It was born in England

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¿Quién eres, Queiroz?

El Niño de Maputo

DISCLAIMER:  publicado originalmente el 7 de febrero de 2019, en Médium.

No soy adivino, no estoy en la cabeza de Queiroz, no sé qué tanto ha podido cambiar en sus ocho años con Irán y aquí solo está consignada mi intuición con lo que conozco de su carrera, los jugadores que tenemos y lo que opino de ellos. No pretendo ni espero que esta opinión sea la de todos y por supuesto mucho de esto es especulación. Iremos teniendo más respuestas a medida que el proyecto vaya tomando forma y en este espacio trataré de ir dando cuenta de ello.

Tiene 65 años, no fue futbolista profesional y viene de ocho años en Persia. El último título que ganó fue en 2003 y antes de eso su palmarés tampoco es impresionante, más allá de dos mundiales juveniles al hilo, uno de ellos cuando el Muro de Berlín no había sido reducido a ruinas.

Los motivos por los que llega Queiroz y por qué llega ahora, tan tarde, no me son conocidos. Podría especular ad Infinitum, pensar mal — acertando, quizás — y criticar por lo que no fue, pero no serviría de nada. Carlos Queiroz está en Colombia y es a quien se le ha encargado llevar la selección de mayores al Mundial de Qatar y en las dos Copa América que se desarrollarán este y el próximo año. Lo que toca es pensar qué podemos esperar del portugués e ir analizando su trabajo.

¡No tiene títulos! ¡Viene de Irán! ¡No conoce la idiosincrasia del fútbol colombiano! ¡Es un amarrado! ¡Chocó el ‘Ferrari’ del Real Madrid!

Quizás lo que más escama al público colombiano es la aparente falta de pergaminos, la flacura de palmarés. Es algo natural: sin las herramientas ni la voluntad para hacerlo por otras cosas, tenemos la tendencia a juzgar a partir del prestigio y este se da besando metal: ganando cosas. Construimos confianza a través del pasado. Nos da seguridad, aunque esté basado en una lógica falaz. Para ganar cosas, hay que, en general, hacer las cosas bien. Un título puede resultar fortuito; una ristra ya no tanto. En consecuencia, adolecer de falta de honores debe significar que su trabajo es en el mejor de los casos mediocre. ¿Es así? Lo cierto es que en el fútbol lo normal es perder y la línea que separa lo uno de lo otro es delgada y borrosa. La recompensa del buen trabajo no está en el triunfo, sino en las posibilidades del mismo: un desafío al azar. Competir, estar ahí, ir tanto al cántaro que este se rompe. Y de eso sí que saben los ojos azules que de niño miraban Maputo y a partir de hoy verán la luna de Barranquilla.

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Match Point, de Woody Allen.

En mi opinión, el palmarés es un solo un indicativo. Lo importante, lo que de verdad busca un equipo con aspiraciones de ganar algo cuando contrata un técnico, es el bagaje de saber estar en las puertas del triunfo: haber competido. Aunque a veces la intuición nos lleva a pensar lo contrario, está más preparado para ganar el que nunca lo ha hecho, pero ha estado a punto mil veces, que el que ganó la primera vez que lo intentó y nunca ha vuelto a ver de cerca el oro. Queiroz lleva treinta años compitiendo por la gloria, relativa o absoluta.

Superado ese punto, lo que sí levanta dudas es qué significa para el fútbol de la selección que Queiroz sea quién lleve el equipo. En 2014, por ejemplo, jugando contra la Argentina de Sabella, Irán solo dio 114 pases en todo el partido, récord histórico: nunca antes en la competición un equipo dio tan pocos pases. Hasta ese mismo Mundial, el récord contrario, el de más pases por partido en un Mundial, lo ostentaba Colombia, cuando en 1994 promedió 653. ¿No es acaso eso una estadística que refleja dos realidades irreconciliables? No hay lugar a eufemismos: la respuesta es sí. Pero no por ello, Queiroz resulta antitético a nuestra cultura de juego.

