It was born in England

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James Rodríguez director’s cut

James Rodríguez sonríe.

Antes de la infamia criminal, Michel Platini fue un mediocampista de fútbol abrumador que jugaba, creaba, goleaba e incluso hacía coberturas defensivas de calidad táctica total. Cuando su equipo tenía el balón, el juego del francés era una partitura de tres movimientos: en el primero, aparecía por detrás del círculo central en campo propio, recibía la pelota en corta de los defensas y desde ahí organizaba y creaba juego, con su pie derecho haciendo las veces de reina del tablero de ajedrez pues sus pases no tenían límites ni de alcance ni de dirección. En el segundo movimiento, ya con la pelota en campo rival, Platini vagabundeaba del otro lado de la bombona del centro del campo buscando recepciones entre líneas para crear jugadas y asistir a compañeros en situaciones de definición. En el tercero, el vagabundo se convertía en fantasma para aparecer indetectable en el área rival y golear con la perfección de un maestro delantero.  Por esta última virtud, en Italia se inventaron la paparruchada de que el centrocampista por excelencia del fútbol europeo era en realidad no un ’10’, sino un ‘9.5’, a medio camino entre su posición de centrocampista ofensivo y la del punta del equipo.

Platini se retiró del fútbol en 1987, justo en el verano en el que Arrigo Sacchi llegó al Milan de Berlusconi. A Sacchi se le suele colgar la medalla de una revolución que fue mucho más coral de lo que se suele decir en los libros de historia. Su rol no fue tanto el de inventor como el de catalizador. Los éxitos de su Milan de holandeses sirvieron de escaparate para esa amalgama de ideas y pronto el fútbol comenzó a bailar a ese son, que por obra y gracia de Sacchi y su Milan se relacionó íntimamente con el sistema 4-4-2 lineal, donde los centrocampistas ofensivos no tenían lugar y debían reciclarse en algún lado.  Aquello fue una suerte de maldición para una generación de niños que de adolescentes soñaron con ser Platini, Zico o Maradona. A los Robertos, Baggio y Mancini, y a Gian Franco, Zola para más señas, les tocó jugar al fútbol profesionalmente como los ‘9.5’ de los que se enamoró Italia, con el cuerpo en la delantera pero el alma y los sueños en el mediocampo. Un intento de premonición de lo que vendría décadas allende.

El fútbol del siglo XXI metió los pies en el agua del tiempo con dos exhibiciones enormes de centrocampistas ofensivos de leyenda llamados Zinedine Zidane y Juan Román Riquelme, pero entre más se sumergió en el futuro, su presente comenzó a cambiar la configuración de esa figura. Y es que más allá de las gambetas y los slaloms de Zico y Maradona, y los goles de Platini, el fútbol de aquellos directores de juego nacía de lo que hacían cuando el cuero de la bola se separaba del cuero de sus zapatos: el golpeo del balón era el alfa de todo, de donde se originaba el orden de los universos que sus cabezas creaban para sus equipos; mientras que siguiendo los pasos de, en cronología, Ronaldinho, Kaká,Iniesta y Messi, los del nuevo milenio comenzaron a forjarse en la herrería de Mercurio. Más pronto que tarde, el orden, el pase y la pausa fueron cambiados por el desborde, el gol y la aceleración como condición de ser de los jugadores que navegaban el estuario entre el medio y el ataque, y por pura inercia comenzaron estos a ser más delanteros que centrocampistas.

James Rodríguez contra el tiempo 

En el Porto jugaba de delantero.

Y entonces James Rodríguez. Dotado de un tobillo y una zurda de la estirpe de Maradona, cultivado sobre la tierra fértil de los rizos dorados de Valderrama y criado por las ondas televisivas que traían a su casa a Zidane, tanto en carne como en videojuego, James Rodríguez, de profesión futbolista, había nacido para jugar como aquellas glorias del ayer y no como los nombres de su entonces. El fútbol, que opera como un género literario autopoiético, escogió así para la historia de James Rodríguez el mismo rol que el de Meursault en El Extranjero de Camus: la lucha de un hombre contra la sociedad.  El «Hoy ha muerto mamá. O tal vez fue ayer. No lo sé» de James Rodríguez fue su irredento deseo de jugar a lo que el mundo ya no quería.   Su imposibilidad  de ser un ’10’ de la orden de los Özil o Hazard fue el llanto no derramado durante el funeral materno. Ese sino lo ha perseguido durante los ¡catorce! años que lleva jugando fútbol profesional.

