Piezas destruidas.

Recuerdo el asombro que me causaba la figurilla de una cabeza, de lo que entonces se llamaba un infiel, que poseía en su colección de precolombinos mi tío Fabio Chaves, quien a más de ser un maravilloso médico era un coleccionista de arte y de antigüedades. Esa cabeza me recordaba a los faraones egipcios, con unos tocados alargados que le daban una característica muy singular de entre todas las piezas. Pertenecía a la cultura Tumaco-La Tolita, una de cuyas características era encontrar las cabezas separadas del cuerpo, sin que hasta ahora se comprenda la razón de ser de tal práctica funeraria.

Con el tiempo me interesé más por la cultura Tumaco-La Tolita, de tal manera que en los museos que visitaba buscaba esas piezas, atraído sin duda alguna por la perfección en la elaboración, en porte y manejo muy diferentes a las que había visto de otras culturas precolombinas. Cuando visité Tumaco indagué por las piezas que según decían se encontraban en el territorio, muchas reposaban entonces en la Casa de la Cultura, salvándose de un cruel mercado ilegal que terminó por vender a extranjeros miles de piezas de un valor incalculable.

Los guaqueros hicieron de las suyas, atraídos principalmente por las piezas de oro y por las raras piezas en platino, siendo los primeros en utilizarlo en el mundo, en las cuales eran expertos orfebres, abriéndose un mercado clandestino que casi arrasa con lo que dejó como legado cultural un pueblo perdido ya en el horizonte de los tiempos. Hoy las piezas reposan en la casa Estrella de la Mar, resguardadas y en espera de que se construya un museo para que sean exhibidas al público tumaqueño, generando así la posibilidad de una apropiación con el pasado de su territorio.

Cuando llegaron los primeros españoles, atraídos por las riquezas del Perú, ya la cultura Tumaco – Lo Tolita había desaparecido hace mil años, habitando el lugar aproximadamente desde el 900 ac, hasta el 400 dc. De tal forma que con seguridad para quienes habitaban el territorio eran ya antiguos, siendo común el uso del oro como un elemento principal para sus joyas, las cuales eran enterradas junto con sus propietarios. Oro que se extraía de la región de Barbacoas y de Iscuandé, donde aún subsisten minas que siguen alimentando la riqueza de unos cuantos.

Diezmados los indígenas por las enfermedades y el maltrato dado por los invasores españoles, pronto acudieron a la mano de fuerza de africanos, quienes eran cruelmente atrapados por ingleses y portugueses, para luego ser vendidos como esclavos a los españoles que tenían sus negocios en Las Indias, como mal llamaron al continente. De tal forma que pronto llegaron africanos a las minas de Barbacoas e Iscuandé, generando con toda seguridad un choque con los indígenas, quienes pronto se vieron desplazados de sus territorios, ya que, buscando la libertad, muchos de estos africanos fundaron sus propias repúblicas cimarronas en terrenos que eran de los indígenas, o por lo menos terrenos que éstos conocían muy bien y de donde se proveían de alimentos y demás pertrechos para vivir.

La resistencia de los nativos fue proverbial, hasta el punto de que en el siglo XVII recién fueron vencidos los aguerridos sindaguas, que habitaban el territorio de Barbacoas, incendiando la ciudad varias veces con el fin de recuperar lo que por derecho propio era suyo: su territorio, sus minas, su espacio vital. Nada raro el choque de dos culturas diferentes, los unos sintiéndose expropiados y los otros buscando la libertad escapando de los crueles esclavistas. Se habla de un barco esclavista que viajaba de Panamá a Lima en octubre de 1553, el cual encalló en las costas de Esmeraldas, generando así una república cimarrona en donde los afros lograron consolidar su dominio.

El caso de Alonso de Illescas, liberto cimarrón, a finales del siglo XVI en Esmeraldas, en su guerra contra los jefes indígenas, entre otros casos como el del cimarrón Antón, dan muestra de esas diferencias, lo cual no debe extrañarnos ya que puestos los unos en un escenario diferente al suyo y los otros desarropados de lo suyo, generaría duros conflictos por el territorio. El caso de Francisco de Arobe es único en América, ya que descendía de aquellos que naufragaron, sometiendo a los indígenas, lograron fundar en Esmeraldas su propio reino, lo cual preocupó a las autoridades españolas, para finalmente lograr un sometimiento que favorecía a ambas partes, quedando demostrado que Francisco de Arobe y sus hijos reconocían a la corona española.

