Tenis al revés

Publicado el @JuanDiegoR

Los ludópatas del tenis

No arreglamos partidos ni alteramos marcadores. Nada ilegal. O no del todo: en un torneo en Guayaquil (2007) recurrimos a los juegos de apuesta en los ratos libres. Cuando se suspendían los partidos por lluvia o, simplemente, porque sí. En mi caso, toda la semana le di rienda suelta al blackjack, pues perdí en las primeras rondas del cuadro clasificatorio y le fui cogiendo el gustico a las cartas.  Tanto que me guardé un as de la baraja bajo el mantel de la mesa y luego, por arte de magia, volví con muchas bolsas del centro comercial. ¡Dios mío, ya me arrepentí!

Caricatura de Anddy Roddick.

Lo admito: yo empecé con el temita de las apuestas. Es que había perdido con un argentino ladronzuelo (debí haberle puesto pólvora a las líneas) en segunda ronda de clasificación y quedé sin mucho qué hacer. Entonces pedí un balón de fútbol prestado y reté a quien se me cruzara a que se enfrentara conmigo a los penaltis: un dólar por atajada. Lo malo en medio de mi lucro deportivo fue que a mi amigo Juan Carlos Sierra le torcí un dedo. Mi disparo, certero, fue a parar en su anular y no pudo volver a empuñar bien (Salió en primera ronda). ¡Ups! Yo tan Roberto Carlos y tú tan osteoporosis. Luego de lesionar al primero, tuve que cambiar de pasatiempo. Busqué algo que estuviera relacionado con apuestas, claro. ¡Yo quería regresar con regalitos para la familia!

Entonces hallé un naipe en miniatura al fondo de mi termo-back y pensé que podía incrementar mi capital. Recordé que me había ido tan bien antes con el Blackjack que mi maleta siempre volvía con una que otra muda de ropa nueva: apostábamos camisetas de Agassi, tenis de moda y dinero. Decíamos en casa que en la mesa poníamos fríjoles. El monto mínimo real en ese torneo de Guayaquil era de 10 dólares y corríamos el riesgo de que el tallador doblara. A los cuatro días, ya habíamos convencido a toda la delegación colombiana de que se unieran al juego. Junto con un par de amigos, mientras tanto,  jugábamos a lucrarnos, que es muy diferente. Desde la mañana, con cara de avaros, apartamos los cuatro ases de la baraja y el pobre tallador no podía creer que fuera real nuestra maldita racha.

A decir verdad, muchos tenistas son ludópatas por instinto. Y si no pregúntenle a Yevgeni Kafelnikov que se volvió jugador profesional de póker tras el retiro de las canchas. Y a Nikolay Davidenko que fue acusado de prestarse para amaño de resultados. Y también pregúntenle a unas amigas mías (Jennifer Argáez y Melisa Londoño) que en dobles compraban bolazos. Sí: persuadían a una de las rivales para que colocara un regalito en la T a cambio de unos pesos. La que otra contrincante que no era persuadida salía turulata y llena de morados.

¡Qué cosas se veían! Pirinola, tasos con monedas de cien, guayabita, duda y toda clase de juegos con cartas. Esa vez en Guayaquil fue la 21. Yo regresé a Colombia con regalitos pero los compañeros que continuaron con la gira hacia Perú compraron una maleta de chips multicolores y una baraja de esos de los casinos profesionales. Unos perdieron zapatos, otros feriaron camisetas y dólares.

Eso sí, todos perdimos tiempo.

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