It was born in England

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Delirio (Colombia)

Borré, Borja y Díaz. Barranquilla, Tierralta y Barrancas. Caribe.

«Si acaso me ven andar como un loco arrebatado…» canta Jorge Oñate en su single de 1983 Delirio (Martha), un vallenato como el que anoche tocó Colombia, género del que Reinaldo Rueda es amante reconocido, y delirio, delirio fue lo que desató el equipo nacional bajo la luna de Barranquilla, esa que tiene una cosa de maravilla. Durante media hora, Colombia fue eso: un arrebato. Y metió dos goles que pudieron ser tres o cuatro o cinco. Baile, baile y baile.

El juego del equipo se sustentó sobre todo en dos valores: movilidad y profundidad. Por tercera vez en el ciclo Rueda, Colombia alineó a sus dos hombres más adelantados en una doble punta de lanza. Borja y Borré, sobre todo este último, le dieron desde su posición de vanguardia referencias verticales al espacio y entre líneas, recibiendo en los puntos ciegos de Baeza y Pulgar, a Colombia para progresar que facilitaron tanto la transición defensiva como la gestión del ataquen en los últimos treinta metros pues la profundidad estaba garantizada y los mediocampistas colombianos recibían de cara y con ventaja para habilitar a sus atacantes. A eso se sumó la movilidad de Matheus Uribe, que convertía a ratos la mitad de Chile en una cancha de fútbol de salón, y de Quintero, que supo encontrar los momentos y los lugares en los que hacerle daño a Chile cuando se salía de la banda derecha. Colombia era como una versión futbolística de Muhammad Ali, flotando como mariposas y picando como abejas. Chile no sabía cómo atajarlo.

Párrafo aparte merece el que fue el punto más alto de rendimiento de la noche: Yairo Moreno se asomó desde el lateral izquierdo para dotar al equipo de orden, pausa, creatividad e inteligencia en salida de balón. La presión chilena sucumbió ante la cadencia de su suela y sus pases. Rueda había planteado un partido con los dos laterales, a diferencia de otros partidos, con mayor presencia en campo propio y en la construcción, como lanzadores de ataques (también Uribe y Quintero) para los puntas desde los primeros pases de cada jugada y confiando además en la agilidad de sus pies de boxeadores y su explosión para resolver individualmente los problemas colectivos que pudiesen tener ante el pressing austral. Moreno, además ayudado por las atenciones que recibía Quintero en el lado opuesto, afinó en el tono exacto del partido y fue ganando confianza técnica en la medida en la que todo le salía, de ahí también la jugada del minuto 28: una cuádruple pared de fantasía con Luis Díaz, propia de los Globetrotters, una sinécdoque del estado emocional del partido.

Yairo Moreno contra Chile (Col ataca de izquierda a derecha)
William Tesillo contra Paraguay (Col ataca de derecha a izquierda)
Juan Cuadrado contra Chile (Col ataca de izquierda a derecha)
Stefan Medina contra Paraguay (Col ataca de derecha a izquierda)

 

 

 

En el fútbol, parecer bueno y hacérselo sentir al rival es una virtud que puede llegar a ser tan importante como serlo. Luis Díaz lo sabe como nadie. Era el gran beneficiado de todo el entramado táctico, pues entre Moreno, Uribe, Borja, Borré y Quintero le creaban un aclarado en el cual recibía y empezaba a gambetear con una finura y un frenesí que elevaba la actuación de Colombia del dominio a la exhibición. No lo pudieron detener, salvo con faltas. No necesitó estar en el nivel de precisión e intensidad en los últimos toques de sus mejores días porque Colombia solo le pedía que fuese un acróbata del balón que instigara miedo.