¿Por qué? Pues porque era Irán. Queiroz, en el contexto iraní, con los jugadores iraníes frente a los rivales que debía enfrentar Irán tanto en Asia como en las dos Copas del Mundo que disputó, decidió que la mejor forma de competir era una en la que promedió pocos pases, tuvo muy poco el balón, atacó muy poco y defendió muy abajo la mayor parte del tiempo, la mayoría de los partidos. Es un fútbol que no corresponde con nuestro juego, con nuestras expectativas y nuestras aspiraciones. Es innegable. La pregunta que obedece es si es eso lo que Queiroz traerá a Colombia. Como el caso de la Irán que dirigió durante los últimos ocho años con éxito irrefutable dados los objetivos que tenía no nos sirve para Colombia, lo que hay que hacer es irse a los anteriores trabajos de Queiroz. Y esos sí que nos dan perspectiva: Real Madrid, Manchester United y Portugal. Todos cortados por la misma tijera tanto en circunstancias como en metas, y lo suficientemente parecidos a Colombia 2019 como para establecer un paralelo.

FÚTBOL EN MOVIMIENTO

Antes de ir al caso concreto, vale la pena hablar un poco de unas cuantas generalidades del fútbol. Queiroz es entrenador vocacional. No fue futbolista, llegó a los banquillos de la élite vía estudios, preparación, trabajo y pasión. El grueso de esa academia se dio a finales de la década de 1970 e inicios de la siguiente. Eso marca cómo ve el fútbol Queiroz. Cómo lo entiende. Cuando empezó hace más de treinta años, su visión era de vanguardia. Moderna, tanto en método de entrenamiento como en cultura táctica. Hoy, el método de entrenamiento de Queiroz es la norma en el primer mundo futbolístico. A pesar de su edad, Queiroz entrena como lo hacen los más jóvenes en la élite. Para el medio colombiano, todavía puede resultar novedoso: en 2006, cuando Juan Carlos Osorio llegó al país con esa forma de trabajo, se le puso el despectivo apodo de ‘recreacionista’; hoy, aunque se mira con buenos ojos por el periodismo actualizado, no es la regla para el común de los equipos.

Sin embargo, en lo concerniente a cultura táctica, Queiroz pertenece a un mundo que ya no está en boga. Durante los primeros veinte años de su carrera, sí lo estuvo. Hace treinta, veinticinco años, con la revolución que impusieron Sacchi, Maturana y compañía, el problema a resolver en el fútbol era cómo encontrar espacios para atacar y cómo reducirlos para defender. Entonces se desarrollaron dos corrientes de juego para despejar esa ‘X’: la suya, que no le pertenece, pero de la que fue uno de los principales expositores, y la de los holandeses (y más tarde españoles y portugueses). Durante esas dos primeras décadas, el futuro se estaba escribiendo en los términos en los que pensaba Queiroz. A partir de Mourinho y, sobre todo, Guardiola, se viró hacia el lado opuesto.

Con esto no hablo de estilos defensivos y ofensivos, sino de cómo se defiende, cómo se ataca y todo lo que pasa entre uno y otro momento del juego. Para resumir: el paradigma del fútbol de hoy está basado en el Juego de Posición, sobre todo en la vertiente de ataque posicional, y el gegenpressing alemán. Esto es, una cultura táctica que privilegia el ritmo del balón y las posiciones fijas: el objetivo es ir avanzando en el campo como si fuera un tablero de damas: ganando casillas. Para ello, el balón se tiene que mover con velocidad a las posiciones de los futbolistas, que deben guardarlas para facilitar que la pelota vaya superando líneas rivales. Si usted, como yo, es millennial, seguramente recuerde que cuando crecimos nos hablaban de cosas como “toco y me voy” o “no estar para llegar”. Esos dos conceptos fueron derogados por los opuestos: “toco y me quedo” y “fijar la posición”. Queiroz no pertenece a esa cultura. No cree en eso. Sus equipos no han jugado a esperar en posiciones fijas a que les llegue el balón. Y el jugador colombiano, por norma, tampoco.

Si no me cree, aquí lo explica un señor elegante y respetado:

Si tuviésemos que clasificar la cultura táctica de los equipos de fútbol de las últimas décadas, la mejor forma de hacerlo quizás es según qué principio rector se organizan: si lo hacen a partir del espacio o si lo hacen a partir del balón. La versión extrema del primero es la del ataque posicional, en el que la organización desde el espacio pide que los jugadores se aferren a sus posiciones; la del balón, es la histórica del fútbol sudamericano, en la que los futbolistas se acercan a la bola para jugarla — piense en Valderrama yendo a buscar el balón de los pies de Harold Lozano — .

Entre medias, estuvo aquello en lo que entrenadores como Queiroz, Luxemburgo, Pellegrini, Ancelotti o Wenger, entre otros, creyeron, cada uno más cerca de un lado u otro, pero suficientemente alejados de esas versiones más extremas de organización como para quizás clasificarlos en un tercer grupo: el del movimiento.