Todo comenzó con el exilio a la banda izquierda de un 4-4-2 en línea en un fútbol todavía no cautivado del todo por los labios carnosos de los jugadores de banda a pie cambiado. Lo siguió el paso a la delantera en Portugal, donde la cal izquierda o derecha del 4-3-3 lo esperaban e incluso coqueteó con la punta mentirosa del ataque, cuando el continente se obsesionó con el Messi falso ‘9’ del Barcelona. A pesar de la posición, el juego de James Rodríguez no renunciaba a su denominación de origen y se comportaba, cuando las obligaciones básicas del puesto se lo permitían, como un segundo enganche, un escudero ofensivo en la frontera del mediocampo y la delantera. Ese también era su rol en la primera Selección Colombia de Pékerman, con Macnelly de cerebro y James Rodríguez desde la izquierda, uniéndose y desuniéndose del circuito creativo según su interpretación y sus deseos. Casi una década después, en 2013, ya en el Mónaco y con Ranieri en el banquillo, James Rodríguez jugó de centrocampista ofensivo y le fueron dadas las riendas del equipo. El Mónaco jugaba con un 4-3-1-2, con James Rodríguez decididamente entre líneas del mediocampo. Debido a la bisoñés de sus veintidós años y las características del entrenador, la liga y su equipo, el rol de James fue sobre todo el de director de contragolpes, que no estaba mal pero no dejaba de ser como cuando a Matthew McConaughey solo le daban personajes sexys de comedias románticas.

La lesión de Falcao que ayudó a capitalizar su nombre como el de la estrella del Mónaco, también lo catapultó a la portada de la selección de Pékerman. Colombia había vuelto al Mundial de fútbol con un equipo que se comportaba como el mar, mezclando mareas bajas con altas que a ratos podían convertirse en marejadas. Sin Falcao, que era el hombre que volvía válido aquel juego y sistema, y sin tiempo real para hacer otra cosa, Pekerman improvisó: empeoró el equipo a posta, tiró por la borda a Macnelly, decidió explotar la verticalidad de Cuadrado y puso a James Rodríguez detrás de delantero en un 4-2-3-1 que era más bien un 4-4-1-1. El objetivo era rentabilizar la pegada de James Rodríguez, pasando Colombia de ser un equipo que pretendía dominar el juego a uno que especulaba como boxeador a los puntos, eligiendo momentos. La apuesta salió cara y en cinco partidos James Rodríguez anotó seis goles, más que nadie en Brasil 2014, ganó la Bota de Oro del Mundial y Colombia hizo su mejor participación en su historia, quedándose cerca de las semifinales. James Rodríguez había llegado al Mundial como una promesa y se había con ido con el fulgor de Alfa Centauro.

El nuevo estatus de James Rodríguez era irreprochable, pero escondía un secreto: en realidad no había jugado tan bien en el Mundial. Había aparecido en los momentos más importantes y había marcado más goles que nadie, pero su participación en los partidos había sido guadianesca, salvo quizás sus minutos menos famosos: los del segundo tiempo de los cuartos de final ante Brasil. Mismamente, su temporada en la Ligue 1 había sido de un nivel de juego más constante y superior a lo del Mundial. ¿Por qué llegó James Rodríguez al Real Madrid? ¿Por lo mostrado en el Mónaco o por su refulgencia en el Mundial? Más allá de las razones, aquello era el paso a seguir. En España se encontró con un equipo campeón de Europa que cambiaba a dos titulares de su mediocampo, Xabi Alonso y Ángel Di María, por dos centrocampistas ofensivos cortados por una tijera similar y que era dirigido por Carlo Ancelotti, el hombre que alineaba un domingo cualquiera en Milán a Andrea Pirlo, Clarence Seedorf, Manuel Rui Costa y Kaká.

