El Mal Economista

Publicado el El Mal Economista (EME)

Colombia, mi viejo y yo

La lonchera no se patea. Si el primo en tercer grado era el alcalde y además había regalado los mercaditos, las tejitas, los ladrillos, o el guaro,- ¡Ojo con eso, el guaro es vital!- pues qué carajo importaba si seguían sin agua potable, sin gas natural, sin vías decentes, sin un puesto de salud.

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Fuente: gratisography.com

Mi padre siempre se jactó de ser un hombre con ideas políticas claras, concisas, las que defendió a capa y espada, a riesgo de ganarse enemigos o de formar alborotos, aunque esto último lo disfrutaba mucho. Para un cachaco como él, rancio casi en sus costumbres, con el acelerador a fondo  y habituado al ritmo de la capital, terminar sus días en un tranquilo pueblo valluno podía significar a veces una verdadera pesadilla.

El tipo alegaba porque no había horarios extendidos; porque, según él la pereza invadía cuanto funcionario tenía la desgracia de atenderlo, o por que no encontraba en el limitado comercio algún artilugio del que se antojaba.

Pero sin lugar a dudas, una de las tantas y tantas cosas que dañaban el buen humor de mi padre era la forma amañada, torcida y corrupta con que unos cuantos pretendían  dirigir el destino de pueblitos sencillos, así como en el que él recomenzó su vida. Aunque con lo que más luchaba (quizá de forma poco didáctica) era con esa tolerancia de los habitantes, esa complicidad disfrazada de resignación, que aplaudía las fiestas patronales más que la remodelación de la escuela rural.

Pero bueno, si todos son familia entre sí ¿qué puede esperarse? La lonchera no se patea. Si el primo en tercer grado era el alcalde y además había regalado los mercaditos, las tejitas, los ladrillos, o el guaro,- ¡Ojo con eso, el guaro es vital!- pues qué carajo importaba si seguían sin agua potable, sin gas natural, sin vías decentes, sin un puesto de salud. Había guaro, lo demás podía esperar.

Mientras mi papá terminaba uno de sus muchos crucigramas, se daba el lujo de ver pasar la vida cotidiana del caserío, a veces interrumpido por algún dolorido vecino, quien  rogaba  le librara de la muela más endemoniada que pudiera imaginar. Otras veces, era algún desdentado que deseaba volver a sonreír, y así, los sentaba en la enorme silla, abría sus bocas y comenzaba una charla gentil, animada, con escasa respuesta de su interlocutor, bien por el molde, bien por dolor. Casi siempre, terminaban en el mismo tema, sentándose en la palabra para ilustrar a su paciente cómo es que funcionaba la política, a veces con ciertos chascarrillos, otras tantas con la indignación propia de quien no entiende por qué este país funciona al revés.

En estos días de división, desinformación y polarización, me pregunto cuál sería el análisis de mi papá si estuviese vivo. Apenas vivió un año del primer periodo de Santos, dudo que le hubiese entusiasmado un segundo, pero seguramente lo habría preferido a otro de Uribe a través de Oscar Iván Zuluaga.

Él habría devorado esas doscientas noventa y siete páginas de los acuerdos, para luego sacar de dudas a sus pacientes o darse el gusto de destrozar desdeñosamente a cualquier  uribista que intentara demostrarle por qué los acuerdos con las FARC-EP son un fraude, habría releído las modificaciones y aplaudido el que se desistiera de otro plebiscito.

Seguramente me habría llamado para comentar alguna de las noticias falsas de las tantas que circulan, seguiría en twitter a Ramiro Bejarano con el mismo gusto que leía sus columnas de El Espectador; ya le habría llenado la tasa a Paloma Valencia y a la Cabal; monseñor Ordóñez seguro lo habría bloqueado, respetaría a Claudia López y definitivamente habría votado SI en el plebiscito. Todo ello mientras  resolvía sus infinitos crucigramas, leía algún libro o la prensa, siempre al calor de un buen tinto.

A él le habría entusiasmado este Proceso de paz, el que las nuevas generaciones se estén interesando en la situación política y social que los rodea, haciendo sentir su voz pidiendo un cambio rotundo. No dudo que habría seguido los debates, pero sobre todo, mi padre habría sido feliz de pensar que al menos uno de los males de este país se trató con una fórmula distinta a las balas.

Aunque no pude comentar con el viejo esta realidad macondiana, repleta de discursos acomodados, contradicciones, pugnas por el poder,  y situaciones propias de una patética tragicomedia, sé que como ciudadana y tal como me lo enseñó, lo mínimo que debo hacer es tratar de comprender cuán grande será el impacto de este hecho histórico en nuestro porvenir, en todos los ámbitos, para bien y para mal, porque nada es del todo limpio, bueno y perfecto, mucho menos en este país.

Que falta mucho más, es cierto. Que realmente el Proceso no garantiza la paz en el país, es verdad, pero ya es un primer paso, papá, por algo teníamos que empezar.

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