El jefe tenía toda la razón al citar a Voltaire.

Me di cuenta entonces que si bien es cierto que uno quiere algo, debe hacer que pase, y ese “hacer” tiene sus limitaciones. Y dichas limitaciones precisamente tienen su raíz en el sustantivo de la frase, es decir, en mí, en cada uno. No puede nacer perfección de manos de alguien imperfecto. Simplemente no se puede. Concluí en darles la razón a Adam Smith y a los representantes del liberalismo clásico; por lo menos en este caso. Que la mano invisible haga lo suyo. Voy a vivir el laissez faire. Me voy a permitir equivocarme aunque eso me haga un mal economista por momentos, y de paso le hago honores al nombre de este blog.

Decidí escribir acerca de esto luego de dos episodios. El primero hace unos meses. Por fuertes dolores en el pecho tuve que acudir al doctor. Después de un electrocardiograma el diagnóstico fue estrés. “Usted está muy pelado para que a los 21 años este en esas. ¡Ojo!” fue lo que dijo el doctor. El segundo, hace unas semanas. Un fuerte dolor abdominal me impidió trabajar ese día. Nuevamente el diagnóstico: estrés.

Por eso, la próxima vez que sienta que mi comportamiento “se enmarca dentro de un mundo predecible, ordenado y planeado” o que sienta que establezco mi “propio ritmo y espera que los demás lo mantengan” como evocaba el test, me voy a recordar “Que la mano invisible haga lo suyo. Voy a vivir el laissez faire. Me voy a permitir equivocarme aunque eso me haga un mal economista por momentos”.

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