Pelota literaria

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QATAR 2022

Casi todo el planeta vuelve a girar entorno a una pelota por las próximas cuatro semanas. Cuando el balón empiece a rodar este domingo al enfrentar a Qatar contra Ecuador, seremos testigos de la Primera Copa en el mundo árabe y musulmán. No es cualquier cosa para un deporte que se inventó desde la modernidad en Europa y que sigue abrazando cada vez más geografías, culturas, razas y credos.

El escepticismo y deseos de boicot en cientos de miles tiene argumentos razonables: al menos 6,500 trabajadores perdieron la vida al construir los estadios mundialistas en condiciones infrahumanas; y los costos en inversión qatarí fueron de unos 200,000 millones de dólares en un planeta post-pandémico, con una guerra intra-europea, y ad portas de una recesión. Dichas situaciones llaman a una profunda reflexión y crítica pero no la suficiente para que nos roben la posibilidad de disfrutar del fútbol.

Este deporte en su esencia y lejos de las excentricidades a los que la industria quiere condenarlo sigue siendo un bálsamo contra la desesperanza, un grito a la unión, un ejemplo del cooperativismo y trabajo de equipo, un desahogo a las penurias por las que sobrevive media humanidad y un espacio para el sueño de millones de infantes y jóvenes que en cualquier pedazo de tierra con una pelota aspiran vidas diferentes, vestir su camiseta nacional y estar en un torneo de esta envergadura defendiendo una patria y luchando por saborear unos minutos de gloria.

Entrando al césped en medio de semejante desierto vestido de opulencia, 32 selecciones harán vibrar al orbe. India nunca ha jugado un Mundial pero es uno de los cinco países con mayor audiencia para esta Copa, como Brasil, México, Estados Unidos o Argentina.

Los estudios matemáticos avalan a los pentacampeones como grandes favoritos luego de dos décadas de sequía; Argentina llega en un estado de ánimo pletórico para aspirar a un cetro no sólo esquivo desde 1986, pero también lleno de misticismo y leyenda en caso de que sea puesto sobre la cabeza del mejor jugador del Mundo en los últimos 15 años: Lionel Messi.

En Europa, los campeones franceses deberán superar esa mística primera fase que suele condenar a los reyes vigentes, también su avalancha de lesiones y además, una situación en el  vestuario que lleva tiempo sin tregua; Alemania revestida sobre el uniforme del Bayern, se asoma como un equipo siempre queriente de títulos; y España con una selección joven bajo el mando del particular Luis Enrique tiene algún chance de sumar su segunda estrella al escudo. En otro plano, podrían estar Portugal, Bélgica y Holanda que no han logrado nunca pasar de la aspiración al triunfo.

La Celeste Uruguaya tiene gloria, equipo y mucha garra, sin embargo, podrían extrañar mucho a Tabárez para estos escenarios. Senegal que se quedó sin Mané pero tiene una generación con una década de avances debería poder besar una semifinal.  Alguna otra sorpresa podríamos encontrar con Croacia, Ecuador o Dinamarca.

En Canadá, -que participa por segunda vez en su historia-, la mínima aspiración que existe en su afición es poder celebrar un gol en un Mundial luego de que se fueron en ceros de México’86.

Tal vez ese gol o un triunfo canadiense nos alerte desde ya como raza humana para exigirnos más en nuestros valores, derechos y honestidad en los juicios y críticas, y no sólo cuando se habla de Mundiales. Por cierto, el siguiente del 2026 en Canadá-México y Estados Unidos-, todos «aprobados» en trato a migrantes, políticas de tolerancia y ejemplos de apertura y adalides de la moral.

 

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