Cuando Kei Nishikori avanzó a las semifinales del Masters 1.000 de Miami, luego de ganarle a Federer, la Asociación de Tenis de Japón envió una tropa de periodistas para que cubrieran una posible hazaña: que superara a Novak Djokovic y clasificara por primera vez a una final en un torneo de esta categoría. El día de descanso del tenista, fue el de viaje y cansancio para los tres reporteros y dos fotógrafos. El viernes, ya en Crandon Park, llegaron al centro de medios para recoger las acreditaciones. Eran las 10:00 a.m. y faltaban cinco horas para que la mala suerte se hiciera notar.
La noticia hasta entonces era que cinco periodistas habían viajado exclusivamente para ver a Kei. Que la millonaria inversión podría acabarse con una buena tarde de Novak Djokovic. Un periodista norteamericano se unió a su mesa, conversaron y almorzaron. Ellos se mostraban fascinados por la posible aventura de un día. Pero esa alegría duró poco. Muy poquito. El sonido de los altoparlantes interrumpió la conversación de la mesa y el anuncio los dejó perplejos. Kei no se presentaría por problemas físicos en el abductor. Su viaje de tantas horas había sido en vano. ¡Qué mala suerte! Pero su triste historia aún podía empeorar.
Se levantaron de la mesa. No sabían cómo actuar. Todos los miraban con desconsuelo y lástima. Decidieron entonces volver al centro de medios y preguntar por la hora de la otra semifinal entre Nadal y Berdych. Pensaron que sería el de la consolación, pero no. Una vez más el sonido de los altoparlantes fue el anuncio de su desgracia: por problemas estomacales, el checo no se presentaría al partido y el español pasaría a la final. Los periodistas viajaron un día entero, únicamente, para ver un hecho inédito en la ATP: dos semifinales por W/O en un solo día. ¡Épico! Y digno de un Meme japonés.
Y eso me recuerda, justamente, otras desgracias de mis tiempos. No olvido la cara de un tenista bogotano que viajó a Cali a un circuito Colombia y en la Liga de su ciudad nunca lo habían inscrito. Se la pasó animando a sus compañeros y visitando centros comerciales porque no lo dejaron participar. También recuerdo a un cucuteño que viajó desde su ciudad a Valencia, Venezuela, para disputar la clasificación de la Gira Cosat. Visitó al menos cuatro terminales de transporte durante tres días y, por falta de cálculo, llegó el mismo día que tenía que jugar. Llegó, más bien, 10 minutos antes del partido, con las piernas cansadas y sin adaptación. Perdió 6-0 y 6-0 y al día siguiente se devolvió por donde vino.
A mí me pasó promediando el 2001. Me pasó por sapo: Me enteré de que mi amigo Nicolás Ospina había clasificado a semifinales de un nacional en Cali. Mi papá y yo, orgullosos de mi compañero de entrenamiento, viajamos desde a Armenia a verlo, pero nunca preguntamos la hora del encuentro. Pensamos que nos esperarían, tal vez (qué pendejos). Y los celulares no eran tan populares como para comprobarlo. Y una vez llegamos, Nicolás ya había perdido 6-2 y 6-0. Al día siguiente debía estudiar, así que nos devolvimos de inmediato.
Pero la que más gracia me causa es la del papá de mi gran amigo Juan David Cálad. En el torneo interligas 2006, junto con Juan David y Jorge Suárez, perdimos en semifinales contra Antioquia, y en teoría debíamos jugar al día siguiente contra Bogotá por el tercer y cuarto puesto. El papá de Juan David, emocionado, decidió viajar desde Pereira a Bogotá para ver nuestro enfrentamiento. Viajó en la noche y a las 8:00 a.m. estaba en el Club La Hacienda. Como lo había planeado, sorprendió a Juan David, pero no tanto por su presencia como por la noticia lamentable: no habría confrontación de tercer y cuarto puesto, y en ese momento ya nos preparábamos para viajar de regreso a Pereira. Fue el que más durmió en el bus de vuelta.
Pobres todos…