Pelota literaria

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QUE NO NOS ROBEN LA PELOTA

El fútbol viene enfermo desde hace rato; la pelota necesita un respirador asistido. De nada importan los 3,5o0 millones de aficionados en el planeta -apenas media humanidad-; las decisiones atropelladas hacia el futuro quisieron tomarlas 12 individuos y con ello casi se roban el balón para siempre.

El circense anuncio de una «Súper Liga» en Europa el pasado fin de semana, fue un autogol olímpico. Todo nació mal, todo salió mal. Más que una apuesta seria, fue una saga de mentiras, deslealtades, traiciones y miserias. Toda una ‘divina comedia’ perfecta para los tiempos de pandemia.

12 individuos con emiratos bajo su mando, multimillonarios negocios en Rusia, Italia, España, Inglaterra o chequeras rebosantes que superan en ganancias y capital, los presupuestos de los clubes que presiden y dominan…desafortunadamente no conocen las nociones básicas de la pelota, el entramado de un camerino, la belleza de la grada, las costuras del balón, la memoria de la afición, la emoción del joven, la tradición del fanático octogenario, o el llanto de un niño tras una inesperada derrota. No hay idea de la humanidad alrededor de la pelota, ni de la magia de esta para construir un sentido de pertenencia, igualdad, competencia y fantasía.

Esos individuos llenos de egos y vestidos en dinero quisieron de un soplo, acabar con el fútbol y seguir divirtiéndose con esos clubes y con todos nosotros, como si fuéramos juguetes en su inmensa estantería de distracciones, componendas, y apuestas.

Nadie desconoce la situación lacónica del deporte nacido bajo el acuerdo en un pub de Inglaterra aquel 1863. Hay unanimidad en que la FIFA y todos sus tentáculos europeos y continentales son una hidra que corroe los valores de un deporte que se define bajo la simplicidad en la disputa con el pie de un balón entre 22 seres humanos.

Pero la forma de reformar los vicios, epidemias, y corrupción que rodea al fútbol dista mucho de una «Súper Liga» impuesta por 12 sádicos del dinero que no tienen idea de lo que es un balón.

El polémico y desmesurado anuncio en su ambición, palideció y estuvo carente de detalles, claridad y sentido: no lo supervisó un VAR, no lo amonestó un juez, no lo dribló ningún fenómeno, ni lo atajó ninguna leyenda bajo los palos. Fue detenido por la afición: esa que está ausente hace 14 meses de los estadios, pero que sigue al detalle el acontecer de sus equipos; desfila con pasión la camiseta de sus amores durante estos interminables encierros, revisa en aplicaciones los resultados de decenas de partidos día a día en el mundo; vibra, sufre y llora por encuentros clave pero también por otros intrascendentes que sin embargo dan sentido, distracción o entretenimiento a estas enjauladas vidas de pandemia.

El nefasto anuncio de la «Súper Liga» está atado a ese afán mercantilista e industrial de un puñado de mercenarios por lograr unas ganancias estratosféricas con unos cuantos equipos-marca. De haber prosperado, habríamos entregado nuestra pasión e ilusión, historia y tradición a Florentino, Agnelli, Laporta, Levy, y otros más para convertir esa bella pelota en un billete con caducidad y volatilidad.

La faraónica idea recibió aplausos de incautos que dejaron ver su esnobismo y elitismo. «Que juegen los mejores contra los mejores», decían algunos. «Para qué equipos pequeños que nadie ve», replicaban otros. «Acabemos ya con este romanticismo», deliraban aquellos. Todo un desplante a la diversidad. Toda una carta blanca para morir de aburrimiento ante la desigualdad de oportunidades y la igualdad en el modelo. 

En toda esta torta del negocio la televisión es actor protagónico de quien pocos hablan, pero que se lucra con nuestra alma infantil y futbolera. También los fondos de inversión como JP Morgan que lanzaron apuestas estrafalarias de apoyo al negocio, para destruir al deporte. Imaginaría el aficionado de barrio que ama su equipo y que su camiseta es tal vez su nación, que unos bancos y unos jeques nos monten este modelo, que de fracasar recogerán sin sonrojo el dinero y dejarán al planeta sin la dichosa «Súper Liga» y añorando todo lo que se llevó a su paso, tal vez mucho de nosotros mismos.

La idea parece desvanecerse tan rápido como irrumpió. Sin embargo, el fútbol definido por Antonio Gramsci como»“este reino de la lealtad humana, ejercida al aire libre” está en entredicho. Si no actuamos rápido y sensatamente para salvar al moribundo, estos piratas mercenarios que ocuparon titulares estos días, seguirán preparando sus armas para atacar de nuevo y dar rápidamente un golpe mortal  al fútbol, llevándose la pelota, prometiendo falacias mesiánicas, y desterrando a la mitad del mundo del deporte que nos hace aún los días más felices, y la existencia más emocionante.

 

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