REAL MADRID 2003–2004

En lo que cree Queiroz es en el movimiento constante como mecanismo para crear espacios y desordenar a los equipos rivales. Cuando llegó al Real Madrid, ordenó al equipo basado en ese principio. El sistema era un 4–5–1 que dependiendo de los que jugasen, salía al campo en 4–1–4–1 o 4–2–3–1. A diferencia de Irán, era un equipo más bien ofensivo y de posesión de pelota. Atacaba todo el tiempo y se pasaba mucho el balón. Lo realmente destacable, sin embargo, estaba en cómo lo hacía: por norma general, jugaban cuatro defensas, con Michel Salgado y Roberto Carlos como laterales. El español lo hacía mucho más cerrado, mientras el brasileño sí lo hacía más abierto. Por delante, un volante central, a veces acompañado por Beckham, otras veces con el inglés un escalón más arriba, mientras Zidane se ponía como medio creativo un poco más tirado a la izquierda, Raúl de mediocampista ofensivo más centrado y un poquito más arriba y Figo de mediocampista ofensivo más bien abierto por derecha. Arriba, solo Ronaldo, tirado más bien sobre el pico izquierdo del área.

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¡Movimiento!

Los jugadores se movían mucho y lo hacían según lo pidiera la jugada. Siempre había alguien en el área, alguien por la izquierda, alguien por la derecha y jugadores por el carril central, pero el quién variaba mucho entre jugada y jugada. Todos tenían libertad para interpretar para dónde y cuándo moverse según unas reglas básica: por ejemplo, Salgado normalmente se cerraba mucho, casi como si fuera un tercer central o un segundo volante central, pero si Figo, que en principio era el encargado de dar amplitud por la derecha, decidía irse para el centro, Salgado no solo subía sino que lo hacía muy abierto, como si fuera un puntero derecho, si y solo si Beckham no lo hacía. En caso de que sucediera que ni el español ni el inglés se movieran hacia el espacio que dejaba Figo, era Raúl quien debía hacerlo. En otro caso, en teoría, Zidane partía de la izquierda, pero como el cerebro del equipo, jugaba más que nada en pasillos interiores, acercándose a Helguera o Raúl dependiendo de su interpretación de la jugada. Así, cuando abandonaba ese puesto por la izquierda, Ronaldo caía a la banda o Roberto Carlos subía para ocupar esa zona; si era Ronaldo quien lo hacía, Raúl se iba para el área; si era Roberto Carlos, y el área la ocupaba Ronaldo, podían pasar varias cosas: si la jugada tenía a Zidane abajo, Beckham, o incluso Helguera en ocasiones especiales, subía y se acercaba al área, y Raúl podía acercarse a Zidane para apoyarlo o convertirse en delantero; si la jugada tenía a Zidane arriba, Raúl bajaba. Cada jugada pedía una respuesta diferente, todo desde el movimiento y la ocupación diversa de espacios, activando espacios vacíos para la llegada de otro jugador, con paredes y triangulaciones en las que los pasadores estaban invitados a ceder el balón y moverse del sitio en el que dieron el pase.

Sirva el vídeo de abajo para mostrar esas situaciones:

Todo ese movimiento no era anarquía ofensiva: había un orden y principios. Siempre debía haber jugadores por detrás de la línea del balón y ellos debían interpretar a quiénes les tocaba: en principio, estos eran los dos centrales, el lateral derecho y el volante central; pero si Helguera veía que tenía que subir y meterse al área, alguien ocupada su puesto por detrás, incluso Zidane. Como todo ese movimiento y ejercicio técnico y creativo empujaba al rival para atrás, lo metía en su área y lo desordenaba, la transición defensiva del Madrid se preparaba para los contraataques con esa red seguridad de jugadores por detrás de la línea del balón. A medida que el rival avanzaba, el Madrid se organizaba en un 4–4–1–1 que cubría todo el ancho del campo en bloques. Todos los jugadores trabajaban para eso.

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¡Defensa!

