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¿Por qué perdió Colombia?

Mina superado

En el fútbol perder es lo normal. Los equipos pierden más que ganan. Pierden finales, campeonatos, partidos. De los siete oficiales de la era Queiroz, haciendo el salvamento de la derrota por penaltis en la Copa América, esta es la primera derrota, en la que, para más inri, solo se han recibido tres goles de jugada (y dos de penalti). En general, el rendimiento de la Selección Colombia en los partidos oficiales, y en realidad en aquellos en los que ha podido contar con James Rodríguez, que es la pieza reina, alfa y omega del equipo, ha sido bueno. Seguramente el mejor en cuanto a resultados, dominio de los partidos y nivel de juego desde la lesión de Falcao previa al Mundial de 2014. Eso no significa que sea un equipo perfecto. Ha demostrado tener problemas, incluso cuando juega a su mejor nivel, y rompecabezas sin resolver. Lo ocurrido en la tarde barranquillera no fue un accidente, aunque el resultado lapidario sí haya sido accidentado.

¿Por qué perdió Colombia? ¿Mereció perderlo? La segunda pregunta tiene una respuesta más rápida y corta: no mereció perder en la medida en que Uruguay no fue realmente superior y su ventaja en el marcador fue producto más de errores groseros propios que de una superioridad en el juego. Lo que pasa es que tampoco mereció ganar y es ahí, en esa falta de méritos para la victoria donde se esconde la respuesta de por qué se perdió. El error de Mina que abrió la cadena de infortunios fue un error no forzado. Uruguay montó una línea de presión alta, sí, y tiene virtud en su aprovechamiento del error del central del Everton, pero no fue su presión la que forzó ese pase prohibido a un Lerma desatento. ¿Entonces, por qué sucedió? Por un lado, y quizás no es menos importante que lo otro, porque Mina es un central con una tendencia al error que se sale de los parámetros normales de errores en un partido de fútbol. Es un fenómeno defensivo en ciertas artes que domina y tiene una personalidad arrolladora, de campeón, que sumada a su poca intensidad, que se vislumbra en todos sus fallos por distracción, crean un envoltorio perfecto para ese tipo de equivocaciones, de las que su club, el Everton, es testigo casi cada semana. Por eso, no es descartable que incluso bajo las circunstancias ideales, Mina pudiese haber cometido el mismo yerro. ¿Cuáles son esas circunstancias ideales?

Las del sistema de Colombia. Queiroz ha montado un equipo en extremo reconocible, que hace cosas de memoria y que juega un fútbol de gran calidad, pero que cuando por cualquier causa no ha podido desplegar ese sistema, tiene problemas monumentales a la hora de tener fluidez futbolística. En la fase del juego en la que más se nota eso es en la salida del balón. Sin la estructura que le permite a Colombia el enroque posicional que desemboca en James recibiendo el balón fuera de la órbita de sus marcadores y que luego presenta un triángulo de circulación con Cuadrado, Medina y el propio James repartiéndose carriles y alturas, en la construcción de la jugada, Colombia tiene problemas para salir jugando y en consecuencia tampoco encuentra a James y a partir de ahí todo comienza a ir a contrapié. En el caso del error de Mina, la falta de certeza del sistema de salida, porque Cuadrado de lateral no lo ejecuta a cabalidad, no libera posiciones y no da lugar al enroque, aumenta las posibilidades de que el jugador se equivoque, incluso cuando no está forzado al error.

