Julio de 1999. En la Copa América disputada en territorio paraguayo, Johnnier Montaño era el dueño de las portadas de la prensa nacional. Con 16 años, 5 meses y 147 días, el vallecaucano se había constituido en el futbolista más joven de la historia de la Copa América al debutar en el partido que Colombia le ganó por 1-0 a Uruguay. Aquella noche el joven deslumbró con un repertorio de gambetas y un atrevimiento impropio ante jugadores de amplio bagaje. Javier Álvarez, entonces técnico del seleccionado mayor le dio el aval para mostrar sus notables condiciones y no defraudó. Su gol ante Argentina (en la noche partido que Palermo erró los tres penales) desató un aluvión mediático entorno a su figura. Sentenciaron la aparición de un nuevo prodigio futbolístico y los procesos naturales que se deben llevar a cabo para enseñar el camino correcto hacia la consolidación, se tomaron a la ligera.
Al mayor de los Montaño la fama le llegó en una edad donde la formación y los valores son más importantes que explotar las condiciones innatas de manera prematura. A los 16 años un futbolista no está mentalmente preparado para recibir un elogio ni para asumir con madurez una crítica. “Me siento con fuerzas para todo”, dijo en aquel momento. Producto de la sobreexposición y la falta de una buena asesoría, Johnnier empezó a marcar el declive de su carrera futbolística con constantes inconvenientes. Perdió la disciplina, el espíritu de sacrificio y no forjó un temperamento sereno. Su carrera se convirtió en un ida y vuelta por diferentes clubes de Italia, Colombia y Qatar. En ninguno jugó más de una temporada, factor que le impidió obtener continuidad y le pasó factura. Su recuperación futbolística ya no dependía exclusivamente de su talento natural.
Bajo ese manto de vaivenes se tejía la carrera de Víctor Hugo, el menor de los Montaño, un apasionado por genética de la pelota y admirador del fútbol de su hermano aunque él fuese menos malabarista.
Lucha, velocidad y potencia fueron su marca registrada desde que empezó a jugar a nivel profesional. Sin embargo, sus ganas, el empeño y el sacrificio le jugaban en contra cuando de definir la jugada se trataba. Tomarse la cabeza o buscar el porqué a la falta de eficacia ante el arco rival por medio de un reproche, se convirtieron en la imagen más repetida desde que Millonarios le abrió las puertas del profesionalismo en la temporada 2002. Algunos reconocían su entrega, otros simplemente lo miraban con desdén e incredulidad. Su primer año finalizó sin festejos.
Un año más tarde llegó en el Mundial Sub 20 de Emiratos Árabes, la confianza de Reinaldo Rueda potenció al joven vallecaucano. Allí su aporte en la red fue decisivo en los juegos de octavos y cuartos de final. Marcó el segundo gol en el dramático 3-2 ante Irlanda (gol de Erwin “El Alpinito” Carrillo en el minuto 90) y selló el pase a semifinales anotando el único tanto ante la selección anfitriona. Su sueño mundialista y el de toda la selección fueron interrumpidos por un joven español llamado Andrés Iniesta.
La dosis de confianza posmundial le permitió despegar y romper la sequía en la capital antes de alistar maletas rumbo a Francia marcando 6 tantos en 44 partidos. Se fue en silencio, sin las estridencias que provocó el traspaso de su hermano al Parma en 1999. Su destino fue el modesto Istres, ascendido a Le Championnat en la temporada 2004. Su rendimiento individual en ese primer año fue de la mano con el pobre desempeño del equipo que regresó a segunda división. Víctor marcó dos goles, su cifra no le brindaba el respaldo para continuar en primera y su adaptación al medio europeo se convertía en un tema complejo. Pero instalado en segunda división encontró un lugar en el histórico Montpellier, lugar donde dejaron huella el incomparable Valderrama y el goleador Víctor Bonilla.
Inscrito en la lista de buena fe para la temporada 05/06, Víctor Hugo empezó a fortalecer las bases para lograr una mejor adaptación. Sus primeros pasos en el club en medio de trotes y la rutina normal, no se enfatizaron en tirar diagonales en punta ni en elaborar desmarques para rematar la jugada de manera correcta. Nada de eso. Su primera meta fue analizar el entorno. Conoció las costumbres, el club, sus compañeros y estudió francés. Lo aprendió, logró adaptarse y con ello llegó su contribución. El equipo ejecutó un proyecto en el que el delantero fue llevado sin prisa. Sus números corroboran la evolución. Durante cuatro temporadas en segunda división facturó 27 goles. Sin dudas, la temporada pasada fue la muestra de su explosión. Anotó 15 tantos, se constituyó en el goleador del equipo y Montpellier volvió a primera tras cinco años de ausencia.
Para René Girard, el gestor del anhelado ascenso, es titular indiscutido. Es su referente de ataque. Ha marcado cinco goles, tira diagonales, buenos desmarques, saca provecho de su velocidad y encontró lo que le faltaba en los últimos metros: tranquilidad. Sus dos goles en el partido ante Lille certifican su próspero momento. El equipo está cerca del liderato a 4 puntos del Burdeos (28), algo impensado para un conjunto cuyo objetivo era la permanencia en la élite del fútbol galo.
Su nombre ha vuelto tomar fuerza. A sus 25 años y con una experiencia forjada con esmero y dedicación, este delantero le rinde tributo con sudor a su fecha de nacimiento: 1 de mayo. Justo el día internacional del trabajador. Ahora es una referencia goleadora en el campeonato de primera.
Los roles se invirtieron. Hace 10 años todas las miradas eran para el talentoso Johnnier, quien a sus 26 años relanzó su carrera en el fútbol peruano. Hoy, el tiempo y el fútbol se encargan de premiar el sacrificio de Víctor Hugo, dueño de las entrevistas y las portadas de los diarios.