Al amanecer, cuando la ciudad apenas comienza a descifrarse o cuando el sol se despide y la luz remarca un borde tenue sobre tejados y edificios, los corredores aparecen como una especie aparte. Figuras que emergen entre la penumbra y el ocaso, cruzan avenidas, bordean parques, zapatean sobre la ciclorruta.

A diferencia del ciclismo o del boxeo —pilares indiscutibles de la identidad deportiva colombiana—, el atletismo no ocupa un lugar simbólico equivalente, aunque ha dado campeones y gestas memorables. No es considerado un deporte nacional, pero su práctica crece sin pausa: hoy, más de tres millones de colombianos corren y se organizan alrededor de unas 200 competencias al año. Tal vez porque correr es, antes que una disciplina, un impulso primitivo: una forma de recordarnos quiénes fuimos mucho antes de que existieran pistas o cronómetros.

La antropología lo confirma. Cuando el ser humano todavía era nómada, ya corría. Una de las hipótesis más aceptadas sobre nuestra resistencia es la del persistence hunting: perseguir a un animal durante horas, a ritmo constante, hasta que colapsara por agotamiento. Correr no era un pasatiempo: era una estrategia de supervivencia que, a la vez, marcó nuestra evolución. El tendón de Aquiles como resorte, el arco del pie como palanca, la capacidad de disipar calor en movimiento: todo lo que hoy asociamos al deporte fue, alguna vez, una herramienta para vivir.

Ese legado biológico sigue ahí. Lo muestran los Rarámuri de la Sierra Tarahumara —capaces de recorrer distancias inmensas con sandalias mínimas— o los corredores del Valle del Omo, en Etiopía, cuya eficiencia parece heredada de un tiempo remoto. Incluso en su versión más urbana, con aplicaciones, relojes y tenis de alta tecnología, correr conserva ese pulso antiguo, inextinguible, trascendente.

En las ciudades, el running está reconfigurando la manera en que habitamos el espacio público: a veces en silencio, otras con la contundencia de una avenida tomada los domingos. En Bogotá, por ejemplo, la Carrera Séptima se convierte en ciclovía y recibe a miles de corredores que recorren sus pasos; en Medellín, las rutas junto al río enlazan barrios y rutinas; y en Cali, Bucaramanga o Pereira, el fenómeno se adapta a la topografía y a la cultura urbana de cada lugar. Y así, se replica en cientos de lugares alrededor del mundo.

Pero esta práctica no sólo ocurre en la ciudad: también se abre paso en montañas, senderos y playas, donde la pisada y la respiración se mezclan con la trocha, la arena o la sal.

Correr, además, funciona como una lectura social del país. Cada paso traza un mapa emocional que revela cómo está el entorno: dónde el espacio acompaña y dónde se queda corto. La iluminación, el pavimento o la seguridad condicionan quién puede moverse con libertad y quién debe adaptarse a circunstancias que no deberían existir. Aunque es uno de los deportes más democráticos, el running expone desigualdades en la manera en que ocupamos o evitamos ciertos territorios.

Es, pues, tanto elemental como poderoso. Un regreso a un ritmo que cruza nuestra historia como especie, los lugares que habitamos y las desigualdades que enfrentamos. Esta práctica atesora una ética y una épica propias. Cada zancada guarda una memoria antigua y una posibilidad futura, pero ocurre en un presente total. Esa es su paradoja: avanzar mientras se habita por completo el instante, en un estado que roza lo terapéutico y lo meditativo. Por eso, cuando nos lanzamos a la ruta prolongamos una historia que empezó antes que nosotros y que nos trasciende. Una historia que, pese a todo, recuerda que este acto simple —y profundamente humano— sigue siendo una de las maneras más honestas de estar en el mundo.

📸: Daniel Reche

Avatar de Pablo de Narváez

Comparte tu opinión

1 Estrella2 Estrellas3 Estrellas4 Estrellas5 EstrellasLoading…


Todos los Blogueros

Los editores de los blogs son los únicos responsables por las opiniones, contenidos, y en general por todas las entradas de información que deposite en el mismo. Elespectador.com no se hará responsable de ninguna acción legal producto de un mal uso de los espacios ofrecidos. Si considera que el editor de un blog está poniendo un contenido que represente un abuso, contáctenos.