Más allá del caso puntual del gol que dio la ventaja a Uruguay en el amanecer del partido, y puso a Colombia a remar a contracorriente desde antes de que pudiera hacer pie en el juego, la ausencia de esa estructura provocó, como ante Chile en la Copa América y en la eliminatoria cuando se lesiona Medina y Cuadrado va al lateral, que Colombia no jugase bien, que no progresase en el campo, que no encontrase a sus jugadores creativos en situaciones favorables y en general que la tendencia al error se multiplicara y las facilidades de Uruguay aumentaran. Si ante Chile en la Copa América no hubo forma de alumbrar al equipo, en el partido pasado Queiroz logró que los suyos compitiesen y volteasen el partido, sin terminar de jugar del todo bien, desde sus cambios. En este también encontró una luz en la dirección de campo. Uruguay defendía con un 4-4-1-1 con Cavani marcando a Barrios en la salida desde atrás de Colombia, liberando a los laterales, que recibían pero en condiciones paupérrimas. Barrios, a pesar de todo, estaba siendo el mejor jugador del equipo, siendo bombero ante las malas pérdidas, producto de una circulación sin fluidez, y siendo el único que estaba dándole oxígeno al equipo desde sus pases y sus decisiones con balón. Pero Queiroz lo sacó. Y no se equivocó.

Como hincha, uno está acostumbrado a premiar y castigar los rendimientos individuales de los jugadores. Si nosequién está jugando mal, debe salir, y si nosecuál está jugando bien, debe continuar. Barrios estaba jugando bien, debía seguir, y Lerma, que estaba jugando mal, debía ser reemplazado. Pero Queiroz decidió otra cosa. Metió el cambio a la media hora. Afuera Barrios, adentro Díaz. La lógica detrás era contraintuitiva, por lo dicho antes, pero demoledora: Uruguay estaba sacando provecho de la marca de Cavani a Barrios. Debía romperla. Saliendo Barrios, Colombia pasó a jugar con una primera línea de volantes de dos jugadores, haciendo imposible que Cavani los marcase a ambos. En adición a esto, dejó en el campo a todos los futbolistas con capacidad goleadora que tenía, sacando al único de mediocampo para arriba que no contaba ese don, y formó un doble cinco con dos jugadores con capacidad de jugar por delante de la línea del balón, lo que liberaba a cualquiera de los dos para en todo momento ser el que recibiese el primer pase mientras el otro ganaba altura en el campo. Barrios, que es un volante fenomenal, no tiene eso en su juego. También movió a James para el centro, donde gracias a que Uruguay había perdido su referencia para la presión, el ’10’ podía recibir más cómodo con mayor asiduidad, y así lo hizo. Finalmente, con la entrada de Díaz como extremo puro por la izquierda, Colombia ganó un jugador que en el 1vs1 es superior a todos los otros que tiene, velocidad en el desborde y agresividad en el desmarque. Combinado con James recibiendo en el corazón de la cancha, Colombia volcó el partido y creó ataques que metieron a Uruguay en su área y el gol comenzó a sentirse cercano.

Suárez celebra tras el ridículo penalti.

No todo fue ideal. Luis Muriel, que es un enorme jugador con un presente fulgurante, estaba teniendo un mal partido individualmente. Traspasado a la derecha, donde su fútbol es menos bueno, se apagó, sobre todo porque James, del centro para la izquierda, no tenía ojos para ese lado del campo. Tampoco tuvo una gran química con Cuadrado y Colombia terminó atacando solo por la izquierda, que no es lo deseable. Para el segundo tiempo, Uruguay corrigió: del 4-4-1-1 pasó a un 4-1-4-1 que aceptaba que Colombia saliese desde atrás, pero que comprimía el espacio donde estaba recibiendo James y le daba más herramientas para defender en la izquierda a Luis Díaz. Eso igualó el partido, aunque Colombia siguió siendo ligeramente superior a partir de pura competitividad y calidad. No fue suficiente para jugar bien, pero sí para competir, para llegar, para pensar en remontar.

