Por: Sebastián Mayor
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Pensar como un economista implica hacer un constante análisis de costo beneficio, de maximización de recursos, y de restricción de presupuesto a la hora de escoger un buen plan de vacaciones. Puede ser que se consiga por un costo que se considera justo, o por el contrario, puede generar ciertas frustraciones al encontrar ciertas “injusticias” debido a los costos más altos que debe pagar un turista.
Si para llegar al destino escogido hay que comprar pasajes de avión, un economista puede llegar a sentir que se enfrenta a un oligopolio, en donde apenas unas pocas empresas pueden ofrecer el servicio y por consiguiente la competencia, en especial para algunos destinos, es casi nula y por consiguiente los precios son más altos.
Esto sin tener en cuenta los costos con los que no se cuenta, como el de las maletas, el del pasabordo y otros que cobran algunas aerolíneas. Muchas veces las opciones más baratas de viaje tienen los peores horarios o hacen escalas, por lo que se debe pensar cosas cómo el tiempo que se va a perder vale por lo menos lo que se va a ahorrar. Además se cuestiona la molestia que puede generar el cambio de avión y la espera en otro aeropuerto compensan el ahorro con respecto al otro pasaje.
Las preguntas per se resultan un poco subjetivas ya que el costo del tiempo o la molestia que puede generar algo son difíciles de medir, pero cada uno sabe hasta dónde está dispuesto a pagar por un tipo de servicio o los sacrificios que está dispuesto a realizar para ir al sitio que desea.
La situación mejora bastante al momento de escoger el hospedaje debido a que la oferta de hoteles, hostales, apartamentos para alquilar etc. es mucho más amplia que la de los aviones. El servicio que ofrece cada lugar y sus características hacen que sea fácil encontrar uno que se ajuste al gusto, las necesidades y el presupuesto de cada uno. Un economista puede pensar que este mercado es mucho más competitivo que el de las aerolíneas y le puede brindar una mayor satisfacción. Además, en caso de sentirse inconforme siempre existe la posibilidad de buscar otro, algo que aunque es posible, resulta más difícil con las aerolíneas.
El economista también está pensando en la oferta y la demanda de bienes y servicios que cambia dependiendo de la época del año. Se puede pensar que la oferta de vuelos y hoteles es constante en todas las épocas del año, o por lo menos que las variaciones son mínimas.
Lo mismo ocurre con las carreteras, que independientemente de la época del año en que se usen sólo pueden recibir un número máximo de vehículos circulando. Sin embargo, es conocido que algunas épocas del año como por ejemplo el fin de año, semana santa o el verano para algunos destinos internacionales son épocas en donde la demanda de viaje es mucho más alta y por consiguiente se van a encontrar mayores precios y una mayor cantidad de personas. Por lo que si se quiere pagar menos o tener una mayor tranquilidad con menos personas alrededor, se debe pensar en qué momento se cree que van a viajar los demás.
Hay otro tema que preocupa al economista, pero frente al que puede hacer poco, y es la coyuntura económica del momento. Si resulta que su época de vacaciones es en un momento en el que el peso está devaluado y ya había organizado un viaje al exterior, debe tener en cuenta que el mismo viaje que había planeado hace sólo unas semanas en ese momento le saldrá mucho más caro. Pero a menos de que trabaje en el Banco de la República y tenga el poder para influenciar el mercado cambiario, frente a este aspecto no le queda más que rezar para que el peso se encuentre revaluado en la época de su viaje y tenga un mayor poder adquisitivo en otros países.
Sin darse cuenta, todas las personas—sin tener que ser economistas— piensan en estas cosas a la hora de viajar. Sin embargo, lo que cambia respecto al economista es que éste lo hace de forma consciente, sabiendo que en cada raciocinio está aplicando lo que alguna vez aprendió en sus cursos introductorios de la carrera.