El Mal Economista

Publicado el El Mal Economista (EME)

Carta abierta a los habitantes de Bogotá

Bogotá, 2.600 metros más cerca de las estrellas, pero cada vez más lejos del lugar en el cual quiero vivir.

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Tomado de: http://www.skyscrapercity.com/showthread.php?t=718138&page=58

Por: Santiago Morera Torres

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Vivo en Bogotá hace más de 20 años. Es la ciudad que me vio nacer, que me brindó la oportunidad de estudiar, trabajar, seguir estudiando, volver a estudiar y finalmente labrar mi camino para cumplir lo que me he propuesto. No obstante, siento que Bogotá hace mucho tiempo, casi sin que ninguno de nosotros se diera cuenta, dejó de ser la Atenas Suramericana, el sitio imperdible para visitar en América Latina o el lugar en el que quiero que mis hijos vivan. Y no se equivoquen, yo amo a Bogotá, estoy orgulloso de decir en un bar de otro país que soy bogotano, que sus majestuosos cerros orientales dejan ver uno de los amaneceres más hermosos del país y que es el lugar en el que nacieron mis padres, mis abuelos y quizá mis bisabuelos también. Simplemente necesito desahogarme, dejar salir la frustración que tengo en mi pecho que es, de paso, la de miles de habitantes de Bogotá que, como yo, ya no aguantan más.

Para empezar, no me siento orgulloso de que, aunque estemos rodeados de bosques y humedales, gracias a los autobuses que están capando chatarrización hace años, seamos una de las ciudades con el aire más contaminado del continente. No estoy orgulloso de no poder salir en carro por la ciudad sin tener que preocuparme por dañar los rines en cualquiera de los huecos que tienen las calles de la capital, o en su defecto, que me roben los espejos cuando espero que cambie el semáforo o mientras estoy en uno de los clásicos trancones de hora pico. Mucho menos me enorgullece decir que en la Zona T es más fácil conseguir un gramo de cocaína o una prepago que un policía preocupado por algo que no sea parar carros particulares para ver cuántos están usando Uber.

El sentimiento de impotencia es tal que no tengo otra opción que quejarme y dirigirme a quien sea que lea esta carta, con la esperanza de concientizar y tal vez llegar a ser un agente de cambio, pero eso sí, un agente de cambio virtual, porque en Bogotá ni siquiera me puedo quejar en la calle y reprender a los que obran mal, a los que dañan el espacio público, a los que violan mis derechos como ciudadano, porque más que conseguir que los malhechores recapaciten, lo único que voy a recibir es un grito de “sapo, lambón…”, y si estoy de suerte, un golpe o una puñalada. No olvidemos al hombre que asesinaron en el Portal del Norte por ser un buen ciudadano. No olvidemos que al día de hoy en Bogotá es más peligroso ser bueno que malo.

Vivimos en la ciudad en la que golpean a los que ejercen pedagogía vestidos de conos porque piden “que si por favor puede parquear bien la moto”, un ejercicio en el que muchos celebran al agresor porque “qué metidos, solo fueron cinco minutos”. Como dice el alcalde: “el pato lo pagamos todos”, pero al final nadie lo paga cuando grafitean nuestras casas, cuando nos roban y manosean en Transmilenio o incluso cuando nos salpicamos con baldosas sueltas y encharcadas en la calle. Vivimos en la ciudad en la que nos podemos ir de rumba a lugares bien, como dice mi mamá, pero que no importa qué tan bien sean los lugares, pues no sabemos si vamos a volver a casa. Para la muestra el deleznable caso de Fabián Herrera, quien vivió en carne propia uno de los episodios más tristes registrados últimamente.

En Bogotá son vivos los que hacen doble fila para evadir el trancón, los que adulteran taxímetros y los que usan los carriles exclusivos de Transmilenio; y bobos los que gastamos cinco minutos cruzando el puente peatonal y los que alzamos la mano cuando nos dan mal las vueltas en el supermercado. Pero no les diga nada a los vivos, porque todos saben que el vivo vive del bobo, una máxima que, al parecer, rige la vida de muchos de los habitantes de nuestra bella pero golpeada ciudad.