Toni Kroos y James Rodríguez ya se conocían. En 2007 habían coincidido con sus selecciones en el grupo F del Mundial sub 17. En el partido en el que se cruzaron, a la postre uno de los mejores de la competición, empataron 3-3, con actuaciones estelares de ambos. Kroos, anotador de cinco goles, fue elegido Balón de Oro de aquel torneo. A ambas selecciones las eliminaría Nigeria, la campeona, pero los alemanes llegaron a semifinales y los colombianos se quedaron en octavos de final. James Rodríguez no anotó ningún gol. Siete temporadas después, se juntaban en Madrid. Kroos había vivido una experiencia parecida a la de James, con una diferencia: ya que se trataba de un jugador con incluso menos velocidad, su exilio no había sido hacia adelante sino hacia atrás. Por eso, cuando Ancelotti configuró su mediocampo, el alemán fue escogido como el centrocampista más retrasado. James Rodríguez iniciaría la temporada jugando de interior izquierdo de un 4-3-3 muy plano y luego se montaría como extremo izquierdo de un 4-2-4 que se partía, hasta que el 21 de septiembre, el Real Madrid de Ancelotti se pondría su mejor traje: un 4-3-3 en que Kroos era el mediocentro, Luka Modric el interior derecho y James Rodríguez subía un escalón para jugar de enganche.

Durante meses, ese Real Madrid jugó un fútbol mágico. Con balón, Sergio Ramos, central izquierdo, subía un escalón y hacía casi que de líbero por detrás del mediocampo, liberando a Kroos para moverse hacia su izquierda y convirtiendo al triángulo del mediocampo en un diamante que James Rodríguez coronaba entre líneas, como en el Mónaco, pero esta vez en un equipo de posesión, movilidad, dinamismo y elasticidad. En ese papel, James Rodríguez firmó los mejores meses de su carrera, por nivel, sí, pero sobre todo por constancia. Exigido como mediocampista, mostró todo su repertorio: su zurda prodigiosa para elegir pases y disparar a gol, creando juego y jugadas, pero también su cerebro táctico para interpretar dónde posicionarse para defender y atacar, su corazón de ganador, que lo obliga a tener una responsabilidad en defensa y en ataque de la que se suele hablar poco, y su tanque de oxígeno, que le permitía hacer kilómetros y kilómetros.

Lo que ocurrió a continuación es difícil de explicar. James Rodríguez no dejó de mejorar como jugador en los últimos cinco años, pero nunca pudo volver a jugar a su mejor nivel con la constancia de ese año con Ancelotti. Empezó con la llegada de Benítez al Madrid, que decidió intercambiar los roles de James Rodríguez y Gareth Bale, pasando el británico a ser el enganche del equipo y James Rodríguez el extremo derecho, enfocado más que nada a la producción de jugadas de gol, y siguió con el arribo de Zidane. Quizás algún día sepamos qué ocurrió, si es que ocurrió algo, entre el colombiano y su ídolo. Mientras ese día llega, podemos especular con los motivos de puro fútbol que desembocaron en la suplencia de James Rodríguez en el Real Madrid: Zidane, cuya madurez llegó bajo los nubarrones de Turín, entendió como prioritaria la presencia de Carlos Henrique Casemiro en la alineación titular, lo que ponía a James Rodríguez en competencia directa con Toni Kroos y Luka Modric por una plaza en el mediocampo y con Gareth Bale por un puesto en la delantera. Como medio, James Rodríguez era un mediocampista que buscaba atacar en todas las jugadas, y Zidane deseaba más control y equilibrio en la circulación del balón, y como atacante le faltaba la velocidad y el desborde que sí tenía Bale.  Su suplencia se entendía a partir de esa combinación de gustos y la pérdida de confianza y tono físico que le procedieron solo deterioraron su situación.

Ancelotti Fields Forever

El uno para el otro

Y así, cinco años después de la separación, más allá del truncado encuentro en Baviera, James Rodríguez y Carlo Ancelotti vuelven a unir sus trayectorias. La presencia de Ancelotti, que lo llevó al Bayern Múnich y lo buscó en Napoli, fue definitiva para que el cucuteño aterrizara en el lado azul del Merseyside. Su agente, Jorge Mendes, puso su nombre en todos los equipos en los que tiene influencia, desde el Atlético de Madrid al Manchester United, pasando por el PSG o los Wolves, y al final no recaló en ninguno y sí bajo el cuidado de su mentor. En una entrevista informal con Rio Ferdinand, de las varias que dio en los meses de incertidumbre sobre cuál sería su destino, James Rodríguez habló con claridad sobre sus deseos de dónde y cómo jugar y sobre su travesía para conseguirlo. En otras, habló sobre la importancia de la confianza, la tranquilidad y de estar feliz. Como ambas cosas solo las ha tenido bajo la dirección del italiano, el Everton ha podido firmar a un talento de cualquier otro modo inaccesible para el club y además ha decidido aprovechar la oportunidad histórica para ayudarlo como mejor han podido: por ahora, Allan y Abdoulaye Doucouré.

