Los goles siempre son un regalo, tal vez el mejor para un día de cumpleaños. En 1974, Alemania había sido Campeón del Mundo, y meses después mis padres me regalaron la vida un lunes 25 de noviembre a las 9:30 de la noche.
Este viernes por primera vez disfruto regalos en forma de goles en pleno Mundial. La fortuita coincidencia de tener una Copa del Mundo en noviembre que alteró todos los calendarios, planes, logísticas y hasta vacaciones, me da la posibilidad de gozar mi onceavo Mundial junto a quienes me dieron la vida y con el pastel de cumpleaños.
Para quienes me conocen o no, es un doble evento explicativo de mi existencia. La pelota y el fútbol han acompañado la vida tras una herencia genética de mi padre futbolero, y una exponenciación en mi gusto, amor, pasión y siempre curiosidad por entender y gozar más este deporte.
España’82 fue mi primera aventura mundialista que escuchaba por la radio en el transporte que me conducía del colegio a casa: recuerdo aquella goleada de Hungría 10- El Salvador 1. También vi por primera vez en la tele a Maradona; ese gran Perú que naufragó; lloré ante la debacle de Brasil en Sarria y aprendí de geografía con Argelia, Camerún, Nueva Zelanda al llenar mi primer álbum de Panini.
Desde entonces, cada cuatro años el tiempo es diferente. Esas cuatro semanas sagradas de fútbol dan un sentido especial a esos calendarios siempre pares, y que dejan en mi memoria recuerdos imborrables siempre conectados a las fechas de los partidos. Recuerdo cada segundo de una caída traumática de mi abuelo en una casa de vacaciones, no por el inesperado accidente, pero conectado en aquella eliminación de Brasil contra Argentina un domingo 24 de junio antes del almuerzo.
Esculco en mis memorias de 1994 con mi primer viaje a un Mundial con mi hermano Felipe, y ser testigos presenciales de la tragedia colombiana el 18,22 y 26 de junio. Eliminados en el segundo partido en Pasadena, autogol de Andrés Escobar, y días después enterarnos por Univisión la terrible noticia de su asesinato.
O Francia’98 en mi segunda experiencia Mundialista con verano colorido en Europa y gozar de bares, fiestas, recorridos a Lyon y Lens para volver a llorar por Colombia y luego desquitarme en los Campos Elíseos siempre inundados de muchedumbres globales alentando a los galos para levantar su primera Copa.
Así, 2002 me encontró viviendo en Madrid donde madrugaba a restaurantes para buscar partidos sin percibir tanta afición mundialista para un país que tiene una de las mejores Ligas del Mundo; o luego cuatro años después, cubrir mi primer mundial desde una sala de redacción para diarios Rumbo en Texas, y ver los partidos acompañado de verdaderos cracks de la pluma y de las letras. En 2010 en Londres, cuna del fútbol moderno tuve la osadía de hablar en Buckingham con la Reina Isabel II sobre los chances de su país en Sudáfrica, y meses después gritaba en Piccadilly por España a quien pronostiqué campeón antes del inicio de aquel torneo.
2014 y 2018 fueron muy especiales porque Colombia volvía a la élite del fútbol. El Mundial de Brasil lo disfruté todo en Colombia con mi papá, familia y esa ola tricolor que nos llevó a cuartos y dejó a James como goleador de la Copa. En 2018, viajando por Latinoamérica, tuve la aventura de vivir un Mundial desde diferentes geografías: Chile, Argentina, Colombia, y Guatemala. Allí ante la furia de un pub inundado de ingleses, soñé con el gol de Mina que nos llevó al tiempo extra y testifiqué cómo esas hordas británicas quedaron silenciadas ante mi grito de gol, el único colombiano en aquel lugar. Luego bañado en lágrimas recibí abrazos ingleses que respetaron mi valor y osadía.
Ahora en 2022, sin Colombia y con esas tristezas de ver una Copa con la ausencia del color nacional, celebro un cumpleaños mundialista novembrino en Bogotá: lleno de goles, grandes partidos y disfrutar el lugar donde nací, y siempre conmigo ese cordón umbilical perpetuo con la pelota que me permite gozar más la vida y entender la condición humana desde las derrotas, las victorias, y todo lo que nos enseña el ser humano compitiendo tras un balón de fútbol.