It was born in England

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El miembro fantasma

Mire usted los primeros quince minutos del partido entre Argentina y Chile. Si lo hace deteniendo la vista en todas las cosas que hace la selección de Scaloni, podrá darse cuenta de que es un equipo armonioso, que tiene todo en apariencia claro. Sabe Argentina que tiene cuatro defensas, pero que cuando sale jugando quiere romper eso, hacer como si tuviera tres y cubrir casi todo el ancho del césped con ellos, como abriendo los brazos para cubrir más terreno, mientras el defensa fugitivo, en este caso el lateral izquierdo Tagliafico, se incorpora a la primera línea del mediocampo, que de tres jugadores (Paredes, De Paul y Ocampos) pasa a ser de cuatro alineados de cal a cal, como inflando el pecho. El cuarto mediocampista, Di María, que en el papel se sienta como el corazón del centro hacia la izquierda, espera la subida de Tagliafico como un vampiro esperando la invitación a una casa, y una vez el del Ajax flanquea la izquierda a la altura de la divisoria, Ángel en tres cuartos de campo se desplaza hacia el centro para ser cordón umbilical de Messi: se convierte en su socio, su sombra y su abrigo. Arriba, Lionel hace de Lionel, dueño de su destino, danzando con Di María entre el vértice superior del mediocampo y la mediapunta, y Lautaro espera como punta de lanza que la bola llegue a sus pies. La secuencia se repite como clave musical.

Sabe que para defender, debe convertir la mitad del campo de Chile en un salón de baile en el que cada uno de los jugadores más adelantados elige una pareja y se recuesta sobre ella como si sonase el bombón asesino, quedando libre solo Isla, al que Tagliafico acosa si va la bola a él. Es una presión a pares, con las líneas bien adelantadas y la mirada hacia adelante y la espalda descubierta. Si es superada, se rompen las parejas y sobre la media cancha lo de Argentina pasa a ser un 4-4-2 zonal, que aguanta o presiona dependiendo de los riesgos que tome Chile, y si el balón supera esa parcela del terreno, el 4-4-2 se desfigura para componer una línea de cinco atrás, con Ocampos de visitante y Foyth de tercer central, Di María, Paredes y De Paul en línea, Messi libre y Lautaro a la espera. El movimiento funciona como el de un reloj suizo.

Y aun así, Argentina no ha jugado bien. Y a esos quince minutos, Messi se aburre de el útero en el que lo ha envuelto el equipo y escapa hacia la banda derecha, lejos. Y en los huecos del sistema, Alexis asoma a galope y ninguno de los dos centrales o los dos cinco del equipo sabe qué hacer con él. Y Chile, sin mucho quehacer, supera la red albiceleste como si fuese un colador. Scaloni cambia a Ocampos de banda y a Di María le ordena dextrocardia y la armonía se rompe y Argentina ahora juega peor porque también se amputa un brazo, el diestro, y el pecho no se infla porque no llega aire a los pulmones y el equipo comienza a padecer el síndrome del miembro fantasma, pues juega como si tuviese brazo derecho pero luego no lo tiene.

Terminado el partido, los culpables se acumulan en el debate público como un juego de barajas: que Foyth, que Ocampos, que Tagliafico, que De Paul, que Di María, que Lautaro. Que por qué no Molina Lucero, Acuña, Palacios, Julián o Lo Celso. Y es entonces cuando la hemeroteca descubre que el miembro fantasma, ese que Argentina siente pero no tiene, no es solo cosa del partido ante Chile sino de todos los partidos jugados en los últimos dos años. Que siempre falta uno, o falta algo, pero que Argentina no juega al completo, aunque siempre haya once y de esos once haya cuatro o cinco que tengan roles duales o triples y Messi como Dios esté en todas partes aunque a veces no se sienta su presencia.

¿Cómo puede solucionar Argentina su rompecabezas? ¿Cómo puede jugar con once y que se sientan once o que se sientan más? El quebradero de la organización del equipo lleva ya dos años. Scaloni ha hecho probaturas varias, y en la cancha lo táctico se ve, se nota. Hay un trabajo detrás, que es bueno y que los jugadores ejecutan, y aun así el síndrome persiste. Quizás la respuesta esté en el cambio de pregunta, en dejar de cuestionarse cómo llenar el campo con los nueve satélites que deben rodear al sol vagabundo que es Messi, y empezar a resolver este otro interrogante: ¿cómo hacer para que la pelota siempre esté cerca de Lionel y cerca de Lionel todo lo que este necesite? Porque, a la larga, los pedazos de grama no juegan ni ganan. Messi y la pelota sí.

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