No deja de ser curioso que sea Carlo Ancelotti el que cobije a un tipo como James Rodríguez. El italiano nació a los banquillos bajo la tutela de Sacchi y mientras aprendía a caminar solo, trató de imitarlo como pudo. Es famosa la anécdota que él mismo ha contado de cuando siendo entrenador del Parma le ofrecieron a Roberto Baggio con treinta años y declinó el traspaso porque no veía sitio para él, ya centrocampista ofensivo después de ser carcomido por las lesiones, en su inmutable 4-4-2. Luego, ya como entrenador la Juventus y más seguro de sí mismo, la presencia de Zidane en la plantilla lo llevó a cambiar su sistema y su estilo, construyendo el equipo alrededor del francés como enganche, inédito en él hasta aquel momento y contrario a los principios que había aprendido de Sacchi. Esa fue la piedra de toque que lo llevó luego a confeccionar su Milan, su PSG y su Real Madrid del modo en que lo hizo, sin miedo a juntar cerebros ofensivos en roles que elevaran el fútbol de ellos.

Y a pesar de ello, Ancelotti nunca ha abandonado sus raíces. Su trabajo en sus equipos siempre ha empezado por crear un sistema defensivo sólido, por dotar de consistencia, solidaridad, calma y responsabilidad a los suyos. Y por eso, a pesar de haber probado multitud de sistemas durante toda su carrera, siempre guarda el 4-4-2 en la recámara. En sus propias palabras, se trata de «el mejor sistema defensivo«. Sus equipos, incluso cuando no partían de ese sistema, terminaban defendiendo con él. De hecho, para Ancelotti el secreto de su afamado 4-3-2-1 (el ‘Árbol de Navidad’) estaba en la flexibilidad del mismo para convertirse en 4-4-2 cuando el equipo defiende y luego ser otra cuando este ataca.

Ese valor, el de la flexibilidad, también es capital en el libreto de Ancelotti. La maleabilidad de sus equipos para defender en 4-4-2 y luego mutar a alguna otra cosa que explote las capacidades de sus futbolistas ofensivas es marca registrada de la casa. Fue su plan en Napoli, jugando con un 4-4-2 de partida siempre por primera vez desde sus tiempos en Parma, los suyos se movían de allí a un 2-3-4-1 (el medio izquierdo, Insigne, se volvía mediapunta; el lateral izquierdo, subía para jugar – y no llegar- de extremo izquierdo; el medio derecho hacía lo mismo por su lado, mientras el lateral derecho  se cerraba a la altura de los dos medios centrales). También en el Everton, pues tras coquetear con varios sistemas terminó decidiéndose por el 4-4-2 que luego evolucionaba a un 3-3-2-2 (el mediocentro bajaba a la defensa, los laterales subían al mediocampo y operaban desde allí, los medios exteriores cerraban su posición para jugar detrás de la pareja de delanteros).

Everton 2020-2021

La transición defensiva, primero con Richarlison haciendo la banda izquierda y luego cuando es repliegue con James de medio y el brasileño arriba.

La llegada de James Rodríguez ha cambiado el acento. Aunque es pronto para asegurar cuál será el plan definitivo para esta temporada, el debut ante el Tottenham deja entrever desde ya un giro hacia el Ancelotti más reconocible: un equipo asociativo pero versátil que maneja varios registros de ritmo del balón, apoyándose en el juego corto o largo según la necesidad del partido, quebrando así con la versión más bien reactiva y conservadora que había sido el Everton que tomó a mitad de temporada el curso pasado. En cuanto al sistema, ante el Tottenham, Ancelotti volvió a partir del 4-4-2,  pero este, como un camaleón, adoptaba formas distintas en cada jugada.

Más que una posición, cada uno de los cuatro mediocampistas recibió un rol y una zona que defender. Allan era el primer hombre del mediocampo: el más retrasado, guardián por delante de la defensa, primer receptor por dentro y encargado de la zona izquierda del centro en el repliegue. Doucouré fue el segundo hombre, jugando más bien del centro a la derecha, pero un escalón por delante de Allan, moviéndose más libre por delante de él y llegando más arriba, con libertad también para caer sobre la banda derecha, y cuidando la parte derecha del doble ‘5’ que se forma en el 4-4-2. André Gomes fue el tercer hombre del mediocampo, tapando la banda izquierda en defensa y jugando como interior izquierdo, cerrando constantemente su posición por delante de Allan y como nexo de unión entre este y Doucouré y James Rodríguez, que fue el cuarto hombre del mediocampo. Aunque escorado a la derecha, entre otras cosas para defender ese lado en el 4-4-2, James Rodríguez operó de enganche, una posición muy parecida a la que ocupó en el Real Madrid, aunque cambiando de perfil. Si en el equipo blanco jugaba recostado sobre la izquierda, esta vez lo hizo sobre la derecha.

