El telescopio

Publicado el Pablo de Narváez

¡Gracias, Diego!

Un amor que desborda el tiempo. (Foto AFP)

Maradona es un mito. Produjo tanto en su pueblo, en el fútbol y en su época que traspasó todas las fronteras del tiempo. Su partida le ha puesto la piel de gallina a todos aquellos a los que el fútbol nos emociona. Maradona sintió el fútbol en su piel, literalmente, ese deporte de pelota que ha sido hasta ahora y para siempre la única maravilla del mundo hecha con los pies.

Maradona fue uno de sus mejores constructores, sino el más. Reinventó el balompié con sus gambetas endiabladas y endiosadas —sí, las dos caras de la moneda, las contradicciones de la vida, así era él; así somos— con su ingenio artístico, con su visión geométrica y especialmente con su corazón y su entrega del color del alma. Ya inventado, Diego recreó el fútbol como hacen los grandes talentos con sus artes: rehacerlo de cero, expresarlo de una manera distintiva, visceral, artesanal.

En la mesa de noche de mi papá, recordaré por siempre, reposó durante días y días el libro de Maradona (Yo soy el Diego; Planeta, 2000). Lo veo. De sus manos pasó a las mías. Su admiración por Diego Maradona y su relato, entre otros, del mejor gol de todos los tiempos versus Inglaterra en el Mundial de México 1986, cuatro años después de la Guerra de Malvinas, despertó mi voraz curiosidad.

El fútbol tiene un poder conductual mágico. Viaja por los genes de la sangre. Es transmitido por lo metafísico del amor. Y así fue. Me devoré los partidos jugados en el epílogo de su trayectoria; coqueteos, celebraciones, videos en VHS.  Así crecí, fascinado, viéndolo jugar con toda la seriedad y la lealtad, con talento y amateurismo, con sentido y con causa, con determinación y presencia, con espíritu guerrero ese deporte que despertaba en mí corazonadas y sueños. También era un ser humano común que afrontó cara a cara la adversidad con ahínco y con el puño apretado: fallando, cayendo y volviéndose a levantar mil veces. Y así fue su vida. Y así es la vida.

Por eso su historia y su mito desborda una cancha, el pasto, un mero gol. Fue el gran capitán. Líder, guía, motor. Maradona es y será mucho más que un futbolista. Representa los valores de la argentinidad: su país y sus ideales, sus raíces, la garra, la valentía, el coraje y la superación. Pero también representa a la humanidad. Tú y yo. La emocionalidad, las contradicciones, el barro, lo terrenal de reinventarse cada amanecer. También las adicciones, esas cadenas pesadas, esos espirales profundos e interminables que nadie puede juzgarle a nadie. Cada cual carga su cruz, me dijo mi amigo Juan hace un rato, mientras llorábamos. Maradona tuvo que cargar también con su propia vida y sus hazañas, con su historia y con la del fútbol, esa maravillosa metáfora de la vida.

El 25 de noviembre de 2020 murió de un paro cardiorespiratorio en su casa en Tigre en la provincia de Buenos Aires. Su muerte pega de lleno en su familia, en sus afectos y en el corazón de aquel que ama el fútbol y que se aferra a la vida, buscando salir a flote. Queriendo ser. No podía ser de otra forma para sellar su estampa mítica, su leyenda, la que nos enseñó a muchos, como a mí, a dar la vida en la vida. Eduardo Galeano lo describió hermosamente como un dios terrenal: “Ídolo solidario y generoso, había sido el autor de los dos goles más contradictorios en la historia del fútbol. El gol del ladrón, con la mano; y el gol del malabarista y del prodigio, el más hermoso que se ha hecho jamás. Los dioses, por muy humanos que sean, no se jubilan”.

Gracias por todo, Diego. Tu viaje al infinito cósmico nos vuelve a revelar la fragilidad humana, nuestra mortalidad. Y tu inmortalidad.

En estas palabras he dejado lágrimas, recuerdos, sueños. Ojalá los sientas, como yo sentí tu fútbol, tu vida, tus enseñanzas. Descansa en paz.

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