La tacha de defensivo de Queiroz, como vemos, no significa que sus equipos no atacasen o que no pudiesen ser, de base, equipos que ataquen más que defiendan. Pero tampoco está basada en mentiras: para Queiroz, el primer objetivo de sus equipos es que no les marquen goles. Más allá del tiempo que dediquen a atacar o defender, para él lo primero siempre es que no le anoten. Por eso, siempre hay un énfasis muy importante en la transición defensiva: cómo se organiza el equipo para defender después de atacar; y ese énfasis se hace no sobre robar el balón lo más rápido posible, sino en que no les marquen. Esto es otra diferencia importante entre la cultura táctica imperante hoy, en la que vemos a equipos irse a presionar con seis o siete jugadores desperdigados en la mitad del rival, incluso yendo a buscar el balón a las esquinas o los pies del arquero. Queiroz prefiere reducir los espacios en su mitad y no en la del rival. Eso no significa que sus equipos por definición acumulen efectivos debajo del arco y que nunca presione la salida desde atrás del otro, pero sí que toma menos riesgos defensivos: sus jugadores muerden, buscan recuperar el balón, pero sí no se logra, se juntan, montan la estructura defensiva y repliegan, tratando de llevar la circulación del balón del otro equipo a zonas menos peligrosas, más que buscando el quite del balón, algo que encaja con la idiosincrasia colombiana.

Aquel Real Madrid se quedó a un mes y medio de ganar un trébol (Liga, Copa y Champions), jugando el mejor fútbol de la época galáctica y del continente. ¿Que por qué no lo hizo? En aquel momento, Florentino Pérez acusó a Queiroz de ser muy laxo y de haber perdido autoridad sobre el vestuario. El resto de experiencias de Queiroz y su manejo de plantillas nos hablan de un técnico muy disciplinado, que se acerca mucho a sus jugadores, pero que dibuja una línea de autoridad en la que el grupo está por encima del individuo y aquellos que no acojan a eso, salen del equipo. Llámese como se llame. Con perspectiva, uno entiende que lo que pasó fue un fracaso de la política deportiva del Real Madrid de entonces, cuyo slogan era ‘Zidanes y Pavones’, haciendo alusión a formar un equipo con los mejores jugadores del mundo y futbolistas jóvenes de la cantera del Real Madrid. Aquella temporada 2003–2004 vio puesta a prueba aquella idea: el banco del Madrid, más allá de Cambiasso, Solari y Guti, estaba repleto de jugadores jovencitos que venían del Castilla. Para marzo, el equipo estaba fundido. No había recambio suficiente para descansar las piernas de las estrellas. Perdieron con el Zaragoza en los últimos minutos de la final de la Copa del Rey. Luego, contra el Monaco en Champions, tras ganar la ida 4–2, les remontaron un 1–0 en la vuelta. A medio tiempo, Zidane le diría a sus compatriotas que si apretaban, como al final hicieron, les ganaban. Estaban muertos. En Liga terminaron cuartos, a siete puntos del líder, aunque cabría anotar que en esa recta final perdieron seis de los últimos siete partidos. Queiroz no chocó el Ferrari: se lo entregaron con tres ruedas, como él mismo dijo en la pretemporada, y al final pasó factura.

MANCHESTER UNITED 2004–2008

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Dos hombres, un solo entrenador.

Después del Real Madrid aterrizó en el Manchester United, el club más popular del mundo entonces y uno de los tres equipos más importantes de Europa. Lo hizo en el título oficial de segundo entrenador, pero en realidad era más que eso: a efectos prácticos, Queiroz era el entrenador adjunto de Ferguson. La mala fama que había quedado en Inglaterra de experimentos del estilo en años recientes hizo que aquella fuese la forma en la que quedó consignada en el papel la relación laboral de Queiroz en Inglaterra, aunque todos los protagonistas admiten que la verdad era otra. Ferguson lo llamó porque había perdido contacto con los últimos avances del juego. El 4–4–2 británico con el que tiranizó Inglaterra en la década de los noventas ya no solo no le daba para competir en la Champions sino que había visto cómo comenzaba a no ser capaz de pelear en la Premier League con las versiones más modernas de Arsenal, Chelsea y Liverpool. Además, la experiencia de Queiroz como formador de jóvenes, y su probada adaptación transcultural (había entrenado con éxito en tres continentes distintos), le ayudarían a Ferguson a manejar una plantilla cada vez menos inglesa y más transnacional. En cuatro años de trabajo en Inglaterra, Queiroz forjó el equipo más moderno de Inglaterra y el mejor Manchester de la era Ferguson.

