It was born in England

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¿Se puede ganar la Champions sin presionar adelante?

Lionel Messi y Luis Suarez, cracks del Barcelona

Cuando nació el fútbol como fútbol, separándose en definitiva de su hermano vestigial, el rugby, era sobre todo un juego en el que se presionaba. Las incipientes organizaciones tácticas de entonces estaban interesadas sobre todo en cómo atacar: ¿pases largos? ¿dribbling? ¿pases cortos? ¿por el medio? ¿por las bandas? Lo defensivo estaba en un segundo plano, pues se entendía que era algo de Perogrullo, y se trataba de recuperar la pelota inmediatamente después de perderla haciendo gala de los valores fundacionales del juego británico, es decir, el atleticismo y el coraje. Uno podría imaginarse que era como un patio de colegio, en el que aunque hay unos que juegan atrás y otros que juegan adelante, cuando se pierde el balón todos van imantados a recuperar la bola en brega con el equipo rival. Palabras menos, palabras más, en el fútbol original y en el patio del colegio, los equipos defienden presionando sobre el balón. La presión es el mecanismo natural de defensa en el fútbol.

El paso del tiempo iría modificando el juego, pero en general la presión sería la constante de la época clásica del fútbol, sobre todo porque estaban apoyados en la regla del offside, que entonces solo habilitaba a los jugadores avanzados para el juego si tenían tres contrarios, que podrían ser dos defensas y el arquero, o tres defensas, por delante en el momento en que saliese el pase. La regla permitía que el simple adelantamiento de uno de los dos defensores centrales (el sistema estándar era el piramidal 2-3-5) dejase en fuera de lugar a los atacantes. No había necesidad de defender atrás con más que dos jugadores y el arquero. En 1925, año de nacimiento del fútbol moderno, la regla fue cambiada y de tres contrarios pasaron a ser dos los jugadores necesarios para no estar en fuera de juego. Ese pequeño cambio normativo lo modificó todo y obligó a los equipos a sofisticar sus sistemas defensivos para hacer frente a la nueva realidad. El fuera de juego anteriormente era algo de un solo futbolista. Con la nueva regla, debían coordinar a dos. El riesgo, pensaron, era demasiado. Había que defender con más jugadores. Y así surgieron variopintas estrategias defensivas y sistemas de juego que buscaban adaptarse al nuevo fútbol. Los equipos comenzaron a replegarse en defensa por una cuestión de números: ya no podías defender un ataque de cinco, seis o siete jugadores con dos o tres defensas. Hace unos años a Alfredo Di Stéfano se le preguntó sobre cómo podían defender jugando con solo tres defensas y la respuesta del argentino fue contundente: «¿Usted cree que éramos estúpidos? Cuando tocaba defender todos bajábamos». Los vídeos de archivo y los contados partidos completos de la época que han sido rescatados confirman que era así: los equipos se replegaban. Modernismo.

En las décadas siguientes, hubo casos de equipos que siguieron experimentado con sistemas defensivos de presión, algo que está bien documentado de los equipos soviéticos de las posguerra por sus visitas a Inglaterra para jugar encuentros amistosos, que entonces tenían otro valor. No obstante, es posible afirmar que el paradigma de lo que debía ser defender se mantuvo intacto en la generalidad del repliegue retrasado hasta bien entrados los sesentas, cuando un puñado de revolucionarios en diferentes esquinas del universo fútbol comenzaron a plantearse ejercicios defensivos no reactivos. Por ejemplo, en Argentina, Osvaldo Zubeldía lideró el regreso de la trampa del fuera de juego como principio táctico: sus equipos buscaban activamente dejar en offside a sus rivales mediante el achique del campo, defendiendo hacia adelante. Más tarde, en Holanda, el Ajax de Ámsterdam presentaría una visión incluso más agresiva de ese defender hacia adelante. No solo jugaban al offside, sino que salían en manada a presionar el balón, con prácticamente los once futbolistas comprimiendo el espacio alrededor de la pelota y forzando el error del poseedor de la pelota o robándola. Fueron una revolución y todos comenzaron a copiarlos, tanto en carboncillo como en pintura, mezclando lo que observaban que hacían los holandeses con sus propias culturas de juego y entendimientos de la táctica.

