Tenis al revés

Publicado el @JuanDiegoR

A los puños con Juan Sebastián Gómez

¡¿Por qué a nosotros?! Pensé luego de ver el cuadro principal de dobles de un torneo ITF cualquiera, hace cuatro años. Se leía en la hoja recién impresa que mi compañero Juan Carlos Sierra y yo enfrentaríamos en la primera ronda a Juan Sebastián Gómez y a Sebastián López. No era muy animadora la noticia de enfrentar a una dupla preclasificada. El partido fue bastante emocionante: incluyó una amenaza mutua y constante de bolazos a la cara, así como el robo más infame que ha habido en la historia del tenis y, producto de eso, una riña después del partido.

Costaba creer que le hubiésemos ganado el primer set a Gómez, al que sacaba la cara por nuestra generación y se le veía tener un futuro prometedor como profesional. En categorías inferiores, nunca le pude ganar más que un miserable set cuando teníamos 11 años. Ese día, junto con mi compañero, me ponía 6-4 en el primer set y salía invicto de agresiones físicas: a pesar de que me zumbaron y rozaron el cachete varias bolas, no pudieron pegarme. La felicidad se fue difuminando y un quiebre, unos minutos después, les permitió ganar el segundo set a ellos.

Amigos y curiosos rodearon la cancha para ver la definición: un súper Tie-Break a diez puntos o unos penaltis diabólicos. Mi mano empezó a temblar entonces, como era costumbre en mí en ese tipo de instancias. Y lo peor es que yo lucía más sereno que mi compañero, que no podía disimular los nervios. Extrañamente no nos equivocamos en la definición porque gracias a los nervios fuimos cautos. En el match point, cuando el marcador estaba 9-5, aseguré el primer saque y López cometió un error no forzado. Abracé a mi compañero, pero entonces comenzó el drama.

“¿Qué pasa?”, dijo Gómez, mientras dibujaba una sonrisa de hiena en su rostro. “Pues que ganamos”, le respondí, desafiante. “No, vamos 9-6”, contestó, mientras aguantaba las ganas de reírse. En medio de los reproches y silbidos de algunos espectadores, un árbitro entró al campo, aseguró que si no nos poníamos de acuerdo debíamos repetir el súper Tie-break. Y eso lo sabía Gómez perfectamente, así que no había otro camino que ganar de nuevo. A pesar de todo, del robo sin armas, teníamos aún tres puntos para partido. Pero nunca los aprovechamos, al menos no en teoría. Perdimos dos puntos ingenuos. Sucumbimos ante el enojo y el nerviosismo y sólo faltó sollozar como niños extraviados.

Antes de que sacara Gómez para igualar 9-9, mi compañero me dijo entre trémulo e iracundo: «Si nos ganan, en lugar de darles la mano, les doy en la cara». Chocó mi mano con la suya y me suplicó poner la pelota en juego, mientras ellos sólo sonreían. Gómez sacó un palazo a la mitad que a duras pude responder con una bola alta muy cerca de la red. López la clavó en el cuadro de la T, casi a dos metros de ancho de la línea de dobles. Encolerizado, me disponía a tirar mi raqueta contra el polvo de ladrillo, tras escuchar el “¡vamos!” contrario. Pero…

Mi amigo, una persona tímida, callada, noble, se transformó y gritó con fuerza y convicción de jugador de póker: ¡Out! Corrió como no lo hizo durante el juego, pasó por encima de la huella verdadera y mostró otra fuera de la línea. Yo, entre anonadado y por supuesto cómplice, sólo lo miraba alegar. El árbitro, que al parecer padecía una miopía más grave que la mía, ingresó una vez más al campo y aseguró: “Sí, yo la vi. Fue out”. Dos robos a mano armada y nuestra final victoria. Por poco y nos enfrentamos en un duelo: mi amigo actuaba perfecto su papel de jeque del Bronx. Mis amigos intervinieron, se provocaron los unos a los otros, nos llevaron a las duchas en un anillo de seguridad rústico. Insultos que iban y venían.

Lo positivo es que no hubo agresiones físicas. Lo malo es que en la siguiente ronda, contra dos aprendices argentinos, de los cuales uno pulió la técnica de su revés a una mano durante el segundo set, perdimos en otro súper tie-break. ¡Qué mierda!

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