Tenis al revés

Publicado el @JuanDiegoR

Estadios que acaban familias

Hoy me desperté extrañando las 3:30pm de los domingos y los tiempos cándidos del estadio de mi vida. Aún sin pararme de la cama, recordé la señora que analizaba jugadas para silenciar el machismo, los aficionados rivales tomando tinto en el intermedio, la niña durmiendo mientras su papá alentaba, el olor a frutas, helado y dedos de queso, el sonido de trompetas respetuosas. Y la decencia de mi padre.

BarrasBravas

Su empeño porque me quitara la gorra durante el himno, la insistencia por respetar los minutos de silencio y sus regaños por frustrarme en las derrotas. Recordé algunas enseñanzas que apaciguaron al barrabrava que hubiera podido ser: animar a quienes pateaban a la tribuna y no al arco para que lo volvieran a intentar, alentar a los aficionados pesimistas y reírse en los resultados adversos porque solo afectaban al ego. El fútbol —me repetía— es un estilo de vida; no la vida.

Después de alimentar la nostalgia por minutos, todavía sin pararme de la cama, me invadió una especie de indignación porque me di cuenta de que las tribunas me fueron quitando poco a poco la posibilidad de ver la versión más amable de mi padre. Y esa indignación me dio la fuerza para decidir que dejaría de ser hincha, porque hoy entendí que no puedo esperar a que las tribunas vuelvan a ser como antes para unirme en otro abrazo con mi padre después de un gol.

Y porque en realidad siempre he sido más hincha de él y de mi hermano menor. Hincha de nosotros en el estadio. El equipo solo fue la excusa para desafiar la inexpresividad de los tres en casa y para descubrirnos cómplices. Los triunfos nunca me dieron ganas de enrostrárselos a los fanáticos rivales, sino de celebrarlos con ellos. Ganamos tres abrazos a cero, dijo una tarde mi hermano.

Por eso hoy me levanté extrañando a ese fútbol que permitía la unión de los tres y reprochándole a este fútbol que me haya quitado las ganas de ser familia en un estadio. Mi mente amaneció en el pasado mientras mi cuerpo siguió perteneciendo a una actualidad con más espectáculo, récords y técnica en la cancha, pero con hinchas esclavos del mercadeo, el resultado y la guerra.

Tan triste como la violencia de los vándalos que se camuflan en el sonido de los redoblantes, es el aficionado que prefiere humillar al rival que celebrar su propia victoria, que chifla un color distinto, insulta a sus propios jugadores, se siente juez por tener una boleta en la mano y no necesita un cuchillo para ser hostil desde su asiento. La violencia en los estadios no solo se vive detrás de las porterías.

Los aficionados de otras tribunas son peligrosos porque van al estadio con un elemento sorpresa: así lleven la boleta más cara en una mano y a su hijo en la otra, pueden reaccionar con un insulto, agredir al vecino que piense diferente, empujar a quienes se sentaron por accidente en sus sillas abonadas y lanzar monedas a la cancha.

La apariencia sugiere confianza, pero su interior necesita una catarsis. Entonces las heridas verbales y físicas se pueden encontrar en cualquier localidad. Por eso decidí renunciar a las tribunas y expresar en casa todo el amor familiar. Fácil. No vaya a ser que en muchos años vuelva al estadio, no a apoyar a un equipo, sino a extrañarlos cuando ya no estén conmigo.

Por: @JuanDiegoR

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