Rinus Michels, el creador del fútbol total

Desde entonces, en el fútbol se ha jugado a presionar. Incluso los equipos que más se replegaban sobre su portería organizaban ese repliegue al estilo de los equipos presionantes, buscando comprimir el espacio jugable y orientando los ataques que recibían a zonas donde podían presionar y robar la pelota. La última década ha visto como se le ha dado una nueva vuelta de tuerca al concepto: la presión como organización ofensiva. Los equipos buscan robar el balón lo más cerca posible del arco rival para poder crear ocasiones en pocos toques. Eso ha llevado a situaciones que hace no mucho hubieran sido inverosímiles: siete o más jugadores plantados en campo contrario en el momento del saque del arquero, todos organizados sistemáticamente para encimar a los posibles receptores del balón, comprimir el espacio en terreno rival aunque eso cree espacios peligrosos a las espaldas de los jugadores que presionan. Lo vimos recientemente en el Manchester City v Real Madrid por los cuartos de final de la Champions League, en el que cada saque de portería o salida de balón del Real Madrid casi que dibujaba una jugada de fútbol americano. El Real Madrid ha sido uno de los equipos con mejor y más diversa salida de balón de los últimos años, pero ante el City, sin Sergio Ramos ni Marcelo, fue presa de un Manchester City preparadísimo para forzar los errores de los ‘merengues’. El City pasó a los cuartos final de la competición y lo más destacado de su fútbol no fue el armado de sus jugadas, sino su presión, como es tendencia ya.

Barcelona defiende, Napoli ataca.

Al día siguiente, sin embargo, el Barcelona pasó de ronda sin mayores problemas ante el Napoli. Lo hizo con un fútbol a contracorriente porque el equipo de Quique Setién no organizó ningún sistema de presión adelantada contra la salida de balón napolitana. Los azulgranas jugaron un 4-3-3 sin extremos, con los tres delanteros jugando en pocos metros y los mediocampistas casi que aplastados en una sola línea. Más importante, a pesar de alguna aventura individual en la que algún blaugrana decidía ir directamente con uno de los defensores del Napoli en el momento en el que sacaban el balón, el Barcelona no presionó arriba al equipo italiano. El Barça permitía que el Napoli saliese desde atrás y se plantase en campo contrario a placer, con solo Antoine Griezmann trabajando con un semi marcaje al hombre al volante central del Napoli, Diego Demme, pero sin ningún jugador acosando a los receptores por fuera. Los otros dos delanteros, Luis Suárez y Lionel Messi, se dedicaban a flotar sin más y en las escasas ocasiones en que iniciaban un movimiento de presión, el resto del equipo no acompañaba. Los mediocampistas aguardaban en su zona y a estos se les sumaba Griezmann para formar un bloque de ocho jugadores por detrás del balón y dos delanteros descolgados como dos boyas arriba. Un anacronismo.

