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La adicción de nuestros gobernantes a las cuarentenas

Por David Bardey

Como ya es bien conocido, los economistas tenemos esta tendencia de introducirnos en los campos de investigación de otras disciplinas, y en este orden de ideas, no resistimos a la tentación de investigar los comportamientos de consumo de drogas ilícitas. Más precisamente, se tratar de explicar bajo el prisma de la famosa “racionalidad de los agentes económicos” por qué unas personas se vuelven adictas a las drogas, y a pesar de la nocividad de estos productos, por qué siguen en ellas. Después de recordar brevemente esta teoría económica, la trasladaré a la adicción aparente que tienen algunos de nuestros gobernantes a los encierros en tiempos de pandemia.

La teoría de consumo de drogas

Esta teoría la debemos a Gary Becker (premio Nobel de economía), quien fue profesor de la Universidad de Chicago. Becker desarrolló un modelo atractivo para entender la racionalidad detrás del comportamiento de los drogadictos. En efecto, si uno quiere luchar contra el consumo de drogas, el primer paso es entenderlo, dado que no sirve para nada juzgarlo. En su modelo Becker resalta dos efectos que generan el consumo de drogas:

  • Por un lado, son consumos nocivos, por lo cual implican una reducción de la utilidad (total) de sus usuarios. Claramente, esta reducción de utilidad puede encontrar su justificación en el deterioro de los estados de salud, de los estados psicológicos, y a veces de la pérdida de nexos sociales.
  • Por otro lado, son consumos placenteros, donde la utilidad de tomar una dosis adicional aumenta siempre (lo que los economistas llaman el incremento de la utilidad marginal).

Este segundo fenómeno explica la adicción a las drogas a pesar de su nocividad. En efecto, el hecho de que una dosis adicional dé un “gustico extra” a sus usuarios, genera un fenómeno de complementariedad intertemporal del consumo, es decir que el incremento de satisfacción que tenemos hoy depende de la dosis que tomamos el día anterior. En este sentido se vuelve “casi racional” seguir consumiendo una droga a pesar de su nocividad, y esto se debe más que todo al consumo de esta durante los días anteriores. Es un fenómeno un poco parecido al argumento de las personas que justifican continuar con el mismo viejo carro, porque ya le han invertido mucho dinero en distintas reparaciones. Pues, en efecto lo más barato para poder desplazarse el día siguiente es seguir reparando el carro, pero considerando un horizonte de tiempo más largo, es claramente una pésima opción.

La adicción a las cuarentenas

Algo parecido está pasando con algunos gobernantes nuestros en estos tiempos terribles de pandemia. Empezamos con cuarentenas muy tempranas (había menos de 200 casos reportados en todo el país cuando nos encerramos) para limitar la reproducción del virus. Ahora, una de las justificaciones que escuchamos para continuar con el encierro es que, si nos encerramos siendo que había menos de 200 infectados en el país, sería contradictorio no encerrarnos ahora que ya tenemos más de 173.000 casos reportados (obviamente, sin cuestionarse mucho si los encierros han dado los resultados esperados). Este razonamiento tiene su racionalidad desde la perspectiva de la utilidad marginal creciente, la cual hemos visto, genera una complementariedad intertemporal de los comportamientos adoptados. Mejor dicho, como ya nos hemos encerrado tanto tiempo, sería una lástima no obtener el beneficio adicional en términos de reducción de la velocidad de reproducción del virus al encerrarnos un poco más.

