Pelota literaria

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EL MILAGRO ALEMAN

El fútbol regresa a Europa luego de caer postrado y enfermo de manera inesperada hace ocho semanas. Alemania es el primer país del Viejo Continente que dará paso a un experimento tan audaz como incierto en estos tiempos donde la ficción supera la realidad: poner a rodar la pelota en la Bundesliga con la aspiración de terminar el campeonato el 30 de junio. Si se consigue la apuesta, será un triunfo alemán que valdrá más allá de lo futbolístico.

Primero, por lograr un rápido consenso entre el gobierno, la Bundesliga y los equipos para no caer derrotados ante los trágicos efectos del COVID-19  en la humanidad,  y por el contrario, dar un paso único y valiente pero lleno de rigor, de protocolos y sin apenas margen de error.  Todo un ejemplo colectivo que bajo la premisa de salir bien, dará paso a la necesaria esperanza en otros países, en más deportes, en diversos sectores del quehacer humano.

Segundo, el pitazo inicial del partido previsto para las 15:30 hora local entre Borussia Dortmund y Schalke este sábado 16 de mayo es la puesta en marcha del reinicio del torneo alemán, y constituye el eje para salvar un campeonato que está a nueve jornadas de terminar:  ello representa unos 816 millones de dólares en ingresos para los clubes, y así garantías, contratos, nóminas, empleos, cadenas de suministro. Nada menos que tranquilidad en miles de personas que viven económicamente gracias al fútbol. 

Tercero, la vuelta a los estadios, ahora vacíos, con campos esterilizados y estrictas normas de protocolo sanitario, repercute como un extraordinario motivo de inspiración no sólo para los amantes del fútbol en Europa, si no en todo el planeta. Millones de almas en áreas urbanas y rurales, agobiadas por la tormenta de noticias, dramas, y dolor, también sueñan con ver de nuevo una pelota en disputa de 22 jugadores, un juego que alimenta el alma desde sus orígenes, un deporte que en su fina esencia despierta una emoción especial sin distinguir edad, sexo, raza o situación social o médica.

La admiración por el milagro alemán no es gratuita. Sus equipos llevan entrenando con protocolos acordados por las autoridades sanitarias desde el 8 de abril; el diseño de un plan de acción para los partidos fue presentado por los equipos con el visto bueno de la Bundesliga, y posteriormente evaluado y aprobado por el gobierno federal; todos parten con la  advertencia de que la hoja de ruta podrá cambiar si los planes derivan en casos positivos de contagio, y alto riesgo para la salud de los futbolistas o de sus familias. La consigna de todo el país es que este salto incierto en lo deportivo, médico, humano y social, logre positivamente su objetivo.

Con beneplácito de la UEFA, y  luz verde de la FIFA, cada equipo tendrá cinco cambios, y habrá un ausente mayúsculo: la afición. Jugar 9 partidos definitivos sin público -para luchar por un campeonato, aspirar por un cupo a Europa, o evitar el descenso- es un requisito acordado pero difícil de sobrellevar para los jugadores de los 18 equipos, cada vez que salten al césped. Ellos sentirán la soledad de una caverna, y ya no deberán enfrentar los rugidos de la afición rival, si no los “silencios ensordecedores” de unas estructuras arquitectónicas de cemento mudas y frías. Tan es así la complejidad de ello, que el Borussia Mönchengladbach ya diseñó carteles con figuras humanas para llenar las 54,000 sillas del estadio. Además de esas siluetas de cartón, habrá la opción de sonido artificial con cánticos a través de parlantes para que los jugadores tengan una sensación de compañía durante el partido. Toda una estrategia para recrear la puesta en escena, y por qué no hacerle juego a la ilusión y percepción de los protagonistas.

Las celebración del gol, siempre sinónimo de fiesta, abrazos colectivos, explosión de júbilo del autor, éxtasis máximo en la significancia del deporte en unos cuantos segundos, deberá ser «medida». Sin mucho de lo anterior, con alegría pero sin contactos, sentida pero no manifiesta, gritada pero no abrazada, emotiva pero incompleta.

Los jugadores serán la reencarnación de los gladiadores de la antigua Roma. No sólo tendrán la responsabilidad de sumar tres puntos en cada uno de los nueve encuentros que se anticipan llenos de tensión y drama, sino también enfrentar los miedos al contagio, soportar protocolos nunca antes pensados, evitar lesiones luego de 65 días sion competencia, y ser el foco de todas las miradas: quienes desean el éxito para seguir su camino, o quienes estarán atentos a cualquier fallo para crucificarlos.

Alemania espera ansiosa esta primavera futbolística para derrotar al enemigo indirecto número uno causado por el COVID-19: el miedo. De lograrlo, países como España, Inglaterra, Italia o Portugal que hacen fila para decidir sus propios destinos futbolísticos, se animarán con más ganas para pelotear en la incertidumbre. Si la Bundesliga cumple su proyecto, no sólo habrá levantado una Copa Mundial de valor, determinismo, cooperación y coraje, si no que habrá regalado millones de sonrisas y alegrías a tantos aficionados que ven y viven el mundo de manera más feliz, o -en estos tiempos-, menos triste, gracias a un partido de fútbol. 

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