Pelota literaria

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NOCHE ATIPICA Y EPICA EN MESTALLA

Esta no era una noche cualquiera del año de 2020 en Valencia. Era noche de Champions y el equipo Ché, se jugaba el paso a los cuartos de final ante dos rivales. El primero un poderoso Atalanta de Bérgamo que es sensación en el Viejo Continente; el segundo, la ausencia de su público en el gran escenario de Mestalla.

Esta medida, determinada por las autoridades para evitar más contagios por el Coronavirus, dejó el estadio como un elefante de cemento en la edad del hielo. Ver saltar los jugadores al campo y casi que escuchar sus pisadas en el césped daba miedo. Observar la grada llena de fantasmas y sillas vacías oscurecía un momento de fiesta y eclipsaba el espíritu para la remontada -Valencia necesitaba ganar por 3-0 para estar emplazado como uno de los ocho mejores de Europa-.

Jóvenes entusiastas en el círculo central hicieron vibrar como de costumbre el símbolo de la Copa de Europa, ello acompañado por el audio puesto en el estadio por algún técnico valiente que decidió aceptar la misión de ser uno de los pocos espectadores en campo que estuvieron presentes, además de los jugadores lesionados, los recoge-pelotas y el personal de seguridad y logística que cuida del estadio cuando este duerme entre partido y partido.

Con ese ámbito invernal, atípico y gélido en el ambiente, empezó el partido y quien dio el primer zarpazo para poner las cosas más surrealistas fue el visitante a los noventa segundos de juego. Una gambeta por derecha del esloveno Josip Iicic generó un penalty a favor del Atalanta que el árbitro sin miedo, ni silbido, ni rechiflas del público, pitó al instante.

Gol del equipo de Bérgamo para el 0-1 y la remontada ya subió al escalón de milagro. Los gritos de los entrenadores retumbaban hasta el rincón más lejano de las gradas, y cada toque de balón se oía con la claridad del gong a la entrada de un templo japonés.

Valencia con un espíritu de competitividad supremo no se apagó, y sacó fuerza del corazón, tal vez de las entrañas. A los veinte, lograron empatar con Gameiro, y gritar el gol que tuvo único apoyo en los jugadores de la banca y el cuerpo técnico. No habían banderas, ni bufandas, ni cánticos, ni gritos, todo era una sórdida calma. Fue un gol huérfano.

El partido se abrió para ambos equipos acostumbrados al ataque y a dar rienda suelta a la emoción. Jugadas iban y volvían como en el video de un entrenamiento para cualquiera que viera una pantalla de manera desprevenida. Pero no era un entreno, era un juego crucial de la Liga de Campeones.

A los 41 minutos una mano inocente en el área de Kondogbia, dio un nuevo regalo al Atalanta. Penal, y magistral ejecución de Ilicic quien también sumó su segundo.  Pero Valencia no daba tregua a su espíritu de revancha y tras el descanso, fue nuevamente Gameiro con un precioso cabezazo que marcó las tablas en el tablero electrónico 2-2. Otro gol para la esperanza pero nacido con la orfandad del silencio.

El partido subió los decibeles en el césped. Los jugadores se olvidaron de ver hacia las tribunas y no dejaban de seguir la pelota que circulaba con buenas ocasiones en ambas porterías. Valencia soñó con despertar de aquella pesadilla cuando anotó el tercer gol con una vaselina de Ferrán Torres y por vez primera se ponía arriba en el marcador.  El grito se oyó más pero lejano a cuando lo expelen 55,000 almas.

Con enjundia y arrestos los dirigidos por Celades quisieron ir por lo épico, pero tenían al frente al tercer equipo más goleador de Europa -sólo lo supera el Bayern y el PSG-, y Atalanta en una contra descomunal tejida por Zapata e Ilicic y perfectamente rematada por este último, equiparó nuevamente el marcador.

Aún faltaba otro gol más, también obra de Ilicic que se fue con un póker, la pelota de recuerdo a casa, y sentenció para el Atalanta el primer paso en su historia a los cuartos de final abrazados por el silencio y la soledad.

El pitazo final que se escuchó hasta en Italia, hizo tronar un estadio mudo y los jugadores más que de fiesta y saltar amontonados de dichas por semejante triunfo, apenas se cruzaron los codos para saludar, evitar cualquier contacto de mano y significar tiempos epidémicos en el Viejo Continente que han tocado también al fútbol. Afortunadamente, este y su espectáculo muestran el brío humano para no claudicar ante la enfermedad, el pánico, el silencio y la soledad. La tribu humana a veces la conforman pocos, con 22 basta para seguir disfrutando de noches atípicas pero siempre épicas como la que pasó este 10 de marzo por Mestalla.

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