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De la maldad y otras veleidades

Perfilar un personaje no solo significa historiarlo, desde todos los costados posibles, concretos y absurdos, sino que también es un acto de intromisión y equilibrio: hay que habitarlo, dejarlo ser, impedírselo, cuestionarlo, dormirle la palabra, despertársela, tajarlo y volverlo a juntar con precisión quirúrgica.

Dentro del género periodístico –y literario- del perfil uno de los objetivos principales –sino el más- es justamente alcanzar la objetividad (aunque esta condición sea un ejercicio de básica imposibilidad y decisiva arrogancia), evadiendo los lugares comunes y las explicaciones facilistas y apuntalando la mirada hacia las regiones más desteñidas y veladas de la existencia personal.

Un buen perfil no tiene porqué detenerse a elucubrar a propósito de la bondad o la maldad de un personaje, por el contrario, lo que debería hacer es ajusticiar esas categorías morales, palideciéndolas, y así, solo así, ir revelando los temperamentos, desenfrenos y probidades desde la diversidad de prismas que esas naturalezas hacen del personaje un estereotipo de santo o demonio.

La escritora y editora argentina Leila Guerriero nos sorprende con “Los Malos” (Ediciones Universidad Diego Portales, 2015) que, en palabras de ella misma intenta dibujar “un mapa –oscuro, inverso- de América Latina. Un libro que reúna historias de hombres y mujeres –todos contemporáneos, en su mayoría vivos- que, en el arcoíris de la maldad habiten la zona feroz de los colores plenos. Un libro que cuente la vida –y la obra- de malos químicamente puros: de malos inapelables”.

Catorce perfiles componen este mosaico de maldad y terror. Hombres y mujeres de Latinoamérica que supieron destacarse por su inagotable oscuridad. Hombres y mujeres de a pie, que un día viraron, por poder, por rabia, por celos o por simple azar. Hombres y mujeres que jugaron a ser dioses y que triunfaron y fracasaron. Hombres y mujeres tal vez no diabólicos, pero sí cabalmente protervos, retorcidos, con hondos prontuarios en el antiguo arte de ejercer el mal.

Conocemos y entendemos policías feroces, pandilleros maniáticos, torturadores profesionales, violadores consagrados, carniceros humanos, guerrilleros brutales, paramilitares virulentos, narcotraficantes de sangre fría.

En “Los malos” se exponen mentalidades y comportamientos viciados, transparentados por la destrucción y fundamentados por el placer y la burla. Y, lo mejor: inconscientes de su maldad, aunque conscientes de sus actos. Una mezcla extraña pero posible: “no soy malo, aunque mate; no soy malo, aunque viole; no soy yo, es el pasajero que llevo adentro” es lo que nos susurran al oído todos y cada uno de los personajes cuyas vidas recorremos con un escalofrío inenarrable.

 

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