It was born in England

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De Maputo a Cali

Luego de la doble humillación deportiva sufrida ante Uruguay y Ecuador por eliminatorias, el proyecto de Carlos Queiroz en la Selección Colombia finiquitó. Estaba muerto antes de comenzar el partido ante los ecuatorianos. Algo se había roto en la convivencia interna. La externa, la que se tiene con la prensa y la afición, había iniciado rota. Queiroz llegó bajo sospecha y nada de lo que hizo o no hizo fue juzgado sin ese velo de escepticismo y suspicacia.

El portugués diseñó un equipo de fútbol que tenía como objetivo principal encontrar la mejor versión posible de James Rodríguez. Para ello, ideó un 4-3-1-2 disfrazado de 4-3-3 en el que el número ’10’ partía en el papel de una de las bandas, pero terminaba de trequartista dirigiendo el fútbol del equipo.

Se trataba de un colectivo con ideas diáfanas y ejecutables que con ese fin  de potenciar a Rodríguez terminaba adaptándose a las cualidades de todos los intérpretes, creando espacio para ver las versiones más interesantes y competitivas de varios de los mejores jugadores de la selección. El resultado, que cuando el modelo de juego carburaba, especialmente el triángulo que formaba Medina, Cuadrado y James, Colombia jugaba muy bien. Era un equipo intenso, que daba responsabilidad creativa a todos sus jugadores, que defendía como una unidad versátil y atacaba ídem. Varios de los mejores minutos de la Selección desde la lesión de Falcao en 2014 hasta ahora nacieron de esa sincronía.

Ese equipo, con ese sistema y ese modelo de juego, debutó contra Panamá el 3 de junio de 2019. Con James en cancha, antes de la doble fecha eliminatoria que pondría fin a todo, jugó ocho partidos en los que anotó 15 goles y solo recibió 2, ambos en el mismo partido, ante Chile y luego de que Stefan Medina saliese lesionado y tuviese que pasar Cuadrado a jugar de lateral derecho, generando desajustes tácticos que rompieron el sistema y el modelo.

Por supuesto, no todo fueron luces. Del lado oscuro, que el equipo dependía en exclusiva de que lo táctico funcionase. No había respuesta real a que el modelo de juego encontrase obstáculos, propios y ajenos, en su funcionamiento, y los jugadores pasaban de estar en disposición de ser la mejor versión de ellos mismos, a ser una mala, sin confianza técnica ni capacidad de respuesta individual a la falta de alternativas colectivas. Los dos partidos oficiales ante Chile sirven de ejemplo perfecto de esa dinámica, como también los amistosos jugados sin James, en los que el modelo de juego perdía sentido y transformaba a Colombia en un equipo plano con déficits creativos.

La Selección de Rueda, como es normal por el tiempo de trabajo, tiene un modelo de juego más simple, con bastante menos cosas claras sobre qué y cómo hacer su fútbol (y cuál es ese fútbol, aunque en prensa repita que lo tiene claro) en cada una de las fases del juego. Y sin embargo, ocurre lo contrario: los jugadores gozan de una confianza técnica, promovida por el cuerpo técnico, que les permite atreverse a todo y desde la individualidad resolver asuntos tanto en el conjunto de jugadas como en la sucesión de ellas.

Con Queiroz, uno esperaba que el paso de los partidos y el refinamiento del modelo, es decir, la suma de información al código del equipo, otorgase la continuidad al mismo para que el techo mostrado fuese el nivel estándar en cualquier escenario. Con Rueda, uno espera que el tiempo de trabajo permita escribir ese código táctico que hace falta y que pueda elevar a las individualidades que hoy juegan queriendo ser la mejor versión de sí mismas, de modo que aunque no lo logren todos los partidos, exista un sostén que permita que el estándar sea alto. En ambos casos, la ilusión es (era) la misma: que llegado el momento de la verdad, el equipo alcance a llegar a ese punto de equilibrio en el que la máquina futbolística funciona a todo vapor y no haya que estar echándole carbón mientras avanza.

Ocurre, sin embargo, que el tiempo ahora va a contrarreloj: antes de que las relaciones personales del grupo de jugadores y el cuerpo técnico explotaran, Queiroz contaba con el tiempo a su favor. Había tenido e iba a tener casi todo lo que se necesitaba. Tiempo para descubrir, tiempo para probar, tiempo para trabajar. Rueda lo tiene en contra. Con bajas de las que se sienten hondo en el único espacio largo de trabajo que va a tener, esta Copa América, y con solo finales de acá en adelante por lo apretado del calendario, no va a tener margen y quizás no llegue a ese punto óptimo que se necesita para poder soñar, como no llegó Pekerman en 2018 por razones similares.

Reinaldo lleva ya cinco partidos en los que ha ido de más a menos. No deja de ser un efecto normal cuando llega un nuevo entrenador. En el primer partido, entre la herencia táctica y la inyección emocional los equipos hacen una presentación de un nivel que el nuevo colectivo todavía no tiene. Una vez ese efecto se desvanece y el código táctico del nuevo entrenador va sobrescribiendo el del viejo, los equipos suelen entrar en turbulencia. Colombia está ahora mismo en ese punto.

De cómo logre Rueda pilotear el avión y salir de esta fase dependerá el futuro del equipo. Por fortuna, las bases para hacerlo bien (grandes jugadores que confían en el cuerpo técnico y trasladan esa confianza a su rendimiento individual en el campo) son buenas. Serán mejores cuando Rodríguez y Quintero, bajas para esta competición y los dos jugadores que elevan el potencial del equipo, se sumen. La triple fecha eliminatoria de septiembre será un buen termómetro del nivel real de este equipo. Por ahora, la Copa América debe servir para acelerar la transición de Maputo a Cali, sin olvidarse de competir, que es la mejor forma de mejorar.

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