«…No se vayan a burlar de las angustias de un hombre». Así continúa el verso de Oñate y así también continuó el partido, con angustias. Colombia había sido fulgurante y dado una sensación de tenerlo todo controlado durante la primera parte, aunque no fuese cierto. En realidad, había dado ventajas en su transición defensiva que una Chile panda y currutaca no había sabido capitalizar. Lasarte lo leyó a la perfección y para la segunda mitad cambió el sistema y puso los hombres necesarios para explotar esa ventaja. Wilmar Barrios había estado muy conservador en su posicionamiento en transición defensiva, quizás por decisión técnica ante la composición de la zaga con un debutante (Un imperial Carlos Eccehomo Cuesta) y dos laterales que por técnica, intensidad y lectura de juego suelen conceder cosas a los rivales. Esa decisión, fuese propia o dirigida, había creado un boquete entre Uribe y Barrios en tres cuartos de cancha chilena que desde el inicio del segundo tiempo Chile se puso en disposición de explotar y pasó no solo a dominar el partido sino a que el empate se sintiese en la nuca de los colombianos.

El 2-1 no tardó en llegar y el empate estuvo cerca. Colombia estaba sufriendo por varias cosas: el nuevo posicionamiento de Chile no solo le había dado el dominio del terreno de juego sino que los había puesto en primera fila para atacar las debilidades defensivas de ambos laterales, siendo especialmente maliciosos con Cuadrado. Colombia trató de compensar plantando un bloque defensivo más bajo, con Matheus poniéndose en línea con Barrios y los delanteros más cerca de los volantes, hasta el punto de que en ocasiones terminaban por detrás de estos en defensa. No fue suficiente. El equipo necesitaba un tercer mediocampista en el carril central de inmediato.

¿Por qué tardó Reinaldo casi veinte minutos del segundo tiempo en hacer esa modificación, urgente desde casi el arranque del complementario? Porque no era una decisión fácil, sobre todo tras el gol chileno. La necesidad de recomponer el equipo era inmediata pero había que ser preciso en la elección del nombre elegido para ello. Quitando un delantero, Colombia se sometía a una posible pérdida de la profundidad y la capacidad de transitar de defensa a ataque desde la que había construido su media hora de brillo. El hombre elegido debía permitirle al equipo lanzar contragolpes tanto desde el pase como desde la conducción, además de poder repetir esfuerzos defensivos con la dinámica que estaba demandado la nueva Chile, también teniendo en cuenta que si Chile llegaba a empatar, ese jugador debía ser capaz de jugar más cerca del mediocentro para darle entrada a otro delantero.

Al 69′, Rueda metió el doble cambio. Quitó a los dos puntas, extenuados tras veinte minutos de sobresfuerzo defensivo, puso a Cuadrado, que era quien mejor encajaba con el perfil, de interior derecho y dio ingreso a Daniel Muñoz en el lateral derecho. Muñoz es un jugador con virtudes que en contextos determinados lo convierten en élite, pero con problemas de técnica (con y sin balón) y lectura de juego que pueden costar goles. Sin embargo, Rueda apostó por él y no por Medina, quizá entendiendo que el escenario que se le iba a presentar al lateral derecho era uno en el que iba a poder lanzarse al ataque a campo abierto con conducciones, y así pasó, virtud en la que Muñoz destaca y Medina, más cerebral y pasador, no.

El doble cambio tuvo impacto enseguida, pues acabó con las ventajas en las que estaba cimentado el dominio chileno y una jugada de Roger Martínez, quien entró con Muñoz, habilitó a Luis Díaz para poner el 3-1, dándole a Colombia un escenario táctico y una distancia en el marcador que le permitió usar los últimos quince minutos para administrar la victoria.

El gran debe del partido, más allá de lo ya descrito de la transición defensiva, estuvo en que el equipo adoleció de no formas de activar a Juan Fernando Quintero. Más allá de un buen partido en lo individual, Quintero no fue potenciado por el equipo ni por su lateral derecho, que aunque estuvo correcto, no supo hacer lo que Moreno sí en la otra banda: pausar, ordenar y activar a los jugadores de tres cuartos para arriba. El siguiente paso en la evolución debe ser ese: darle a Quintero un contexto sobre el que alzarse porque un gigante es doblemente grande si tiene una plataforma en la que subirse.

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