Pero recibió críticas. La primera porque sus métodos rompieron el tradicional Manchester de Ferguson: un equipo vertical, que corría mucho para adelante, centraba mucho el balón y atacaba todo el tiempo. Con Queiroz, el Manchester comenzó a organizarse en ese mismo 4–5–1, aunque con más tendencia al 4–3–2–1 y al 4–4–1–1 que a lo que se había visto en Madrid. Rooney, por ejemplo, dejó de operar como delantero y lo hacía en el rol de quinto mediocampista de Raúl y los extremos dejaron de funcionar como jugadores abiertos para driblar y centrar y comenzó a pedirles que se movieran mucho más y pisaran mucha más área. Uno de ellos era Cristiano Ronaldo. Queiroz fue el hombre que lo convirtió en el delantero goleador que luego fue. Con el paso de las temporadas fue moldeando al Manchester bajo los mismos parámetros con los que jugaba el Real Madrid, pero adaptado a los jugadores que tenía, menos técnicos, más directos y más jóvenes.

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Doble finalista de la Champions League

En la versión final, todo estaba sostenido por los larguísimos movimientos de Cristiano Ronaldo, jugando desde donde jugara: la banda derecha, la banda izquierda o como referencia ofensiva: de falso ‘9’, algo que ya había experimentado con la Portugal sub 20 y João Pinto. Ronaldo se movía para arriba, para los lados y para abajo, y Rooney y Tévez interpretaban aquello para ocupar los espacios libres, mientras Paul Scholes y Michael Carrick repartían el balón. Con atacantes tan veloces y pasadores como esos, el Manchester, a diferencia del Madrid, contragolpeaba mucho. Dominaba los partidos desde la posesión o desde el contraataque indistintamente. Podía ponerse el traje que quisiera dependiendo del contrario: el reactivo, de mucho trabajo y ataques fugaces; y el de tener el balón y llevar más la iniciativa en ataque. En sus versiones más conservadoras, Queiroz y Ferguson confiaban en jugadores como Park Ji Sung, Darren Fletcher y Owen Hargreaves, cuyo ethos de trabajo los llevaba a correr kilómetros y kilómetros, para defender y también para compensar en amplitud y profundidad los movimientos de sus delanteros. Esto último siempre ha resultado clave para Queiroz: ya lo destacaría por ejemplo de Beckham cuando llegó al Madrid: amaba los jugadores “nacidos para correr”.

PORTUGAL 2008–2010

A pesar de que el Benfica intentó por todos los medios que Queiroz abandónase Manchester y se fuera con ellos, solo la llamada de la selección de Portugal lo convenció de abandonar Old Trafford, donde Ferguson le tenía guardada su silla para cuando el escocés se retirase. Tras dos años, dirigiendo por primera vez una selección que bien podría compararse con la Colombia actual, Queiroz sí fracasó. Clasificó al Mundial y solo perdió 1–0 con la campeona, pero el equipo no llegó a jugar bien. Ni sólido en defensa, ni atacaba bien. Al equipo siempre le faltó creatividad: Deco, el cerebro, estaba muy quemado para cuando llegó el Mundial y no había ninguna alternativa aparente. Y dado que tenía tres defensores centrales de mucho nivel, y ningún volante central convincente, terminó poniendo a Pepe en esa posición. El sistema más utilizado fue un 4–3–3, con Meireles completando un mediocampo que trabajaba mucho, pero adolecía de lentitud en ataque, moviendo el balón sin la velocidad que sí habían mostrado el Real y el Manchester. Además, los atacantes que completaban a Cristiano Ronaldo eran muy diferentes a Rooney y Tévez, y no complementaban los movimientos de Cristiano de la misma forma. Quizás, el momento en el que mejor jugó Portugal fue cuando Queiroz los organizó en un 4–4–2 con un rombo en el mediocampo, con Tiago Mendes entrando a apoyar en labores creativas a Deco y Cristiano con Simao jugando arriba, ninguno de los dos fijos como delanteros y generando movimiento en el frente de ataque. Esa idea la abandonó cuando Liedson, brasileño, se nacionalizó y terminó decantándose por un 4–2–3–1 con Danny, un mediocampista técnico y creativo, por la izquierda. El equipo nunca se soltó y estuvieron lejos de jugar con el grado de movimiento que Queiroz busca ni él pudo sobreponerse a los problemas futbolísticos de la generación de portugueses que le tocó, siendo quizás la falta de decisión para poner a Miguel Veloso por delante de la defensa lo que más podría achacarsele.

