10 de junio de 1949. La Italia del hambre. El Giro se volvía el paliativo para el dolor de alma que deja cualquier guerra. Etapa épica. Fausto Coppi disparó un ataque incontrolable. La etapa pasaba por Los Alpes, entre Francia e Italia. Cabalgó en solitario 192 kilómetros rumbo a Pinerolo, superando el Col d’Izoard y el Colle della Maddalena. Gino Bartali no tuvo con qué ir tras de él. Coppi ganó la etapa, se vistió de rosa y dos días después entró victorioso a Monza, cerca de Milán. Eran los tiempos del blanco y negro. La hazaña la cantó Mario Ferreti a través de las ondas hertzianas de la RAI. Abrió la crónica del día con una de esas frases de periodista que alcanzan la gloria: «¡Un uomo solo è al comando, la sua maglia è bianco-celeste, il suo nome è Fausto Coppi!». La etapa y la frase pasaron a la historia.
25 de mayo de 2018. Una Italia sin mundial de fútbol. El Giro es hoy por hoy el paliativo para un ciclismo profesional cada vez más calculado, tecnológico y medido. Cristopher Froome corre con dolor en el alma, pues es señalado de doping después de ser vencedor en las grandes guerras. Etapa épica. La segunda del tríptico de Los Alpes. El británico lanzó un ataque demoledor. Cabalgó 80 kilómetros en solitario rumbo a Bardonecchia, superando la Cima Coppi, Sestriere y Jafferau. El líder Simon Yates no tuvo con qué. Solo Dumoulin, Pinot, López y Carapaz fueron tras él. Son los tiempos del color y del potenciómetro. Froome ganó la etapa y se vistió de rosa, a dos días de que el Giro termine en Roma. La frase fue la misma: «¡un hombre solo al comando!». Un día grande para la historia del ciclismo moderno.
Se comparan los dos momentos históricos, no se trata de equiparar a los ciclistas. Se guardan las distancias, pero se buscan similitudes. Imposible no recordar las carreteras destapadas en las que corrió Coppi viendo los siete kilómetros de «sterrata» en los que terminaba el ascenso a la Colle della Finestre.
Coppi era un ciclista alado, una combinación escasa en su momento de contrarrelojista y escalador. Un espigado hombre de 1,77 metros de estatura y 67 kilos de peso al que apodaban «La garza». Le encantaba correr en solitario. Se negaba a perder sin haber combatido hasta el último kilómetro. Pedaleaba por su obsesión: alimentar las ilusiones y las esperanzas de muchos italianos que se asomaron a la carretera en busca de distracción, dejando al lado todas sus penurias de postguerra.
Froome es el gran ciclista moderno. Un hombre que rueda bien en todos los terrenos, aunque sus 1,86 de estatura le dan un porte que no es de escalador. Su cadencia y su rotación son demasiado ortodoxas; es el anticristo del estilo. Aunque su equipo corre todo para él, las acusaciones todavía en estudio del uso indebido del Salbutamol lo tienen viviendo una particular soledad. «El Rinoceronte blanco» de Kenia es obsesivo al correr tratando de no dejarse extinguir. Hoy no solo ganó, aprovechó la Cima Coppi para hacerle el mejor homenaje al «campionissimo».
La etapa de hoy la ganó Froome. Tres minutos después empezaron a llegar los demás. Uno a uno. Carapaz, Pinot, López, Dumoulin… y luego el resto, incluyendo al hasta hoy líder Simon Yates, que cruzó la línea 39 minutos más tarde. Etapa histórica, pero mañana hay 214 kilómetros con 3 premios de primera categoría encadenados en los últimos 80. El Giro no ha terminado.
Lo de hoy fue ciclismo épico, en estado puro. Nos habíamos vuelto espectadores de los kilómetros finales de cada etapa, en los que aparecían los ataques. Pasaron 69 años para que la célebre frase de Ferreti se reeditara en versión siglo XXI: «Un solo hombre está al mando; su camisa es blanca con una raya azul; su nombre es Cristopher Froome».