A tal punto es la importancia de este hecho, que en 1599 el oidor la Real Audiencia de Quito, Juan del Barrio de Sepúlveda, envía al rey Felipe II un retrato que muestra a don Francisco de Arobe y a sus dos hijos. El cuadro es el primero que retrata a afroamericanos, siendo de un simbolismo muy profundo, ya que están vestidos a la usanza española, engalanados con joyas indígenas y portando lanzas de origen africano, demostrando de esta manera el mestizaje que se había iniciado ya en el continente. “Los tres mulatos de Esmeraldas”, es el nombre con el que reposa en Madrid dicha obra, autoría del pintor mestizo Andrés Sánchez Gallque.

Desde el siglo XVI al XIX se crean diferentes alianzas entre los pueblos afros e indígenas, hay un mestizaje manifiesto ya en el cuadro descrito, y en esa lista interminable de cruces de sangres aparecen zambos y mulatos, donde la sangre implica alianzas y defensas mutuas, sobre todo frente a los opresores, sentimiento que con seguridad pasarían a la época de la independencia, buscando a quien les ofrezca garantías sobre la libertad y condiciones para vivir dignamente en un territorio que, aunque conocido, no dejó de serles agreste.

En Colombia, la ley del 21 de mayo del año de 1851, sancionada por el presidente José Hilario López, declarando libres a todos los esclavos que existieran en el territorio nacional. En Ecuador la manumisión sería firmada el 24 de julio de 1851 por el presidente José María Urbina. Entonces vendrían otras luchas y otras reivindicaciones, tanto para pueblos indígenas como para afroamericanos, una lucha constante que, desde luego, no ha cesado pese a todos los posibles avances en el reconocimiento de los derechos humanos de los derechos de los pueblos a su autodeterminación.

Lo que no se logra entender en Tumaco, es la falta de apropiación por los elementos indígenas, particularmente de la cultura llamada Tumaco-La Tolita, por su ubicación geográfica en los dos países hermanos: Ecuador y Colombia. Como se dijo al inicio de esta crónica, el saqueo mediante la técnica de la guaquería fue lo común en la Isla del Morro y a lo largo del río Mira, donde aun se encuentran entierros de considerable valor. 6206 piezas fueron recuperadas por el ICANH en 2018, todas a un solo particular, lo cual nos pone en dimensión del contrabando que existió durante décadas desde Tumaco para los coleccionistas del mundo entero.

Ni en Tumaco ni en ninguno de los 10 municipios que conforman el Pacífico nariñense hay un museo que permita apreciar estas piezas, ni muchos menos el ejercicio pedagógico que conduzca a la apropiación y estima por un pasado que ha terminado por marcar a sus habitantes. El 3 de abril de 2022, con los bombos y los platillos acostumbrados, la administración municipal entregó el parque Memoria La Tolita – Tumaco, ubicado en el barrio La Florida, de obligatoria observancia para todos aquellos que se dirijan a la isla de El Morro. El parque estaba decorado con 8 figuras, 7 antropomorfas que representan hombres y mujeres, y 1 zoomorfa que representa un caimán, hoy ya extinto. En abril de 2022 empezó la debacle del hermoso parque. Una de las piezas fue vandalizada, con un simbolismo terrible, ya que le fue cortado el falo a una de las piezas. Freud daría muchas explicaciones sobre lo sucedido. La comunidad se indignó, la administración hizo lo propio y la policía nacional también, con comunicados de prensa se denunció el hecho, sin embargo, hasta donde hemos averiguado, la pieza no fue nunca reparada.

Como si lo anterior no fuese suficiente, en junio de 2023 un árbol cayó en una escultura y la destruyó por completo, de igual manera, la pieza nunca fue respuesta.

Desde entonces la vandalización es constante. Las piezas, construidas en fibra de vidrio y rellenas de icopor -poliestireno-, no han aguantado la intervención desmedida de algunos que quieren seguir manteniendo una mirada despectiva sobre la otredad. Curioso, cuando el racismo imperante en un país de clases y de centros debiera unirnos a unos y a otros ante todo acto de desprecio por aquel que algunos consideran diferente. La carga simbólica sigue estando presente en estos tristes hechos, han sido desprendidos los ojos, las manos, los brazos, los falos, los tocados que representaban las figuras que recuerdan ese importante legado de una cultura que ha trascendido en el tiempo y en el espacio.

Casi 500 años después del encuentro de indígenas, españoles y afros, pareciera que se mantuviera el odio que sembró el desencuentro, la fatalidad del esclavismo, la mortandad por enfermedades y exterminios programados para aquellos que los europeos consideraban diferentes e inferiores. Hoy, tristemente, esa falsa episteme se mantiene, la desmemoria campea sobre los hombros del odio, del tedio por aquello que de una u otra manera debiera recordarnos, querámoslo o no, un pasado común. Ya no es la tola que mostraba un lugar sagrado que contenía los restos de venerados antepasados, hoy esa tola se inflama con el simbolismo del desconocimiento por aquello que seguimos considerando diferente. Triste destino para un parque destinado a la memoria.

Avatar de J. Mauricio Chaves Bustos

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