En la práctica, el 4-4-2 de Ancelotti se alejaba de su versión en Napoli y se parecía mucho más a los típicos 4-2-2-2 del fútbol brasileño de la década de 1990. La tradición brasileña no tiene por costumbre asignarles posiciones a los jugadores según el espacio, sino que simplemente divide el campo en tres zonas, la de los zagueros, la de los medios y la de los atacantes, y en cada zona les da un número a cada futbolista según su rol y posición. Así, en ataque, el delantero más cercano a la portería rival es el primer atacante y luego va el segundo y el tercero; y en el mediocampo, lo contrario: el mediocampista más retrasado es el primer hombre y el más adelantado, en los mediocampo de cuatro jugadores, el cuarto hombre. Esa forma de concebir el juego inyecta inmediatamente movilidad y flexibilidad a los sistemas clásicos brasileños. Sus mediocampos, sin importar la figura que formen en el papel, se mueven vivos formando rombos, cuadrados y paralelogramos alrededor del balón. Sin ser exactamente eso, el mediocampo Toffee se comportó de forma similar, con Allan siempre de hombre más retrasado y James como el más avanzado, haciendo muchas veces una especie de rombo girado hacia la derecha.

La transición ofensiva, del 4-4-2 con el que defiende al rombo girado que busca a James entre el mediocentro y el lateral.

Esto último es una tendencia natural del fútbol actual. Por los sistemas de presión que se llevan hoy en día, los espacios entre líneas que otrora estaban en el carril central se han trasladado hacia los lados. Es muy común ver a uno de los mediocampistas centrales recostarse sobre uno de los lados, casi como si fuese un lateral o un tercer central, para desde ahí dirigir la circulación del balón. Lo hace Kroos en el Real Madrid o Xhakha en el Arsenal. Se lo hemos visto a De Jong en el Ajax o en Holanda, e incluso Carlos Queiroz se lo ha pedido a sus interiores en la Selección Colombia. Es una forma de girar el tablero, hacer que los ojos de la presión se vayan hacia ese lado y despejar las recepciones en el otro, encontrando a jugadores libres detrás de la línea de presión con pases diagonales. Lo que plantea Ancelotti con James Rodríguez obedece al mismo razonamiento. El Colombiano es el cerebro del equipo y el espacio entrelíneas está ahí, entre el mediocentro y el lateral izquierdo, que es la zona donde recibió casi siempre, suficientemente lejos del uno y del otro para que para defenderlo estos tuviesen que salirse de su posición, y desde ahí tiró de su repertorio técnico y creativo para dirigir el juego del Everton, girando también al equipo rival hacia su zona y creando espacio en diagonal del otro lado que James habilitó una y otra vez con cambios de orientación indefendibles.

Y además volvió a demostrar algo que se olvida: hoy es mejor futbolista que hace seis años. Ha perdido, al menos hasta que demuestre lo contrario el día que vuelva a tener forma física ideal, capacidad para hacer tantos kilómetros de esfuerzos como entonces. Es normal. Hoy tiene veintinueve años. Sin embargo, su fútbol ha ganado todos los matices que no tenía entonces. Si cuando en 2016 Zidane llegó al Real Madrid y se encontró a un mediocampista que atacaba, hoy James ha sumado control y poso reflexivo a su juego. Ya no busca la forma de crear la jugada ofensiva como primera medida, sino que organiza a los suyos desde el pase y desde su técnica, con sístoles y diástoles que marcan el pulso del juego. Es ahora sí un director de juego. Y sigue teniendo una de las mejores zurdas, de las más creativas, precisas y determinantes, de los últimos treinta años. Tiene la edad en la que los mediocampistas alcanzan la madurez y se le nota. Con la confianza y la mano de un entrenador entregado a su talento, James Rodríguez empieza a jugar. Este es su director’s cut. Disfrutemos.

 

 

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