Este razonamiento se entiende en un muy corto plazo, pero como en el caso de las adicciones a las drogas, genera efectos terribles si lo consideramos con un horizonte de tiempo más largo. Justamente, además del efecto de muy corto plazo de las cuarentenas, las consecuencias de largo plazo son muy nocivas y se alimentan entre ellas. Sin pretender ser exhaustivo, comparto varios efectos económicos, sociales, sanitarios o políticos de las cuarentenas extensas:

  • Efecto económico-1: claramente los encierros paralizan buena parte del aparato productivo del país, lo que refuerza la recesión económica y destruye empleo. Esto ya lo estamos viviendo en carne propia y Colombia es uno de los países más tocados en la región y de los países de la OCDE, con un desempleo, que para mayo de 2020, alcanzó el 21,4%, según cifras recientes del DANE.
  • Efecto económico-2: en caso de un mal manejo fiscal, la recesión económica puede implicar que Colombia pierda su grado de inversión en las calificaciones de las agencias. El crecimiento de la economía colombiana depende de manera importante de las inversiones directas provenientes de afuera; por ende, perder este grado de inversión puede ser terrible para la economía colombiana, pues impediría que muchas empresas extranjeras puedan invertir en Colombia, y obligaría a otras ya implantadas a buscar otro país para producir. De nuevo, muchos empleos se pueden destruir por este canal.
  • Efecto social-1: la recesión afecta más a la población menos favorecida, la cual es también la más expuesta al virus. Se habla de un retroceso en términos de consolidación de la clase media que nos haría perder los avances sociales de los últimos 10 años según Fedesarrollo y 20 años según la Universidad de Los Andes.
  • Efecto social-2: parece que la crisis está aumentando la brecha de género en el mercado laboral, la cual de por sí ya era estructuralmente alta. La mujer ha sido la más penalizada por la crisis generada por el coronavirus, por el incremento de los oficios y el cuidado de las personas del hogar, en particular de los niños dado que las escuelas e instituciones de cuidado se encuentran cerradas durante la pandemia.
  • Efecto social-3: las consecuencias sobre los niños pueden ser terribles para su desarrollo psicomotor, especialmente porque los encerramos, mientras que el virus los ataca muy poco. Además, la educación virtual sin duda refuerza todas las inequidades ya existentes. No toda la población colombiana tiene acceso a la tecnología necesaria ni está equipada de la misma forma para este nuevo reto de la virtualidad.
  • Efecto sanitario colateral-1: los encierros no facilitan las campañas de vacunación y, como ya lo señalaron la OMS y Unicef, la parálisis en estas campañas de vacunación puede generar brotes de otras enfermedades contagiosas (p.ej. sarampión, varicela, etc.), las cuales pueden resultar más letales que el propio coronavirus.
  • Efecto sanitario colateral-2: los diagnósticos tardíos de algunas enfermedades, como cáncer y otras patologías, pueden causar muchas muertes también. Para darles un ejemplo, en Reino Unido se estiman más de 30.000 muertes prematuras por cáncer en los próximos años por la falta de tratamiento y detección temprana durante el tiempo muerto de la pandemia y por las medidas tomadas para luchar contra ella.
  • Efecto sanitario colateral-3: los encierros no son para nada buenos para la salud mental de la gente. Podemos leer cada día artículos que tratan este tema, aunque las consecuencias de largo plazo son aún relativamente desconocidas.
  • Efecto político: cuando la clase media pierde muy rápidamente los beneficios de un progreso social lento y difícilmente adquirido, esto puede crear una bomba social, la cual se convierte políticamente hablando en populismo. Este populismo puede ser tanto de izquierda como de derecha y consiste, en ambos casos, en posponer los problemas, agravándolos, en lugar de resolverlos.

Seamos honestos: con o sin encierros, el sistema de salud va a colapsar en el mes que viene, en particular por la congestión de las UCIs. Creer que alargar más la cuarentena es óptimo, consiste en creer que, las vidas que podemos salvar marginalmente por congestionar menos las UCIs durante el pr´ximo mes dominarán todos los efectos negativos y persistentes que acabé de mencionar. No creo que sea políticamente responsable apuntar hacia alargar más la cuarentena y el horizonte de tiempo de los gobernantes tiene que ir más allá del próximo mes. Claramente el alivio muy temporal que nos dará una nueva cuarentena nunca compensará las pérdidas humanas y económicas que generará en el mediano y largo plazo. Sin duda, perder este alivio temporal será doloroso, como lo es cualquier inicio de abstinencia, pero es el camino colectivo hacia un mejor futuro.

 

 

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