Ya ni siquiera me aguanto ver pasar la misma ruta del SITP tres veces seguidas cuando estuve esperándola una hora en el paradero. ¡Ah! Y ya que hablamos del SITP, qué tal si al menos nuestra ciudad consigue un récord Guinness por ser la ciudad con el sistema integrado de transporte público provisional más largo de la historia, pues porque ya saben: si del cielo te caen limones, aprende a hacer limonada. Pero en serio, antes de seguir endulzándonos el oído con el supuesto metro que se viene escuchando desde que colapsó el tranvía en la década del 40, ¿qué tal si nos dedicamos a terminar el SITP como Dios manda? Porque la verdad, hace bastante que dejó de importarme si el metro es subterráneo, aéreo o acuático, ahora solo me interesa regresar a mi casa dignamente y, al parecer, en Bogotá nunca lo voy a lograr.

Ahora, ¿qué no se ha dicho de Transmilenio? Sí, que roban, que matan, que manosean, que hay cucarachas, que es sucio, que es lleno, que huele mal, que los buses no pasan, que contamina y bueno, mil cosas más, pero en esta carta quiero dirigirme a ustedes y hacer especial hincapié en la cultura ciudadana, porque es la gente la que vuelve una experiencia horrible en una verdadera pesadilla, porque nos hemos vuelto insensibles a todos los eventos que suceden en el sistema, porque es muy chistoso ver al hombre de me enloquezco pero no nos damos cuenta de que en gran parte Transmilenio no funciona por los mismos ciudadanos. Es tan degradante la situación de la cultura ciudadana, que incluso algunos justifican su vandalismo disfrazándolo de protesta, ya sea dañando las estaciones, organizando colatones o simplemente subiendo y bajando por las puertas de las estaciones todos los días. Aunque a su forma de ver las cosas ustedes piensen que esa es una propuesta válida de protesta, no es la imagen que quiero que tenga la gente de mí y mi ciudad. Alguna vez escuché una vergonzosa historia de un extranjero que preguntaba si es que el torniquete estaba dañado y por eso todos lo saltaban. Pero claro, en Bogotá está bien visto estar en pie de lucha robando a todos los ciudadanos al colarse casi diariamente: otra característica más que agregar a los vivos de la capital.

Autor: Jairo Eduardo

Tomada de: https://static.iris.net.co/dinero/upload/images/ 2015/10/30/215469_134658_5.

Esa es Bogotá, la Bogotá de todos y de nadie, en la que todo es culpa de los no bogotanos que vienen a buscar oportunidades al centro del país, en la que se bota basura en la calle porque al fin y al cabo “esta no es mi ciudad”, en la que se volvió normal escuchar historias como las de Rosa Elvira Cely, Natalia Ponce de León o Yuliana Samboní. Y la verdad, ya me cansé. ¿Y si yo no quiero ser vivo? ¿Y si yo quiero obrar bien? Pues bueno, seguramente si le digo a algún habitante de la ciudad mis quejas, me responderá con el típico “si no le gusta Bogotá, váyase”, una respuesta que antes me resbalaba, pero ahora me parece acertada, porque no importa si voto por la izquierda o la derecha para la alcaldía: son los ciudadanos los que hacen ciudad. Y si la cultura no se puede cambiar, creo que la única solución es empezar a votar con los pies. El problema es que amo Bogotá y creo que huir de ella sería una ingratitud con la ciudad que me hizo quien soy.

Como bogotano me duele mi ciudad, me duele escribir tantos problemas y darme cuenta de que todos son ciertos, que no puedo recortar ninguno. Siento que mi fantástica ciudad se va al traste y nadie puede salvarla. Siento que a todos les importa más comparar a la Bogotá Humana con la Bogotá mejor para todos, pero que se olvidan de Santafé de Bogotá, la capital del país, en la que vivimos todos, la que alguna vez soñó Pedro Medina Avendaño en sus letras, la blanca estrella que alumbra en los Andes, la Bogotá que está 2.600 metros más cerca de las estrellas, pero cada vez más lejos del lugar en el que quiero vivir.

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