Pasó que un error de James, que pudiendo descargar con facilidad en otros jugadores decidió gambetear en el centro del campo sin que hubiese una red de seguridad detrás, terminó en una jugada ridícula de penalti de Jeison Murillo, que también es un futbolista con tendencia a ese tipo de fallos, razón por la que habiendo llegado a pisar San Siro y Camp Nou, hoy está siendo cabeza de león en Balaídos y por la que había desaparecido de las convocatorias de la selección. El 2-0 fue un golpe durísimo a nivel emocional y, a diferencia de otros partidos en la era Pekerman, donde el equipo se crecía en situaciones así, al menos desde la parte actitudinal, Colombia quedó grogui. Pisó alguna vez más el área uruguaya, pero sin claridad ni convicción. Una jugada en la que Muriel recibió en el área, que en la Serie A hubiese terminado en disparo, acá terminó en nada. Pronto entró Morelos, que es un jugador en el que Queiroz confía por razones que se pueden adivinar, pero que, quizás por las circunstancias en las que suele entrar, no ha logrado jugar bien con el equipo. Quizás se le acabó el crédito. Luego vendría el fin del partido para Colombia.

Desde el primer tiempo parecía que Cardona era necesario. No solo para sumar creatividad y gol ante el resultado adverso, sino para activar la banda derecha de Colombia, ciega desde que James solo veía para la izquierda y ni Cuadrado ni Muriel reclamaban balón para ellos. Queiroz tardó en darle entrada. ¿Por qué? Quizás entre temeroso al contraataque uruguayo y confiante de que su estructura le daría suficiente para remontar. Entró y quien salió entre Uribe y Lerma, fue, de nuevo, el que mejor estaba jugando. Tenía lógica: Lerma tiene más experiencia competitiva jugando de mediocentro, más responsabilidad de ser bastión defensivo, que era lo que le iba a tocar ser con Cardona y James de compañeros de mediocampo en medio de una remontada. Sin embargo, el cambio, a diferencia del de Barrios, empeoró al equipo. Matheus había estado jugando bien, leyendo muy bien donde estar y para donde moverse como equilibrista del equipo. Lerma, que no tiene ese tacto, perdió los cabales y con tanto campo que cubrir terminó no cubriendo nunca donde debía. Cardona y James se juntaron mucho y el resultado fue que el mediocampo colombiano despareció, se vació, se alejó de la delantera y dejó de encontrar y provocar jugadas de ataque salvo insípidos centros de un Mojica activo pero ineficaz.

Sobre todo, el equipo terminó de desmoronarse anímicamente y ya ni por fútbol ni por nada logró competir. El tercer gol, este sí golazo, de Uruguay selló el partido. Las repetidas faltas de los últimos veinte minutos provocadas por un equipo que estaba llegando tarde a todo en el mediocampo, porque siempre estaba lejos de la jugada, cansado, humillado y con ganas de que el partido acábase, tuvieron la frutilla final en la expulsión de Mina, que se perderá el partido contra Ecuador. La peor derrota histórica de la selección de local en un partido oficial tuvo mucho de casual (Mismamente, contra este mismo rival se empató a dos hace cuatro años, pero se mereció perder abultadamente), pero no por ello es excusable o inexplicable. Contra Ecuador, Queiroz debería redimir a su equipo. Dar un sacudón. Y ganar. Porque cada punto perdido es una pequeña puñalada.

Dejo un párrafo final para Duván Zapata. Los problemas del delantero de la Atalanta dentro del sistema ya han sido consignados en este espacio en los dos artículos anteriores a este. Sin embargo, su funesto rendimiento ante Chile y Uruguay merece una mención aparte: la única virtud con la que está sumando Zapata es como apoyo de espaldas en momentos de desahogo, pero muy lejos del arco rival, sin la agilidad asociativa para generar más que ese punto de oxígeno ni un sistema que explote esa virtud, como sí tiene en la Atalanta. En cambio, ha fallado en lograr ser referencia ofensiva profunda y determinante que sí le pide el sistema que sea. Zapata es titular porque está en un nivel y en un estado de forma enorme. Ha marcado goles con Colombia. Sin embargo, ante tamañas decepciones de rendimiento, cabe preguntarse si debería seguir siendo la primera espada, teniendo Colombia tanto y tan bueno y tan diferente en esa posición.

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