Por: Johan Toscano
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Sin importar cuántas crisis económicas haya o cuántas caídas del mercado bursátil vengan, no hay cosa que afecte más el bolsillo que una ruptura con la pareja. Y antes que me tilden de sentimental, mejor desarrollo la idea.
En todo ciclo podríamos hablar de las mismas variables, sus duraciones cambian dependiendo de la situación en particular. Dentro de las particularidades que pueda haber hay puntos que coinciden, esos indicadores de afecto y atención muestran qué tan bien va la relación. Sin embargo, como esto no es una historia feliz, empezamos por la recesión, o sea, “la terminada”.

La recesión la podemos diagnosticar con los momentos más duros de la relación. La vaina no prospera, se necesita una constante inversión para reactivarla -que la salida, que la comida, que el motel-, pero nada ayuda; Suele también venir acompañada de una crisis diplomática evidente pues no hay cómo ponerse de acuerdo. Ahí no hay Humberto de la Calle que negocie paz. La ruptura llega como una vil bandera insignia del colapso final. Para completar si usted no fue precavido y se endeudó como Grecia en apuros, prepárese porque lo que viene no es bueno.
La depresión es fácilmente reconocible con su llegada abanderada de ruptura, una etapa que tiene puntos o indicadores adicionales. El primero de estos es cuando usted anda pagando deudas de regalos que le dio a su ex, o pagando cosas que planeó pagarían juntos, lo que lo volvería en una versión de Grecia pero expulsada de la UE. Otra señal surge cuando le empieza a parecer que el dinero no le alcanza, pero ¿cómo habría de alcanzarle si es que ahora los gastos corren solo por su cuenta?. Ya no hay economía de escala o división de gastos que ayude. Mientras usted regula sus gastos y paga deudas solo –como individuo soltero que ahora es- tendrá que apretarse un poco el bolsillo. Sobre todo más porque de seguro habrá un nuevo rubro destinado a inversión en trago y fiesta para pasar esa tusa y seguir adelante. Posiblemente apoyado por amigos, ayudándole a llevar al menos la carga emocional.
Con el tiempo y con trabajo duro de seguro vendrán mejores épocas, se encontrará con la fase de recuperación cuando haya ordenado sus cuentas y haya saldado una que otra deuda. Ojo acá, no se confíe. Renuncie al impulso de invertir excesivamente en cosas inútiles. “Que para que mi ex vea de lo que se perdió”, ¡NO! Esto lo puede devolver a la fase anterior y alargar el período de austeridad, que muy posiblemente viene acompañado de recaída en la tusa porque acá todo cae en bloque. Tanto la plata como el estado de ánimo.
Para cuando haya saldado el desborde de capital que traía de su relación podrá empezar a notar las bondades del auge: mejor ánimo y disposición, estabilidad económica, ya no hay tanta quejadera por todo y dejará la insignia de: “es que ya nada me sale bien”. A este punto debo decir que la plata no es todo en la vida, pero de que ayuda, ¡ayuda! Al menos a llevar épocas duras como la de una ruptura.
Hay algo importante por resaltar y es que la gravedad de la crisis suele ser directamente proporcional a lo extensa que fue la relación. Ni hablar de una relación que estaba en estado de matrimonio, que viene siendo algo así como el máximo agravante de todos porque para nadie es un secreto que el divorcio le puede salir más costoso que la boda y muy posiblemente necesite una inversión más fuerte. Porque, aparte del trago y distracción que puede necesitar, hay que pagarle honorarios al abogado.
En últimas, las relaciones son casi inevitables. Tarde o temprano se cae en una y lo que queda es disfrutarlas mientras duran. Países y personas por igual deben estar preparados para todos los casos, ahorrar en tiempo de «vacas gordas» y tener cuidado en la época de «vacas flacas». También es recomendable invertir cuando se pueda teniendo cuidado con los riesgos, porque el amor es como en la economía, uno se mueve a punta de supuestos.