Estoy viviendo mi sueño, uno que empecé a sentir ya hace varios años, donde me imaginé que la vida podía ser algo más que el trabajo, la rutina, el tratar de encajar en las opiniones de otros, o el tratar de hacer lo mismo que otros hacen con sus vidas. Me imaginé una vida donde podía ser libre y estar en paz, donde podía pensar en lo que me gusta, viajar, no tener preocupaciones, y tener más tiempo para mi, para mi paz, para mis carcajadas, para mi café de la mañana y de cualquier momento del día, para sentir que la vida esta bien como está.
Estoy viviendo mi sueño, pero a veces se me olvida. Aquí, en otro país, el cambio me ha dado algunas vueltas, me ha retado, a veces con mucho estrés, otras veces con decepciones, y me ha puesto pruebas a ver si merezco esto que tanto pedí. Y sí, lo merezco, lo quiero, y quiero seguir aprovechándolo al máximo.
Y ahí me acuerdo que amo estos cielos azules con los que Berlín me recibe cuando voy, así sea invierno, que me encanta en el día tener no una sino varias carcajadas por a veces nada importante, pero que es lo que al final le importa al alma durante el día. Porque aunque me cuesta, se que esa certeza de que todo siempre sale bien me acompaña, a veces más silente y otras veces con una voz muy fuerte. Porque me acuerdo que hace un año sabía con todo mi corazón que el cambio venía y que era, sin duda, lo mejor que me podía pasar.
Niloufar, mi amiga de Irán, me dijo que había decido seguir un reto de 30 días para moverse más. Bueno, por qué no. Mi reto puede ser para tener en constante movimiento mi alegría, completo agradecimiento de esta maravilla que estoy creando. Ya llegó el momento de dejar atrás los cursos de cómo ser feliz y empezar a serlo.
Si, estoy disfrutando. Y estoy en esta prueba de no olvidarme que si soy feliz, soy imparable.