Desde la Academia

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Para mitigar sin segregar: Encierros focalizados para luchar contra el COVID19

Por David Bardey

Desde que volví a practicar un arte marcial mixto (después de 15 años), me preguntaba por qué, además, de aprender las técnicas, los entrenamientos eran tan exigentes físicamente. Más allá de mi percepción causada por el envejecimiento de mi cuerpo, la respuesta de mi profe fue sencilla: “Si alguien te amenaza con un cuchillo, tu corazón bate a 160 y tu cuerpo no funciona de la misma forma, en particular tu campo visual se reduce. El entrenamiento es para meterte en las mismas condiciones fisiológicas y que tengas una visión casi normal en estas condiciones.”

Me sorprendió que haya tenido que escuchar la respuesta por parte de mi profesor para entender eso y no haber conectado con algo que conocemos bien en los estudios de ciencias sociales, es decir, los sesgos cognitivos que nos generan las situaciones de miedo. En particular, sabemos que los individuos que tienen sustos tienden a focalizarse en la fuente principal del peligro y pierden la visión global de la situación que enfrentan, lo que les puede poner a veces en situaciones aún más peligrosas, por lo menos en el mediano plazo.

Un ejemplo de una experiencia colectiva de terror se ha vivido en Europa por los atentados perpetrados por el Estado Islámico. La gente tuvo que enfrentar durante varios años una situación de estrés permanente, siempre teniendo en mente que algo podía pasar. Al mismo tiempo y por las mismas causas, los países europeos enfrentaron una inmigración masiva de civiles, principalmente provenientes de Siria para escapar de los combates y los bombardeos de los grupos terroristas y del gobierno sin piedad de Bachar El Assad. El mar mediterráneo estaba entonces (y de hecho todavía hay olas de migrantes) lleno de barcos sobrecargados de migrantes que tomaban todos los riesgos para escaparse de una muerte programada.

Muchos ciudadanos europeos aterrorizados por los atentados perdieron la visión global y su humanismo, e hicieron presiones sobre sus gobiernos para no recibir los barcos de migrantes, los cuales terminaron a veces huyendo con todos sus pasajeros en el silencio anónimo del mar mediterráneo. En otro contexto, la mayoría de los europeos muestran más empatía y tienen posiciones lejanas a las tesis xenófobas. Pero con el susto del terrorismo y, por el hecho de que en estos barcos se podían también esconder terroristas, prefirieron mirar del otro lado e ignorar las condiciones inhumanas en las que se encontraban los migrantes. En otras palabras, el terror les hizo enfocarse en un solo problema.

Tengo la impresión de que algo parecido está sucediendo con el coronavirus. Frente a un escenario de terror bastante plausible, en el cual buena parte de la población se contagie (por las características del virus, se espera que un 60% de la población se contagie) y con una letalidad bastante alta del virus (inferior al 1%), el Gobierno colombiano decidió reaccionar rápidamente y ha importado las medidas de cuarentena que adoptaron países desarrollados. Estas medidas de encierros generalizados (u horizontales) tienen como objetivo comprar el tiempo necesario para que el sistema de salud esté lo más preparado posible para la atención de la pandemia. En otras palabras, el famoso “aplanar la curva” significa también aplazar la propagación, y por ende, hacer más largo el tiempo en el cual tendremos que vivir con la epidemia. Esta mayor duración de la epidemia implica también dificultades económicas grandes, las cuales a su turno, pueden crear problemas de salud pública muy complicados, y también letales. En efecto, es bastante documentado que las recesiones económicas son bastante letales también. Por eso, si queremos minimizar el número total de muertos en la sociedad, creo que es importante buscar el menos peor balance entre las consecuencias directas del coronavirus, y las consecuencias indirectas causadas por su necesaria mitigación.

A mi modo de ver, este “copy – paste” es peligroso y perverso. Estas medidas de encierros horizontales se pueden implementar de manera mucho más fácil en países desarrollados que tienen esquemas de protección social más eficientes que el nuestro, de tal forma que la gente bloqueada en sus casas pueda recibir ingresos y mantenerse a flote. Por ejemplo, a través de una figura de desempleo parcial (importado de Alemania), el Estado francés está haciendo transferencias al 40% de la población activa que lo necesita. Por los esquemas de seguros de desempleo existentes, la implementación de esta medida tomó menos de una semana.

En nuestra latitud, la realidad que vive la gente con estas medidas de encierros es totalmente diferente según su estrato social. Con la medida de encierros que solamente los estratos altos pueden cumplir sin (o con menor) pérdida de ingreso y, por ende, sin hambre, las personas de los estratos bajos tendrán que salir rápidamente a las calles y volver a sus actividades de rebusque diario. Una primeras simulaciones que se encuentran disponibles en redes sociales tienden en corroborar eso (ver cuenta de Twitter de Supercontra). La consecuencia de eso es entonces obvia: la gente más pobre y más vulnerable se va a contagiar mucho más, mientras que, los “cuellos blancos” hacen teletrabajo desde sus casas, aislados del virus. Mejor dicho, aplicando los encierros actuales, estamos sobreexponiendo al virus a la gente menos favorecida de la sociedad, e irónicamente ellos nos van a proteger, porque a medida que se contagien, se va a desarrollar una inmunidad colectiva en toda la sociedad. En otras palabras, a la inequidad de la distribución de los ingresos se va a sumar otra inequidad por la exposición asimétrica al virus. Esta doble inequidad, muchas personas de los barrios favorecidos, prefieren no verla invocando que tenemos que proteger a toda la sociedad del coronavirus con estas medidas de encierros. Por las cifras que compartí al principio, el susto que genera el coronavirus es totalmente legítimo, pero nos impide a veces ver que estamos aplicando una doble pena a la gente ya menos favorecida. Como lo escribió Alejandro Gaviria en su columna del 4 de abril, son “muertos invisibles”.

El equilibrio que acabo de describir no es una fatalidad, y lo podemos mejorar y volverlo mucho más equitativo mientras luchamos de manera más eficiente contra la propagación del virus. Por ejemplo, se pueden implementar encierros más focalizados y que no sean socialmente estratificados. En lugar de pedir a los menos favorecidos de proteger a los más favorecidos como lo estamos haciendo actualmente de manera implícita, podríamos organizar los encierros de tal forma que los no vulnerables al virus, es decir las personas jóvenes o sin pre-condiciones médicas complicadas, vuelvan a sus actividades laborales (si no viven con personas vulnerables) de manera independiente de su estrato socioeconómico. De esta forma, una fracción significativa de personas no vulnerables se contagiará, pero la gran mayoría se quedará asintóticos o con síntomas leves, es decir sin congestionar los hospitales. Con el incremento de los contagiados estaremos protegiendo a los más vulnerables por la inmunidad colectiva, sin importar que sean ricos o pobres.

Si queremos enfrentar el coronavirus y que sea lo menos letal posible en Colombia, tenemos que ver el problema en su globalidad, es decir entender las interacciones que tiene la epidemia con las condiciones socioeconómicas de la gente. Si miramos solo del lado del coronavirus sin tener en cuenta los aspectos sociales y económicos, tendremos más muertos y condenamos a la gente menos favorecida a una doble pena.

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