Entre pase y pase

Publicado el Diego Alarcón Rozo

Un padre llamado Adrian Mutu

En 2003, cuando los costales de billetes recién llegaban a Stamford Bridge, Adrian Mutu partía de Parma hacia Londres. Poco menos de 25 millones de dólares había costado su traspaso, una cifra grande para el mercado de entonces, que ya comenzaba a ser roto por el mezquino proyecto de ‘Los Galácticos’ del Real Madrid. Todavía no existía la orgía de los millones de estos días, en los que un buen jugador –al menos con expectativas de serlo- está por encima de 50 millones de euros. Sin hablar de los salarios, que cada vez más parecen acercarse a la barbarie. Quién sabe cuándo reventará todo esto.

Mutu lo tenía casi todo: velocidad, habilidad, pegada, actitud de rockstar, 24 años, 1.80 metros de estatura. En los juegos de Play Station era un grande. Había llegado el momento de demostrar que para la historia, él podría inquietar a la figura rumana de todos los tiempos, a un Gheorghe Hagi retirado y sentado en el pedestal. Y también era el momento en el que debía asumir su rol de goleador en la delantera de la selección de Rumania: ya no estaba Floran Raducioiu y Adrian Ilie, a quien apodaban ‘La Cobra’, estaba de salida. Si no se acuerda de ellos, no se preocupe. Óscar Córdoba y Faryd Mondragón los recuerdan por usted.

No pudo ser la historia de Adrian Mutu. En su primera temporada jugando para el Chelsea marcó seis goles en 25 partidos, que a la larga, fueron como si nunca hubiera pisado el campo. El equipo era dirigido por el italiano Claudio Ranieri, un técnico de muy buen mercado pero de palmarés pobre. Un entrenador que desde 1998 no gana nada relativamente importante y que entre otras cosas, será quien dirija a Falcao y a James Rodríguez en el AS Mónaco, el nuevo rico de la liga francesa. Cuando Mutu llegó a Stamford Bridge, Chelsea era el nuevo rico de Inglaterra.

elespectador.com
elespectador.com

Entonces apareció la cocaína. José Mourinho, el nuevo entrenador, ordenó una prueba antidopaje. Algo fuera de lo común le estaba pasando a Adrian, algo que estaba afectando su rendimiento. Los tribunales deportivos lo suspendieron por una temporada entera y Chelsea le dijo adiós como si nunca se hubieran conocido. Como suele suceder con los pecadores en esta sociedad enferma que posa de hipercorrecta, lo lapidaron y lo sepultaron en vida. Equivocarse es malo.

Mutu intentó defenderse diciendo que no era cocaína sino una droga para mejorar su desempeño sexual y algún columnista escribió que a diferencia de la estupidez, la adicción a las drogas tenía tratamiento. Se marchó con la maleta llena de pesadillas y la Juventus de Turín lo recibió de buena manera, antes de que se descubriera que por amañar partidos, el equipo tenía que ser castigado descendiendo a segunda división. Muchos hablan del “mundo del fútbol” y es redundancia: el fútbol es parte del mundo y en el mundo existe la mafia, la maldad, las conspiraciones y la trampa.

Ahora Mutu habla diferente. Dejó huella en la Fiorentina, salió positivo en un nuevo control en 2010 y volvió a ser lapidado. Agarró a patadas a un mesero en un bar. Pasó por el Cesena y hoy juega en una liga menor, con 34 años, una década después de su momento estelar, muchos reclamos de recuerdo por haberse ‘desperdiciado’ en el camino y sin haber estado un Mundial. Su club es el AC Ajaccio de la liga francesa, un equipo sin mucha historia en el que juega con el 12 en la espalda. Lejos de la élite pero cerca de las noticias, se impactó con esa que reportaba que en China un bebé recién nacido había sido rescatado porque su madre lo dio a luz en una letrina.

“Tengo la intención de adoptar a este bebé. No podía encontrar la manera de seguir viviendo, cómo comer mi desayuno al ver esta historia en la TV. Él es un niño especial. Cuando vi al bebé dije, ‘Yo lo debo adoptar. Él me ha sido enviado por Dios’”. Adrian Mutu es sensible, tiene tres hijos y al menos en las fotos luce contento. Su biografía en Twitter es contundente: “Primero que todo soy padre, después todo lo demás”.

Los hinchas de la Fiorentina lo recuerdan como el ídolo que fue durante cinco temporadas, antes de su segunda suspensión, porque por fortuna lo que pasa en la cancha está un poco blindado de los moralismos, aunque a veces sus juicios trasciendan. Mutu no es descrito como el hombre noble que se impacta con la crueldad del mundo. Es el excocainómano al que hoy se le ocurre la locura de adoptar un bebé chino. ¡Qué jodido está el mundo con sus jueces!

Por: Diego Alarcón Rozo

En Twitter: @Motamotta

Comentarios