Entender el río como un gran ecosistema es necesario para poder preservar las especies que lo habitan. Incluir a las comunidades de pescadores como actores activos en el proceso y articular a las diferentes autoridades ambientales son algunas de las propuestas para lograrlo.

Por: Juliana Jaimes (@Julsjaimes)

En la cuenca del río Magdalena existen alrededor de 233 especies de peces. 113 de ellas son de interés comercial y, al menos, 65 son fuente directa de alimento para los seres humanos. El río ocupa el 24% del territorio nacional y atraviesa once departamentos en los que vive el 77% de la población colombiana. Pero, pese a ser la principal arteria fluvial del país, solo hasta la década de los 70 se formalizaron las primeras medidas para su conservación. Este ecosistema de agua dulce representa además uno de los lugares más ricos en biodiversidad única en el mundo, pues el 68% del total de las especies que habitan el río son endémicas del país. (Le recomendamos: Lo que cuentan las 233 especies de peces del Magdalena)

Las estrategias de protección que hasta la fecha se han puesto en marcha se podrían dividir en cinco grandes medidas de conservación. La protección a las especies de interés comercial o en amenaza es la principal medida de conservación del país. Su actualización, con el pasar de los años, se ha centrado en la disminución de la edad y talla de los peces a la hora de su captura. Esto, según explicó Silvia López Casas, bióloga y experta en ecología de ambientes acuáticos, y quien además participó en la elaboración de varios capítulos del libro Peces de la cuenca del río Magdalena; diversidad, conservación y uso sostenible, tiene un único propósito: “garantizar que todos los individuos tengan descendencia antes de que los pesquen”.

La creación de áreas protegidas, el acompañamiento a las comunidades de pescadores y la creación de planes de ordenamiento territorial son algunas de las estrategias que actualmente existen de conservación. / Foto: Cortesía Instituto Humboldt.

Aunque la creación de áreas protegidas, el acompañamiento a las comunidades de pescadores, la creación de planes de ordenamiento territorial a lo largo de la cuenca y, el licenciamiento ambiental, son otras de las estrategias de conservación que actualmente rigen a lo largo del río, parecen no ser suficientes. De hecho, cubren solo un cuarto del total de especies de la cuenca. (Le recomendamos: Las amenazas que rodean a los emblemáticos peces del Magdalena)

La razón, para Ángela Gutiérrez, una de las biólogas que participó en la investigación, es la falta de entendimiento del río como un gran ecosistema. “No hay una visión integral del manejo de los ecosistemas, sino que existen muchas figuras que se han creado y han ido surgiendo tanto de gobierno como de instituciones, pero son muy fragmentadas entonces no hay una visión integral de cuenca que permita realmente abordar la problemática de una forma mucho más completa con todas las causas y posibles soluciones”, dijo a El Espectador.

La cuenca del río Magdalena tiene una extensión de más de 250.000 kilómetros cuadrados, y por ella responden varias autoridades nacionales como el Ministerio de Ambiente, locales como las Corporaciones Autónomas regionales y especializadas como la Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca (AUNAP), entre otras. Y aunque son varias las instituciones que están detrás del monitoreo fluvial, esa articulación -a la que se refería Gutiérrez-  se ha quedado corta.

“La AUNAP y, en algunos casos, el Ministerio de Agricultura se encarga de la parte de pescas de interés comercial, el Ministerio de Ambiente y el Instituto Humboldt de las especies que no son pescadas y no tienen interés comercial. Entonces hay muchos grupos que están regidos por diferentes normativas y por eso quedan vacíos de conservación. Y cuando hay incautaciones o trabajos institucionales en los que se encuentran irregularidades no sé sabe quién responde”, complementó López.