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COLOMBIA 2019-

¿Cómo podría trasladarse todo eso a la selección? En principio, los jugadores con los que va a contar Queiroz se adaptan muy bien a las virtudes y defectos que el portugués ha mostrado en los últimos quince años. Colombia cuenta con uno de los mediocampos más creativos del panorama de selecciones con Quintero y James respaldados por una serie de opciones en defensa, medio y ataque para apoyar ese fútbol. Es decir, la principal barrera que encontró en Portugal para desplegar el fútbol que mostró, con matices, en Madrid y Manchester, no la tendrá en Colombia. Mucho menos los límites de Irán: Colombia jugará al ataque, como el Real Madrid.

“¿Mi método de juego? Si tenemos que jugar al ‘rock and roll’ lo haremos y si nos toca jugar a la ‘samba’ también lo haremos” — Carlos Queiroz en su presentación.

Por contra, Colombia no tiene jugadores como Cristiano Ronaldo, ni siquiera el que le tocó y formó Queiroz, que no fue la mejor versión del luso. No los tiene en nivel ni tampoco en forma, salvo quizás el particular caso de Luis Díaz del Junior, un jugador al que Queiroz podría moldear para convertirlo en definitiva en una amenaza perenne de gol. En adición a eso, también tendrá que lidiar con Quintero, cuya presencia física no es la Zidane, Guti o Deco, algo que ya le hizo dudar para darle un rol preponderante a Miguel Veloso en Portugal — Aunque sí hay que contar que Veloso era volante central y no medio ofensivo, posición en la que Queiroz sí mimó al juvenil Rui Costa — .

La intuición invita a decir que James y Quintero, por nivel, calidad y jerarquía ganada, serán la base del proyecto. Y que se jugará con un solo delantero centro o ninguno. El 4–5–1 es el sistema predilecto de Queiroz. Para él, el área es un lugar que hay que llenar llegando y no estando, y a nivel defensivo entiende que esa primera línea la debe encabezar un solo futbolista. Cuando ha jugado con dos delanteros, estos han sido futbolistas de mucho trabajo y/o ha sido en situaciones de contragolpe. Aunque Colombia tiene atacantes con ese nivel de sacrificio, el juego de Quintero, quien aunque puede comprometerse en la presión, le cuesta replegar, y brilla más en ataques más asociativos, decanten la decisión de Queiroz de jugar con un solo punta.

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Hoy el equipo es un lienzo en blanco

La elección de ese delantero es muy importante: si es Falcao, como en el Mundial de 2018, Colombia tendrá problemas de profundidad. En el Real Madrid, Ronaldo amenazaba con su desmarque al espacio todo el tiempo, y en el Manchester, Rooney, Tévez y el otro Ronaldo hacían lo propio. En Portugal, cuando jugaba Hugo Almeida, Portugal se enfrentaba a lo mismo: un delantero que no amenazaba la espalda de la defensa. Queiroz podría usar al delantero del Monaco estos primeros meses. Si eso es así, habría que acomodar el mediocampo para que dé una respuesta colectiva a esa falencia. Esto es, que al menos dos de los tres jugadores restantes sean jugadores capaces de llegar al área. Ese de hecho es uno de los sellos distintivos de los mediocampos de Queiroz y por eso es de esperarse que medios como Uribe, Cantillo, Benedetti, Cuadrado y Cuéllar, y delanteros que pueden jugar de mediocampistas como Díaz y Muriel, gusten mucho al portugués. Al menos más que otros más estáticos como Cardona o con mucha menor presencia ofensiva como Barrios — a quien su capacidad de hacer kilómetros compensaría a ojos de Queiroz — .

Aun si el delantero elegido es uno entre Zapata, Borré, Muriel, Hernández o Borja, mucho más móviles y parecidos al delantero ideal de Queiroz, capaz de juntarse con los mediocampistas y de movimientos largos hacia adelante, hacia atrás o hacia los lados, es de esperarse que los acompañantes de James y Quintero pisen mucho posiciones de ataque. Mateus Uribe y Gustavo Cuéllar son jugadores con problemas técnicos para perfilarse, sobre todo jugando en el lado izquierdo, pero tienen una interpretación del espacio del máximo nivel dentro del paradigma de Queiroz: les encanta moverse a los espacios vacíos, tienen la sensibilidad y la atención para compensar tanto a lo ancho como a lo profundo los movimientos de sus compañeros y tienen un físico que les da para hacer muchos kilómetros tanto en defensa como en ataque. Ya sea en un 4–3–2–1, un 4–1–4–1 o un 4–2–3–1, tanto el del Flamengo como el del América se sentirían cómodos leyendo lo que hacen James y Quintero, bajando, subiendo o cayendo a los lados, algo que ambos cerebros necesitan para dar lo mejor de sí mismos: libertad, no entendida como falta de responsabilidad, ni en ataque ni en defensa, sino para ser ellos mismos.

