El Mundial con todas sus letras empezó con dos días de retraso. No fue aquel domingo 20 de noviembre en Doha, tampoco el lunes con calendario de tres partidos. Fue el martes con un mágico resultado que dio la vuelta al mundo y significó un golpe casi mortal para la favorita Argentina en sus aspiraciones no sólo de título, pero de supervivencia a la fase de grupos en Qatar.
Miles de asados que se cocían desde tempranas horas en Argentina quedaron fríos, esos silencios horribles de las derrotas abrazaron a un país y a miles de aficionados en el mundo entero que tuvieron un día interminable. El equipo, con Messi a la cabeza, abandonó el estadio Lusail, abofeteado por sus propias culpas, apenas algunos jugadores en el hotel tomaron la merienda. Nadie sabe qué pasará mañana.
El debut de la Scaloneta en la Copa del Mundo fue una debacle. En cinco minutos, Arabia Saudita rompió un hechizo de 36 partidos invictos, enterró dos dagas en la portería de Dibu Martínez, y dejó al Campeón de América sin reacción, sin aire y sin puntos.
Escribía por estos días Juan Villoro que en el fútbol debemos tener «reservas» para las derrotas: es decir, un saldo en nuestras «cuentas emocionales futbolísticas» para usar ante estos accidentes inesperados en los que perdemos pero que imploramos, no pase mucha factura. Aplica a equipos, aficionados, jugadores.
Hoy Messi está sin reservas de derrotas. El capitán a sus 35 años no soporta una más. Si pierde contra México el sábado, Argentina y él, estarán eliminados con solo dos partidos jugados del que sería su último Mundial.
Así de brutal fue la derrota ante los árabes. Quedan poco más de 72 horas para recoger los pedazos y armar una legión que tendrá que dejar más que la piel en el campo durante los próximos 90 minutos para recuperar el sueño en Qatar. La tarea parece todo un Everest para el equipo de Scaloni.
Argentina cayó en su debut contra todo pronóstico. El empate hubiera sido muy generoso; la derrota fue implacable para un equipo torpe en su accionar: -le cobraron 10 fueras de lugar-; que careció de ambición -con todo e irse en ventaja a los 10′ de juego-, víctima de una apuesta desde el banco que naufragó porque al menos tres jugadores no estaban al 100%: Di María, Paredes, Romero; y con nota de desaprobación a un suculento cuerpo técnico -todos ex jugadores: Scaloni, Aimar, Ayala, Samuel- que dejaron ver claramente su nulo estudio del rival en las semanas anteriores al encuentro.
Arabia Saudita siempre es una caja de sorpresas. Nos tienen acostumbrados a unos goles antológicos en medio de estruendosas derrotas. Sin embargo, este equipo bajo el mando de Hervé Renard llegó a Qatar con invicto de diez partidos y sólo concediendo cinco goles, es decir menos de uno por juego. Toda una muralla en defensa y mortal en ataque: dos tiros al arco, dos goles. No sería atrevido decir que su victoria no sería casual, y fieles a su estilo de juego, podrían arañar una clasificación a octavos.
Mientras el reino saudí ha decretado este miércoles festivo en todo el país para celebrar la histórica victoria, Argentina inicia una carrera contra el reloj para rearmar el jarrón de porcelana caído del armario. La afición se niega a perder la ilusión, y recoger lo que queda de entusiasmo. Este Campeón de América todavía puede ser Campeón del Mundo pero ahora camina en un finísimo alambre. Deberá ganar todos los seis partidos que estarían en su camino. Maradona en 1990, pasó por un reto similar y fue subcampeón del mundo.
Messi y su equipo, tienen aún el chance de superar esa marca, o trágicamente irse a casa si vuelve a perder en Qatar. No hay reserva de derrotas.