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Publicado el J. Mauricio Chaves Bustos

Un encuentro con El Diablo.

El Diablo, Kongo Kimbiza.
El Diablo, Kongo Kimbiza.

 

Pueden no creerme, pero hace mucho tiempo que quería tener este encuentro con El Diablo. Muchos creerán que me he vuelto loco, que mi incredulidad ha perdido su horizonte y que ahora me ha dado por creer en lo que antes no creía; otros dirán que mi agnosticismo ha sido puesto a prueba en esta pandemia y que estoy ya alucinando. Si, la verdad es que he tenido un encuentro con El Diablo, pero no con ese que el cristianismo disfrazó de miedos y arropó con un manto de sacralidad, a tal punto que nuestro propio Diablo fue eliminado a punta de quema de supuestas brujas y hechiceros, instaurando la Inquisición con el fin de que todas esas deidades, vernáculas y africanas, incomprendidas por los españoles, especialmente, fuesen eliminadas, no solamente de nuestro propio Panteón, sino de todo rincón y de todo pueblo.

Pese a ello, en Tumaco vive El Diablo, a este no han podido espantar, ni con purgas ni con rezos; tiene una fuerza de agua y de tierra que es difícil contenerlo, pero por sobre todo por la fuerza que lo acompaña desde la palabra, ya que sus principales armas vienen de su oralidad. Heredero de muchos otros, y como El Diablo encuentra su fuerza en las propias armas con que se lo quiere combatir, éste viene de aquellas décimas españolas conque se buscaba evangelizar a indígenas y afrodescendientes que habían sido traídos obligados a estas tierras y convertidos en esclavos; jamás los doctrineros franciscanos, mercedarios o agustinos, entre muchos otros más, pensaron que así le darían sustento al propio Diablo.

Y como El Diablo tiene varios nombres, éste tampoco puede quedarse atrás: Carlos Rodríguez, es su nombre cristiano; Kongo Kimbiza, el nombre como yoruba; pero en Tumaco, en el Pacífico, en Colombia y a donde vaya, todos le dicen El Diablo. Cuenta que este último nombre se lo pusieron cuando aún era un niño, ya que era inquieto como ninguno, de tal manera que el epíteto obedece a su espíritu rebelde, propio de muchos que se van a destacar en el mundo de los mortales. Y así lo ha hecho, es uno de los decimeros más importantes del país, su fama inclusive traspasa las fronteras patrias y no hay evento o lugar dónde su nombre no salga a relucir.

El Diablo se me apareció en el monumento al Caballito Garcés, en el barrio La Florida, quizá el cantante popular más conocido en el Pacífico, sobre todo por su consabido tema La muy indigna, que desde el día que lo compuso no ha dejado de sonar; quizá debió aparecerse en el monumento a Benildo Castillo, el Decimero Mayor, pero el destino es caprichoso, que le vamos a hacer. Ahí nos dimos un abrazo, y como su don es el habla y la mía la escucha, empezamos un diálogo que ojalá no hubiese terminado nunca. Decimas que recuerda y otras que improvisa, un privilegio que pocos pueden decir que han tenido, aunque El Diablo es generoso y siempre tendrá tiempo para los amigos, de eso estoy seguro.

El Diablo cuenta que siendo un niño escuchó en una de las calles de La Perla a Benildo Castillo, el “Compositor de las tres letras”, el principal decimero que ha tenido todo el territorio y cuyo legado sigue latente en muchos decimeros de la actualidad; cuenta que el maestro Benildo sacaba sus decimas en unas tirillas de papel, para venderlas y así ganarse la vida dignamente; ahí estaba consignada la memoria histórica de Tumaco, además porque el maestro contaba en décima los hechos más importantes, describía a los personajes o las circunstancias que iban de boca en boca por entre los paisanos. Esto le impresionó a El Diablo, y aunque reconoce que nunca Benildo Castillo le enseñó la décima, sí lo inspiró para que él optara por este maravilloso arte heredado desde la Colonia. Cuenta también que le dijo a su madre que quería ser “Decimero como don Benildo”, ante lo cual su madre le replicó: “No mijo, porque esos decimeros se mueren de hambre”.