¿Por qué? ¿Acaso es falta de talento táctico de Setién? La respuesta es que no. Desde los tiempos de Ernesto Valverde, un entrenador cuya gran virtud ha sido construir sistemas de presión en todos sus equipos, el Barcelona modificó su libreto de juego, replegando más atrás y más veces por partido de lo que venía siendo lo usual con Guardiola, Vilanova, Martino y Luis Enrique. Aunque el técnico vasco es un experto en crear equipos que presionan, en el Barcelona cambió su estilo. La razón, o razones, tienen nombre y apellidos: Luis Suárez y Lionel Messi superan la treintena y hoy no gozan de la energía, la intensidad y la voluntad necesarias para el fútbol de presión contemporánea. Construir un sistema de presión con ellos, entendía Valverde, era construir un muro de papel y no uno de hormigón. Setién, que también había construido equipos de posición, posesión y presión en Las Palmas y el Betis, ha terminado acudiendo a esos mismos valores de Valverde para organizar a su Barcelona, con la adición del francés Griezmann como cuarto mediocampista en defensa y tercer delantero en ataque. Suárez y Messi son los mejores, o en todo caso los más determinantes, jugadores del Barcelona y su precisión y constancia goleadora ha compensado, a ojos de sus entrenadores, los desajustes que puedan causar las particularidades tácticas de su fútbol treintañero.

¿Puede un equipo que no presiona arriba ganar la Champions League? Como en el fútbol todo es posible, la respuesta es que sí. Otra cosa es que la probabilidad de hacerlo disminuye en la medida en que las concesiones que hace el Barcelona a sus rivales jugando de esa forma quizás sean muy difíciles de amortizar salvo momentos de máxima inspiración de sus jugadores más talentosos, que es algo que no puede ser descartado pero, como enseñaría Picasso, es mejor que la inspiración te encuentre trabajando. Contra el Napoli, el plan del Barcelona funcionó porque sus atacantes estuvieron brillantes en la ejecución técnica de varias jugadas y marcaron más goles de los que la polémica estadística de expected goals les calculó y porque en la defensa de su área se impusieron a un equipo sin las herramientas para derribarla. No es el caso del Bayern Múnich.

Diego Simeone, del Atlético de Madrid

¿Y qué pasa con equipos como el Atlético de Madrid que ha hecho carrera en Champions y ha estado a segundos de coronarse campeón con sistemas de repliegue como base de su juego? Por un lado, hay que destacar que el equipo de Diego Simeone ha mostrado ser capaz de mezclar fútbol de presión adelantada con repliegues a cal y canto sobre su área, y, sobre todo, que cualquiera que sea su organización defensiva escogida, los diez jugadores de campo colchoneros participan activamente de esta. En el Barcelona, el bloque se divide en un ocho más dos que lo deja en inferioridad ante los numerosos ataques del fútbol contemporáneo. Por otro, que los equipos que han escogido el repliegue como mecanismo de supervivencia defensiva, no olvidan el ataque: están preparados para robar el balón y salir al contragolpe, diseñando rutinas de pases y desmarques al contraataque para cada situación en la que recuperan el balón. El Barcelona, sin embargo, adolece de jugadores lentos y poco móviles en su ataque, salvo el caso del adolescente Ansu Fati, que dificultan la ejecución de esas jugadas de transición rápida. Así, el Barcelona no puede amenazar al contragolpe y los rivales se animarán a subir más jugadores al ataque y la presión en campo contrario. La plantilla culé, llena de jugadores de élite, presenta desequilibrios anticompetitivos para el fútbol de 2020.

Ocurre, no obstante, que la plantilla culé está llena de jugadores de élite, campeones de todo, y que en especial uno de esos es Lionel Messi. Incluso a pesar de la decadencia física, natural a la edad, Messi es un valor de gol, y por tanto competitivo, prácticamente sin parangón en la historia y eso le ha valido al Barcelona para llegar consecutivamente a instancias definitorias en la Champions League. El año pasado, jugando contra el Liverpool, campeón indiscutible y equipo de vanguardia en todo lo que hace a nivel táctico y de juego, la calidad de Messi casi sirve para eliminar al equipo de Klopp en semifinales. Descartarlos con una carta tan poderosa es temerario y los demás rivales, aunque también duerman más tranquilos sabiendo que el Barcelona ya no es tan bueno para dominar el balón, palabras de su entrenador en rueda de prensa, y presionar arriba ni para replegarse y contragolpear, lo saben. Compiten desde la leyenda. Quizás no sea suficiente.

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