Pelota literaria

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SUEÑOS DE FUTBOL

Llevo 18 días sin fútbol en vivo. Mi último partido fue aquel bello y lejano Liverpool 2- Atlético de Madrid 3. Algo intuí aquella tarde. Una corazonada decía que era un juego especial por lo que se disputaba, por lo que ocurrió en esos mágicos 120 minutos, y por lo que anticipó esa noche europea. Aquel pitazo final que destronaba al campeón y redimía al Cholo, nos anunciaba a millones que el fútbol se iría extinguiendo poco a poco por culpa de un virus y no sabríamos ni sabemos ahora a ciencia cierta cuándo volveremos a disfrutar de un partido con transmisión en directo.

Esta última semana de marzo aún leí que en la Liga de Australia el Newcastle jugaba contra Melbourne y que en Burundi todavía seguía disputándose el campeonato local. Hasta esos rincones del planeta me trasladé virtualmente para envidiar a lejanas aficiones en su milagro y bendición sobrenatural de estar viendo fútbol en plenos finales de marzo del 2020, cuando el planeta está encerrado en angustias, enfermo de ansiedad, conectado virtualmente, olvidado de las masas sociales, de la tribus futbolísticas, de las noches de gloria, de los fines de semana con partidos en diversas latitudes, y encuentros en algún parque o calle para patear la pelota con varios apasionados. Hoy el planeta está callado, silencioso, apagado y contenido en su deseo por gritar al menos un gol y llenarlo de abrazos.

Soy uno más de los millones que entendemos mucho de la vida por esa pelota que rueda desde que fuimos pequeños y dibujamos el mundo circular no por la geografía o por los cartógrafos si no porque nuestras dichas, sonrisas, ilusiones y aspiraciones rodaban por el suelo, eran esféricas de cuero y nos congregaban con los otros para entendernos más a nosotros.

Hoy ese fútbol real que no existe más que en la memoria, aparece de cuando en cuando en las noches mientras duermo en forma de sueños. Explicación freudiana a que esos deseos insatisfechos brotan en la noche mientras el cuerpo descansa y la triste realidad se deja en pausa. Soñé jugando con Lionel Messi un clásico ante el Madrid, Lio estaba con sobrepeso y bajo de forma por el parón de estas semanas y ante la insuficiencia de haber entrenado en el césped, y sólo haber pateado el papel higiénico; disfruté verlo en el campo, y sentir que mi sola presencia podía ayudarle en su magia para ganar ante los blancos. El partido iba 1-0 a favor del Real Madrid, no supe cómo acabó. La escena se fue difuminando y al rato, un par de horas tal vez, desperté para regresar a una realidad sin fútbol pero feliz de lo que había vivido en ese entretiempo nocturno que me llevó a una dimensión de dicha y gozo.

Días después, leí en el diario que Zinedine Zidane había publicado en un libro sus memorias. Conectado con esa realidad, me encontré al mismísimo «Zizou» en otro sueño en un restaurante campestre, él con toda su familia, y en la misma mesa hablando de fútbol. Fui feliz en aquel diálogo y cuando estaba listo para preguntarle por James Rodríguez, el sueño se alteró y me quedé sin esa chiva para compartirles en este espacio.

Anoche, último sábado de este marzo incomprensible y adúltero que nos está cambiando, volvió el fútbol a mi mente durante el sueño. Me encontré en Bogotá con Enzo Francescoli, el hoy director deportivo de River, hablamos de fútbol, lo invité a un sitio a comer carne, y le narré mi última visita a Buenos Aires donde vi a su equipo ganarle 1-6 a Racing en Avellaneda. Nos hicimos amigos en un santiamén, le organicé su ida al aeropuerto para tomar su avión -hoy impensable- de regreso hacia Argentina.

Quienes nos vieron hablando juntos, le pedían autógrafos y me preguntaban cómo me había hecho amigo de uno de los más grandes futbolistas de Sudamérica en los últimos 40 años.

Fui feliz como se es en la infancia; desperté con una emoción y el recuerdo vivo del sueño tal cual aquí está escrito. Tal vez hoy por hoy, la única forma de vivir felices con ese fútbol ausente y bello, es dormir y encontrarnos mágicas sorpresas alrededor de este deporte que de día y de noche, despiertos, solos, acompañados, en medio de la pandemia o en épocas gloriosas, hace de la vida y del existir, algo aún más especial y sin duda, extraordinariamente sobrenatural.

 

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