Pelota literaria

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LA AFICION DE RACING, EL RIVER DE GALLARDO

El Cilindro era un infierno, las tribunas se arropaban en cánticos y apoyo mientras Racing caía de rodillas ante un verdugo implacable, brutal, y milimétrico: el River de Gallardo.

La noche en Avellaneda vaticinaba todo lo contrario. Las temperaturas de invierno caían en las inmediaciones del estadio Perón mientras que hordas de aficionados se colaban por entre las calles aledañas acercándose al coliseo; unos apuraban una cerveza o una empanada en las tiendas esquineras; otros ajustaban sus bufandas blanquiazules o abotonaban sus abrigos con el pecho hinchado. No era para menos, el campeón de Argentina quería zafar de una mala racha contra “los millonarios” de Núñez y vencer además al campeón de América.

Decenas de miles hicieron su ingreso sobre la calle Diego Milito empujados por los cánticos de La Academia. Un colorido de gestos y emoción dibujaba la sensación que daban mujeres, padres e hijos, parejas y amigos, cómplices de aquella misión: derrotar a River Plate. Nunca antes por Liga o Libertadores los de Coudet vencieron a Gallardo.

El panorama al interior del recinto era sublime. Uno de los estadios con más aforo de Argentina desbordaba ilusión en sus paredes, en sus tribunas, en el césped. Para dar más mística a semejante duelo, todo calló para honrar a José Luis Brown, “el Tata”, -aquel defensor central que pasó por Nacional de Medellín, y fue campeón del Mundo en México’86-, quien subió al cielo antes de tiempo.

El partido no dio para sentarse a tiempo, y ya en los primeros segundos River alertó con una contra para despertar más entusiasmo. Racing no se quedó atrás y replicó con un robo de pelota en la izquierda que definió Augusto Solari a la derecha de Armani antes de los tres minutos.

1-0 y el estadio rugía. La Banda Imperial lideraba el apoyo desde la grada que era seguido por cada sección con ímpetu y rigor. Por momentos había la sensación de que River moriría en “El Coliseo”. Gol tempranero, Racing fuerte en el control y a la espera de dar la estocada…

Pasó el tiempo y mientras los bríos en la tribuna aumentaban, el vértigo en el campo se desvanecía. Enredo en la mitad, faltas de ambos lados y tarjeta para Borré que entró a destiempo en un intento por recuperar la pelota. 

Pero fue el mismo Borré quien asaltó el partido y cambió la historia con dos goles en 120 segundos. El primero a los 34’ con una asistencia quirúrgica de 40 metros que llegó a sus pies de Suárez y en dos zancadas quedó frente a Arias. El 19 sentenció con un golpe fuerte a la derecha del portero.

Por primera vez el estadio calló. Aún en zozobra por el 1-1, River vuelve a la carga,  recorte en defensa jugada a dos toques en 40 metros de Palacios-Suárez y nuevamente Borré esta vez entrando por derecha, toca y la pelota besa la red para el 1-2.

River era una máquina, un tsunami, una estampida. Con una mezcla de finura y presión se aprovecha un doble error en el medio de Racing: De La Cruz recupera, traza fino a Suárez quien galopa por la derecha y define al palo cruzado para el 1-3. Minuto 37 con 10 segundos.

Parecían muchos partidos en tan poco tiempo. River imperial, jugando con soltura y una eficacia extraordinaria tenía en bandeja la victoria. Racing retorcido contra las cuerdas logró llegar al descanso. La tribuna con dosis extra de adrenalina soñaba con que nada estaba perdido y que todo podría cambiar.

Pero por mucho que Racing sea campeón de Argentina y esté en su propio campo, River, este River -el campeón de América- es un equipo explotado en sus virtudes, gregario en lo colectivo, diverso en lo táctico, ordenado en las presiones, práctico en el ataque, con jugadores que mantienen el hambre y un entrenador que sigue con los pies en la tierra pero no deja de ser leal en la forma de entender y dibujar al fútbol.

Así fue la segunda parte. Racing nunca pudo vestirse de campeón. Sigali nada más iniciar, llegó tarde y rebanó a Suárez a 35 metros del arco. Roja directa. La nave averiada y con uno menos; el público en sueños de epopeya siempre ahí: más cantos, más apoyo, más pasión, más efímera ilusión.

Poco a poco cayeron otros tres goles. Un penal que pateó muy bien Fernández, De la Cruz que tuvo su regalo en una contra por izquierda con un remate abajo al palo de Arias, y Scocco que peinó una pelota servida por De La Cruz, marcó el sexto.

Seis goles y un recital de fútbol. Marcelo Gallardo en la línea tomaba café. El “Muñeco”, con su sonrisa dejaba ver la dicha pero también el regocijo de lo que vio en su equipo: la perfección.

El reloj marcaba 71 minutos. Aún 19 más, una eternidad con seis goles encima ante el Campeón de America. La afición no se detuvo nunca en hinchar a La Academia, una magia especial testificar cómo el público nunca calló a pesar de ver a su equipo tirado en la lona, desvanecido, moribundo.

Aquella noche diáfana y gélida del hemisferio sur, vimos al campeón de Argentina enterrado en su propia fosa ante el aplauso de su feligresía y a un River pletórico que deja huella en todos los campos, y de la mano de Gallardo aspira revalidar el trono en América y reconquistar el de Argentina.

Racing con esa hinchada tiene para ser campeón del mundo, pero le hace falta fútbol. Ese que le sobra a River y con el que gana en el Monumental, en el Coliseo o en Madrid.

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