Por: Fernando Cárdenas
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Los economistas estamos entrenados para hacer cosas que nunca terminamos aplicando en la vida real. Jamás he visto a ninguno de mis compañeros de clase maximizando funciones en un almacén de cadena mientras hacen mercado, nunca he visto a nadie analizar la utilidad marginal de un trago más mientras trata de levantarse a alguien (a quien decidió levantarse porque el valor esperado del coqueteo descarado era mayor al de quedarse en la casa), jamás he estado con alguien que haga un estudio juicioso de costo beneficio cuando va a romper la dieta descaradamente, ni tampoco he visto a nadie correr una regresión para tratar de ganarse la polla de un mundial. El conocimiento que los economistas tenemos sobre la vida cotidiana es supremamente inútil para el actuar diario, pero, ¿por qué? La verdad es que no sé, pero en vista de que me tiré un montón de plata estudiando esta vaina y no lo estoy aprovechando pues hoy decidí que lo voy a aplicar. Esta es mi reflexión económica del día que me entró la vena del arte y quise armar una banda.
Mi banda era medio mentira, hasta el día de hoy el tecladista y el bajista no se han visto la cara. Igual yo estaba en el colegio y me sentía el tipo más play porque mi guitarra barata por fin iba a tocar acordes que yo escribí y sonaban medio coherentes (después resultó que plagié a Polikarpa y Sus Viciosas y a Wamba en la misma canción, sin querer por supuesto, pero que nunca nadie dude de mi capacidad para hacer remixes), todo esto sin darme cuenta de que armé la banda muy mal desde un punto de vista microeconómico. La primera gran embarrada que cometí fue en la escogencia del género, los Extintos Según Darwin éramos solo una banda más de rock en español, teníamos un chimpancé de logo pero no teníamos nada que nos diferenciara de la competencia. En el colegio había una banda excelente del mismo género, El Sonido del Ciruelo, y como cuatro mil bandas de tropipop (Wamba, Majua, Mesa Para Cinco, etc…), entre esas bandas ya controlaban el mercado, y nosotros con costos de producción altísimos asociados a pagar ensayadero y coordinar a seis pubers con talento nulo, nos quedamos por fuera del oligopolio. De haber decidido ser un grupo a capela o hacer reggaetón con pistas ya hechas para reducir el costo pudimos haber tenido al menos cinco minutos de fama escolar, cosa que sí terminó haciendo alguien después.
La segunda gran embarrada fue la escogencia de la alineación. El error estuvo en que invertimos el poco capital (palanca) que teníamos en conseguir tres guitarristas, dos de los cuales cantábamos (mal), convencer al de los teclados que vivía en Chía para que entrara al casco urbano a ensayar, y escoger uno de los tres bajistas que teníamos cerca… Pero el costo fijo de la batería ni se nos pasó por la cabeza. De haber escogido primero al baterista, que tuviera batería en la casa, nos hubiéramos ahorrado un montón de plata y no nos hubiera tocado ayunar en el recreo para tener plata para ensayar. También nos gastamos un montón de tiempo pensando el negocio, yo llegaba a mi casa muy emocionado a tratar de escribir canciones con letras profundas, a tratar de aprender acordes nuevos en mi guitarra barata (que todavía tengo y no pienso botar), a comparar fotos de chimpancés a ver cuál iba mejor con nosotros, a todo menos a montar una línea de producción, a tratar de juntar gente que tuviera tiempo para tocar y disposición para aprenderse las canciones.
La tercera gran embarrada fue la tragedia de los comunes tan bárbara que se armó dentro de la banda. Explico para los no economistas, imagínese que hay una laguna con X cantidad de mojarritas (porque según entendí cuando era chiquito las mojarritas se pueden pescar en las lagunitas), hay tres pescadores con capacidad de pesca ilimitada y los tres tienen que decidir cuánto agarran sin preguntarle a los demás. Hay dos posibles salidas de este juego, la primera es que los pescadores logren comunicarse entre sí y acuerden pescar poco para darle oportunidad a las mojarras de reproducirse y así poder volver a pescar en un segundo periodo; la segunda salida es que todos ataquen sin piedad la población de mojarras, y para el segundo periodo ya no haya un solo pez en el agua. Esto se llama una tragedia de los comunes. Tras decir esto ahora explico por qué esto aplica a mi banda: el primer ensayo descubrimos que el guitarrista #3 estaba en clases muy caras y quería hacer solos de blues de media hora para mostrarlo, a mí lo que me importaba era que la idea de la canción que tenía en la cabeza sonara tal y como yo la había escrito, el otro vocalista quería letras chistosas y rimas extrañas, y pues, al tecladista ni le gustaba el rock en español. Por supuesto cada uno cogió por su lado y secamos ese estanque sin piedad alguna.
Así fue como llegué a donde estoy hoy, mi banda murió aunque me quedaron un par de canciones decentes y los mismos mejores amigos (el otro vocalista y el de los teclados) por ocho años más. Entré al mercado y perdí, pero aprendí una lección muy valiosa sobre la inversión y la utilidad marginal en la música. Ya entendí que como yo nunca tuve clases de guitarra formales no voy a poder competir en el mercado de guitarristas, mis costos son muy altos. Lo que decidí hacer fue diversificar mi producto, entendí que la utilidad marginal de seguir dándole a la guitarra era muy poca, en cada hora que practicaba no mejoraba mucho, compré un harmónica y empecé de ceros porque a cada hora mejoraba montones, cuando ya no mejoraba tanto cada hora entonces aprendí a hacer slapping en el bajo, cuando se me ampollaron los dedos entonces decidí aprender a cantar (todavía mal, pero menos), cuando me dio gripa y se me fue la voz compré un ukulele, y así. Mi talento no es nulo, pero tampoco es mucho, lo que pasa es que le metí sentido económico y entendí que tocar muchos instrumentos a medias es mucho más útil que tocar uno espectacularmente bien; especialmente si, al igual que los míos, su tiempo, plata y talento son recursos escasos.