No me creerán si les digo que he visto al Diablo llorar, lo hace cuando habla de sus hijos y de su esposa, de cómo por circunstancias de la vida, por su trabajo como gestor cultural y líder social, debió dejar su amada Tumaco e irse a vivir a otro lado, lejos del mar, lejos de todo lo suyo, de ese eco que trae el viento cargado de palabras como arenas, y que lo hicieron lo que es. Como pocos, es agradecido con Bogotá, la ciudad que lo acogió y donde sus hijos crecieron, donde aprendió a golpes la complejidad de la vida en las grandes urbes, pero donde aprendió también a valorar las amistades y a comprender que la lejanía, hecha saudade, lo forjaría en lo que siempre quiso ser y en lo que hoy es: un decimero.

Con una emoción que termina por contagiar, dice que a la décima le debe todo, porque con ella ha forjado su vida, ha conseguido amigos y contactos que le han servido para viajar por diferentes lugares y países. Uno de estos países es Cuba, lugar donde encontró la razón de ser de su sentimiento desde lo religacional, en las experiencias espirituales recuperadas y sostenidas desde la santería; ahí los espíritus de sus ancestros africanos le revelaron su puesto en el mundo y su destino, por eso ahí toma el nombre de Kongo Kimbiza, en recuerdo del lugar de origen de los suyos y de los espíritus que le hablan al oído los secretos del universo.

Para mi es algo difícil de entender, debo decirlo, ya que mi agnosticismo sale a flor de piel, pero cuando Kongo Kimbiza me dice que cuando los africanos llegaban vivos a los puertos americanos, era porque habían hecho pacto con sus espíritus tutelares para soportar todo lo terrible del viaje: hacinamiento, encadenamiento de pies y manos, enfermedades, alimentación dañada y malsana, agua salada, a más del maltrato y del sentimiento de impotencia frente a los crueles esclavistas. Quienes lograban resistir, lo hicieron gracias a los pactos que hacían y que les permitió también soportar la esclavitud en tierras ajenas, con larguísimas jornadas de trabajo, extendidas en horas de la noche para poder ahorrar y comprar su libertad, de tal manera que en esos cuerpos habitaban y se desdoblaban los espíritus acompañantes para poder soportar todas esas cargas. Entonces empiezo a creer en esto como una posibilidad real.

Y de repente El Diablo suelta una décima. Asombrosa su memoria, pero más que eso, la capacidad para improvisar, un espíritu es el que le dicta al oído lo que debe decirnos, de tal manera que el repentismo no es sino esa conjugación de lo humano con lo divino puesto en el plano de un ser determinado. Me explica que existen varias clases de décimas, como la jarocha que hay en México, o la caribeña, entre otras, pero que la del Pacífico colombiano y ecuatoriano es la décima cimarrona, puesta así en honor a todos esos hombres y mujeres que buscaron la libertad a costa de lo que fuese y fueron fundando sus propias repúblicas, hoy convertidas en municipios, en Nariño repartidas en las regiones: Sanquianga, Pacífico Sur y Telembí.

En 44 versos El Diablo resume el mundo, porque en la numerología hay también magia; quisiera tener su memoria y su capacidad para poder transcribir todas esas décimas que en una mañana me obsequió, quizá mis espíritus están entumecidos ante tanta indiferencia mía. Pero El Diablo promete una nueva aparición, esta vez acompañado de tapaos y viches, para así congraciarnos con toda esa fuerza natural y sobrenatural que lo acompaña. La tradición oral, una fuerza de resistencia y de memoria que, gracias a personas como El Diablo, se resiste a desaparecer. Hasta el próximo encuentro querido Diablo.

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