Dentro de la visión clásica de conservación, como también es denominada por los investigadores, existe otra artista que influye especialmente en la falta de entendimiento de la cuenca dentro de un gran sistema, y es la importancia que se le da al control de la actividad pesquera. Una preocupación que además de ser histórica, y responde a un miedo que también es tradicional en el ámbito pesquero: el agotamiento de las poblaciones de peces. Algo que, en otras palabras, se traduce en normativas represivas hacia las comunidades de pescadores que subsisten de esta actividad. (Le recomendamos:

Para Gutiérrez, si bien es cierto que cualquier actividad de extracción genera un impacto en los recursos naturales, la pesca artesanal, que es mucho más controlada por las autoridades, no siempre es la que más afecta. “La pesca ha tenido un impacto en los ecosistemas, pero cuando lo comparas con los impactos de todas las otras actividades humanas de extracción como: mal uso del suelo, ganadería, minería y la contaminación, la afectación no es tan alta. Tenemos que empezar a entender que son muchos los factores que generan pérdida de hábitat”, agregó.

La importancia de ampliar la visión de conservación del río

Los pescadores deben ser tenidos en cuenta como actores clave para potenciar la conservación del río Magdalena. / Foto: Cortesía The Nature Conservancy

El primer factor para generar estrategias de conservación que sean efectivas según explicó Yesid Rondón, biólogo de la fundación Natura y quien también participó en la investigación, es que las actualizaciones que se hagan no se piensen bajo las necesidades identificadas en el pasado. “Las medias de conservación no son estáticas, deben ser dinámicas siempre. Una medida propuesta en los70 tuvo que se reevaluada durante ese tipo. Lo que pasa en Colombia es que las medidas estáticas si bien son el punto de partida de algo, luego de un tiempo no responden porque en la vida silvestre y en los procesos de la naturaleza siempre van a haber condiciones que cambian y se van imponiendo”, explicó.

Por eso, explica la investigación, dentro de una visión un poco más holística del ecosistema, los actores que más interactúan, es decir los pescadores, deberían ser tomados en cuenta no solo como aliados claves en el monitoreo de lo que pasa en el río, sino también como personas que a través de su conocimiento ancestral aportan en la construcción de medidas que -más que restrictivas- benefician a ambas partes. Esto de hecho, ya se ha venido desarrollando por voluntad propia de los pescadores locales, quienes a través de diferentes programas protegen no solo el ecosistema acuático sino los bosques que también lo rodean.

Los pescadores deberían ser tomados en cuenta no solo como aliados claves en el monitoreo del río, sino también como personas que a través de su conocimiento ancestral aportan en la construcción de medidas de conservación. / Foto: Instituto Humboldt.

La Mesa del Bagre, un proyecto creado por los pescadores regionales, es un ejemplo de ello. Su trabajo enfocado en conservar a los bagres tigre es apoyado por una Ong e incluso fue avalado por la misma AUNAP. Las comunidades del bajo y medio Magdalena también están gestionando aproximadamente 15 Unidades Integrales de Mejoramiento Pesquero (UIMEP) que buscan crear medidas de manejo y participación local en las investigaciones y en los procesos de monitoreo.

El empoderamiento de las comunidades de pescadores locales, agregan los expertos, debería estar acompañado de un refuerzo en educación y el entendimiento de la importancia de conservación de los ecosistemas acuáticos, una deuda histórica en la información ambiental a nivel nacional. López Casas lo explica con un ejemplo muy claro: “Por lo general, la gente entiende que no puedes tener micos en un potrero, pero para los peces muchos piensas que un río es equivalente a un embalse. Entonces una de las cosas que más ha afectado es la falta de educación sobre esos ecosistemas”, agregó.

Entender la cuenca del río Magdalena como un sistema dinámico es saber que lo que pasa arriba afecta también abajo, y que su salud depende de la integridad de todas las partes, incluyendo a los ecosistemas terrestres que la rodean. Por eso, según concluyen los autores, sus medidas de manejo no deben ser sectorizadas o desarticuladas entre sí. Una desconexión que no es solo burocrática sino también cultural. “Se tiene que observar todo a partir del concepto de cuenca. Es decir, desde su nacimiento en el Huila, hasta la descarga en el Atlántico para tener una visión que mitigue varias presiones y para que el resultado pueda ser más robusto”, concluyó Yesid Rondón.

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