«La salida de Daniel Coronell y de otros periodistas de la Revista Semana se suma a los despidos y recortes en diversos medios a lo largo y ancho del planeta»
Los despistados (por decirlo de manera decente), pensarán y dirán que es «normal» la entrada y salida de periodistas de los medios de comunicación pero lo cierto es que no es así, mucho menos en la coyuntura que vivimos por estos días en la que el miedo es el caldo de cultivo de la desinformación, de la estratificación de la verdad y de los variados mecanismos de censura que afectan el derecho a la información y la libertad de expresión.
El periodista, que en otros tiempos se consideró tan valioso como el cura, el médico, el profesor y el abogado, ha dejado de ser ese singular personaje o Gatekeeper que abría y cerraba la puerta a la información dosificada y tratada (en muchos casos manipulada), dentro de la línea editorial del medio para el que trabajaba, pero con la autonomía suficiente para ejercer como «cuarto poder» el papel de vigilante de los tres poderes que configuraban la base del Estado moderno como expresión de la democracia occidental, hija de la Ilustración europea y de la modernidad: el ejecutivo, el legislativo y el judicial.
Ya poco queda del espíritu liberal que alimentó las revoluciones burguesas y que llevó a esa clase capitalista e ilustrada a fundar periódicos utilizados para presentar como públicos sus intereses privados (de ahí la línea editorial), ahora esto cambió, ya el descaro y el cinismo con el que actúan los banqueros y los grupos económicos que se apoderaron de los medios a escala planetaria, se conjuga con la «aparente igualdad» que le otorgan las redes sociales a la masa de consumidores y ciudadanos, para obtener de dicha situación el consenso y la aceptación pasiva que les permite «normalizar la censura», cerrar medios, despedir periodistas y cancelar contratos.
El neoliberalismo mediático es una cruzada global que hoy abarca entre otras cosas a la «extrema izquierda» y a la «ultraderecha», eufemismos con los que tratamos de dividir el mundo en dos bandos de una Guerra Fría cuyo cadáver nos negamos a visitar en la morgue de los años noventa, todos ellos son ultraconservadores unidos por un común denominador: la restricción de los derechos que son la piedra en el zapato de los movimientos totalitarios disfrazados de democráticos, y la gestión demagógica de los deberes ciudadanos que son la receta mediática del día a día para calmar de manera momentánea el temor a la autonomía y al pensamiento crítico.
¿Qué podemos hacer?, la OMS denominó Infodemia al tsunami desinformativo que abunda desde hace años, que digo, desde hace siglos cuando los filósofos de la Antigüedad trataron de combatir sin éxito la mentira y otras formas de cleptomanía de la verdad, y en su lugar alentaron las mitomanías con las que nos acostumbramos a convivir por la ley del mínimo esfuerzo.
Tendremos que «hackear el tapabocas» (por no decir al sistema), ese objeto de deseo, ese artículo de lujo que los jefes de Estado se disputan como perros hambrientos en la puerta de la carnicería, ese artículo que además de filtrar el contagio del Covid-19, se ha vuelto el símbolo de la asepsia mediática por no decir de la «limpieza de opiniones» contrarias a los intereses del establecimiento o poder establecido, como una de las consecuencias perversas del trinomio conformado por los poderes económicos, políticos y mediáticos.