Y esto último es tan importante para Quintero como para James. El cucuteño, a pesar de lo que dicen, es el mediocampista ideal para Queiroz: no solo tiene una capacidad técnica de primer orden, sino que tiene una ética de trabajo muchas veces ignorada: a James le encanta correr, moverse, ir a buscar el balón por todos lados. En su mejor temporada como futbolista, Ancelotti construyó un sistema en el que James compensaba todo, con movimientos ofensivos hacia afuera, hacia abajo y hacia adelante, y otros en defensa que lo veían hacerle coberturas al volante central. Idealmente, James jugaría más bien sobre la izquierda, mezclando un poco los roles de Zidane y Figo en el Real Madrid: un cerebro desde la izquierda que se mueva por todo el medio, como el francés, pero también un mediocampista en la banda para aprovechar su capacidad de centro desde ahí, como Figo. Esto no significaría alejarlo de Quintero, que jugaría más hacia la derecha o arriba, pues ambos tendrían libertad para moverse en busca del otro: algo que apenas pudimos ver esbozado durante el ciclo Pekerman.

La posición de Quintero en defensa sería la del ‘1’ por delante de las dos líneas de cuatro: como Guti, Raúl o Solari cuando jugaban Beckham y otro volante por detrás. Así, no tendría que forzarse a replegar manteniendo la línea de cuatro, algo que le cuesta, y podría más bien presionar al poseedor del balón, algo con lo que sí está cómodo.

En teoría, Wilmar Barrios es hoy en volante central titular de Colombia, pero no tiene la agilidad como pasador ni la capacidad interpretativa del espacio que a Queiroz le gusta y beneficia dentro de su fútbol. De hecho, ese tipo de futbolista suele jugar más suelto con el luso: Beckham, Hargreaves, Park, Fletcher, Anderson o Meireles. Todos ellos, sin embargo, contaban con virtudes ofensivas que Barrios no. Quizás el más parecido a él sea Hargreaves, que era el que jugaba en los planteos más conservadores del Manchester, siempre con otros dos mediocampistas centrales y aprovechándose de la calidad para interpretar el espacio y moverse del trío ofensivo. En ese sentido, cuesta imaginarse a Barrios como el hombre por delante de la defensa de Colombia y más bien sería el segundo volante, con otros como Cantillo o Cuéllar más retrasados de inicio, pero con Barrios cubriéndoles las espaldas en ataque. Algo parecido ocurriría con Lerma o Jhon Duque.

Por eso mismo, tampoco sería raro ver a Colombia jugar sin su especialista en robo de balón: las parejas o tríos de Cantillo, Cuéllar, Campuzano, Uribe congenian mucho más con la idea de pase y movimiento. En versiones más ofensivas, Cuadrado o Benedetti podrían interpretar un rol importante. El de la Juventus, a pesar de todo, le gusta aparecer por zonas interiores, posee el sacrificio defensivo para completar la línea de cuatro y tiene capacidad de llegada al área. Benedetti, por su parte, es el mediocampista que más se parece a James en el sentido de que le gusta dejarse caer por todas partes, estar en movimiento constante y pisar el área.

Completando el mediocampo podría jugar incluso un delantero: Luis Muriel, en una posición parecida a en la que jugó con Pekerman, pero en un equipo que ataque desde mucho más cerca al arco contrario, podría sacar a relucir todo su fútbol: su velocidad, sus desmarques, su gambeta, su capacidad asociativa y sus apoyos. Es el tipo de delantero que Queiroz adora, como también lo es Díaz.

Otro caso es el de Borré. Como mediocampista, encajaría más en el hipotético sitio de Quintero, como Raúl o Rooney. Una posible solución sería la de usarlo en banda derecha, como en muchos momentos Queiroz utilizó al delantero inglés. Ahí, sin la poderosa técnica de Rooney, pero sí con su encomiable capacidad de trabajo y otros elementos que el portugués valora mucho. En 2003, diría esto de Raúl: “Los movimientos de Raúl son fantásticos. A mí, aparte de los dos goles y de su entrega, me fascinó, reitero, y creo que es la gran novedad de este año, su interpretación del juego. Su dominio del juego le permite saber elegir siempre la opción precisa, la elección idónea. Por ejemplo: sabe ver a Figo. Si Luís se cambia de banda, él se va a la otra, si Ronaldo entra, él sale, y su entendimiento con Zidane es formidable. Su virtud estriba en estar siempre cerca de todos, con lo que el Madrid mantiene el equilibrio y la eficiencia”. Sin llegar a ese nivel, Borré tiene eso en su fútbol, al estilo que también lo tenía el Tévez que dirigió Queiroz en Manchester.

