Te escribo a ti/a mí/a nosotros/a ustedes.
En una línea de tiempo paralela a la de ustedes, nosotros seguimos juntos. Esos abrazos y esas lágrimas de despedida en el aeropuerto no existieron en este tiempo en el que seguimos unidos con dos hijos, la perra de siempre, un gato y dieciocho matas. Y de una complicidad que perdura. Y de una amistad que aún se confunde con atracción. Quiero contarles un poco más de lo que habrían podido vivir juntos si no se hubieran separado por un viaje. Les habría encantado como a nosotros nos está encantando.
Hemos conocido 21 países. Algunos los recorrimos sin mucho más dinero del que nos dio mi talento para contar y del tuyo para contar y cantar. Y no viajamos así por falta de dinero, sino por la emoción de lo ligero. La plata no nos ha angustiado nunca. De hecho, la premisa de trabajar fuera de oficinas nos sirvió para comprar una casa vieja de ventanales grandes, techo bajo, piezas anchas y un estudio que huele a libros viejos y a aromática de frutos rojos.
Es un pequeño museo que nos define un poco: fotos de viajes, de aniversarios y de mujeres desnudas, plantas que cuelgan del techo y otras que lo rozan, pinturas de labios besándose, cerámicas en forma de elefantes, muñecos de tiranosaurios en miniatura, un cuadro que reproduce un gif diferente cada tres días, un Play Station 7, un televisor gigante y un ukelele arrumado junto a una batería eléctrica. Y muchos adornos que no hemos sido capaces de botar.
Allí, tú en el escritorio que mira hacia la montaña a través de la ventana y yo sentado cerca de la puerta, nos compartimos adjetivos y nos reímos de lugares comunes. A veces nos encontramos en la mitad para ver películas y en otras para amarnos cuando los niños deciden ir al colegio. Cuando deciden quedarse, retoman su verdadera educación y nosotros nos adaptamos a ellos. La música de fondo siempre nos acompaña.
En la casa hay tres dormitorios más y quienes comparten son los niños. Nosotros tenemos una habitación cada uno; tú duermes con el perro y yo con el gato, pero a veces caminamos en puntitas en lo oscuro para amanecer abrazados. Y si no existiera el hambre de la mañana, permaneceríamos en ese estado por siempre, viéndonos de costado, juntando las narices y confesándonos todo sin decir nada.
Cuando algún estómago ruge como el de un oso boca arriba, yo me levanto a preparar algo. Los desayunos me corresponden desde que por fin aprendí a cocinar, mientras que tu tarea entre semana es manejar 9 kilómetros en un jeep para llevar a los niños hasta el colegio. Hemos cambiado algunas cosas desde que nos conocimos.
De hecho, ya no peleamos por la razón, el ego dejó de ser un entrometido y la infidelidad está tácitamente aprobada así no nos interese. Solíamos perseguirnos en círculos hasta que hace un tiempo empezamos a mirar el mismo horizonte y a caminar hacia él tomados de la mano. A veces nos soltamos con la tranquilidad de que, tal vez, nos agarraremos de nuevo y convencidos de que el instante debe morir para poder repetirse.
En fin. Basta de nosotros. Hablemos de ustedes.
Como dije antes, les hubiera encantado vivir esto, pero no les escribo desde un universo paralelo para mortificarlos con lo que se perdieron. Todo lo contrario. Viajé a un pasado alterno que para ustedes es el presente y los encontré separados, en diferentes países, cómplices de la cotidianidad que decidieron vivir por separado, abrazándose en el soñar, convencidos de que amor no es igual a noviazgo, deseando enseñanzas en el camino del otro así eso signifique encontrar una pareja nueva, disfrutando de la independencia, dispuestos a dejarse llevar sin ataduras. Y también preguntándose qué habría pasado si no hubieran terminado por un viaje que impedía que fuera para ambos.
Pero no se preocupen por lo que pudo ser. Tal vez se vuelvan a encontrar en el amor y puedan vivir tan felices como en mi presente que para ustedes sería un futuro alterno. Si se vuelven a encontrar, quizá puedan convivir sin preguntarse, como nosotros, si un viaje por separado hubiera fortalecido más a cada uno. Serían incluso más felices, más comprensivos, más libres, más desprendidos. Pero si no se reencuentran en el amor, no se arrepientan, no miren hacia atrás y disfruten de una amistad que les habrá dejado un noviazgo auténtico.
De cualquier manera, ojalá se reencuentren. El cómo y el para qué no importan.