Siempre es grato llegar al Festival Internacional de Manizales, visitar este viejo libreto es llenarse de sueños posibles, de sociedades imaginadas y de amores y desamores que duelen en la memoria de los días. Está visto que cada espectador habla desde su experiencia, de allí que para hacer justicia a este venerable de las artes escénicas, quiero decir hoy que agradezco sus enseñanzas: en los años que llevo asistiendo encuentro siempre los lenguajes rudimentarios de la escena y la audacia de las vanguardias.
También veo que los públicos cambian, se desaparecen y se trasforman, y que en medio de la gente siempre se mueven los aprendices que en últimas se llevan gestos, palabras e imágenes que de alguna manera inspiran su trabajo.
Pero este año es especial, el Festival es un viejo sabio para muchos o un organismo maduro del que se puede aprender. Lo cierto es que con lo que viví dentro y fuera de la escena me traje hasta la mesa de trabajo entre tantas, una pregunta como ocurre cada vez que asisto: y este año la cuestión es ¿en dónde está el espíritu teatral del Festival de Manizales?, pues yo lo sé a mi manera: lo sentí el fin de semana pasado en el aplauso emocionado de quienes aman y respetan el lenguaje de Matacandelas, esta vez en su obra Las danzas privadas de Jorge Holguín.
Lo sentí en la risa de los niños que viajaron por la poesía infantil y la danza de palabras en La farolera del Centro Cultural General San Martín, un retorno a la luz en aquella tarde dominical del Teatro Los Fundadores, lo sentí en la presencia del recuerdo amado y en la cama de hielo de la agrupación Apoc, Apoc con su Cartografía especializada.
Y más aún lo sentí en las historias de amor y desamor que se tejen siempre en las calles y los parques de hoy y de ayer: invadidos por la nostalgia de un tiempo infantil preservado para los ángeles que representan su propio drama, y caen sin remedio alguno en las sucesivas escenas de un purgatorio sin fin, esos seres que a pesar del olvido creen en un final feliz.
Entonces el espíritu del Festival sigue intacto pese a que no ocurra igual con nosotros y puede suceder que algún día el teatro esté allí, en esa ciudad clavada en la montaña, pese a que ya no vaguemos por sus calles y sus escenarios. Entonces hoy vale decir como en otro tiempo: larga vida al Festival y que su espíritu se renueve en cada año.