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Una opción.

¿Y la defensa? Los laterales son muy importantes en el fútbol de Queiroz porque deben ser capaces de interpretar lo que pasa en el mediocampo y delantera para saber si subir por fuera, quedarse o desdoblar por dentro. Desde que las lesiones terminaran la carrera de Zúñiga, Colombia ha tenido problemas para encontrar laterales que apoyen y mejoren el juego del equipo, por muchas razones. Al final, Pekerman se decantó por Arias, al que nunca llegó a potenciar, y por Fabra, que no congeniaba muy bien con lo que pedía a nivel táctico el equipo. A falta de ver el nivel del Boca tras su lesión, lo que pide Queiroz a sus defensas de banda sí tiene que ver mucho más con su estilo de juego, que prefiere irse para adentro en lugar de fijar por fuera. Queiroz le pediría a Fabra simplemente que fuese él: juego interior preferentemente y subidas por fuera para compensar solo cuando se necesite. Si el jugador logra ser disciplinado en ese sentido, podría hacer fijo en la banda: de las otras opciones, Mojica es el que tiene menos lectura de juego, y el que se adapta peor a la defensa de cuatro, y Machado tiene problemas técnicos y en defensa. La competencia real de Fabra apuntaría a ser Cristian Borja, que también es un lateral muy Queiroz, aunque tenga menos poder ofensivo.

Por derecha, Arias sufre cuando se le pide interpretar el juego más allá del fútbol vertical y ancho que domina. Como ventaja, le gusta mucho pisar área, algo que podría encandilar a Queiroz para compensar lo poco que lo hace Quintero. Además, su velocidad para corregir situaciones, que Pekerman valoró tanto como seguro de vida ante contragolpes, es un plus importante. Stefan Medina, la alternativa de los últimos años, es un jugador tan Queiroz en su forma de juego ofensivo y defensivo que uno entiende que en principio el portugués podría darle más minutos que Pekerman. El rol de Salgado en el Madrid, metiéndose al mediocampo de forma activa y compensando a Figo por fuera o por dentro, es idéntico al que tiene Stefan en su club, en el que saca a relucir su mejor virtud como futbolista: interpretar el espacio.

Mina y Sánchez hoy parecen indiscutibles en la zaga, aunque si Carlos Cuesta explota en Nacional este año, podría comenzar a disputarles el puesto. Y esto es porque Queiroz, vía sus múltiples trabajos como seleccionador juvenil o de selecciones en crecimiento, es un técnico al que le entusiasma el descubrimiento, desarrollo e integración de los talentos jóvenes. Su evidente desconocimiento de la realidad del fútbol colombiano es, ante todo, una oportunidad: la selección es un lienzo en blanco. Jugadores que no contaron en procesos anteriores podrían tener su oportunidad, la liga colombiana vuelve a cobrar importancia para la selección (En Irán, Queiroz trabajó directamente con los clubes para formar a los jugadores de la selección) y las selecciones juveniles y sus jugadores entran dentro del proyecto Queiroz.

Por último, quisiera dejar esta fabulosa entrevista que le hizo AS durante el Mundial de Rusia. Una entrevista sincera en la que se conoce mucho del hombre, el técnico y el gestor de grupos.

Carlos Queiroz: «España circulaba en quinta… y Lopetegui ha puesto sexta y séptima»De Figo a Cristiano, de Portugal a Inglaterra, del Real Madrid al Manchester United, de sir Alex Ferguson al Irán de…elpais.com

Y, por supuesto, la rueda de prensa con la que fue presentado. Sus palabras responden directamente la duda más grande que tenía cuando escribí el artículo: ¿cómo lo habrá afectado el haber dirigido ocho años a Irán? ¿Habrá perdido en diez años la valentía de sus primeros veinte? ¿Tiene la energía para líder el proyecto? ¿Sabe que llega a un sitio en el que lo que se quiere es ganar, competir, estar ahí?

Seguiremos informando.

 

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